XXI

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Estaba sentado en el borde de la cama, mirando fijamente el celular en mis manos

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Estaba sentado en el borde de la cama, mirando fijamente el celular en mis manos. Era la décima vez, al menos en el último par de horas, que intentaba llamarla. Cada vez que escuchaba el timbre del teléfono, una parte de mí aún guardaba la esperanza de que, por alguna razón, ella respondería. Pero como siempre, la llamada se cortaba antes de llegar al buzón de voz. Me quedaba mirando la pantalla apagarse, la sensación de derrota cayendo sobre mí una vez más.

Había pasado ya un mes desde que Saori se fue, y cada día sin ella se sentía como un maldito año. Había dejado Japón sin despedirse de mí directamente, sin darme la oportunidad de decirle lo que realmente sentía. Claro, habíamos tenido esa última conversación, pero las palabras que quería decirle, las palabras que debí haber dicho, nunca salieron de mi boca. Mi orgullo, mi rabia, me habían detenido. Y ahora, estaba pagando el precio.

— Maldita sea... — murmuré en voz baja, dejándome caer hacia atrás en la cama, el celular aún en mi mano.

Mis pensamientos no podían alejarse de ella. Todo lo que hacía, todo lo que veía, me recordaba a ella. La manera en que solía reírse de las cosas más tontas, cómo siempre encontraba una manera de animar a todos en el equipo, incluso en los momentos más oscuros. Esa sonrisa... Esa sonrisa que ahora estaba a miles de kilómetros de distancia.

No era que no la entendiera. Sabía por qué se había ido. El sistema de héroes en Japón estaba roto. No había justicia en la forma en que se trataba a los héroes después de todo lo que arriesgaban. Y después de lo que Saori había pasado, después de ver a su equipo morir, después de ver a su madre caer en coma, entendía por qué necesitaba escapar. Ella no estaba huyendo de mí; estaba huyendo de los recuerdos.

Pero aun así... me dolía. Dolía como el infierno. Y la peor parte era saber que, en el fondo, quizás yo también era parte de la razón por la que se había ido.

— No te la merecías, Touya... — me dije a mí mismo en voz baja, dejando caer el celular en la cama junto a mí. Sentía el peso de la impotencia sobre mis hombros.

De repente, el sonido de una notificación rompió el silencio de la habitación. Me incorporé rápidamente, agarrando el teléfono con la esperanza de que tal vez, sólo tal vez, ella me hubiera respondido. Pero no era Saori. Era un mensaje de Fuyumi, preguntando si iba a cenar esa noche.

Solté un suspiro de frustración y dejé el teléfono a un lado, llevándome las manos al rostro. No podía seguir así, encerrado en esta espiral de autocompasión. Tenía que hacer algo, tenía que intentar hablar con ella, aunque fuera lo último que hiciera. Pero... ¿cómo? Las llamadas no servían de nada. Los mensajes tampoco. Saori estaba en otro país, y todo lo que tenía era su dirección temporal.

Y entonces, se me ocurrió una idea.

— ¡Claro! — exclamé, levantándome de la cama con un renovado sentido de urgencia. Si no podía hablar con ella en persona, si no podía alcanzarla por teléfono, tal vez una videollamada sería suficiente. Quizás ver su rostro, aunque fuera a través de una pantalla, le haría entender lo que realmente sentía.

Middle; Todoroki Touya.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora