Capítulo 50: oscurecidos y tristes ojos verdes

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Estoy sentado en la sala de espera del hospital, rodeado de un ambiente que se siente tan rutinario como desesperante. El olor a desinfectante y el sonido constante de los monitores médicos crean una atmósfera opresiva. Las luces fluorescentes parpadean ligeramente, añadiendo un toque de incomodidad a la escena.

A mi alrededor, los enfermos esperan con expresiones de dolor y resignación. Algunos están acompañados por familiares que intentan ofrecer consuelo, mientras que otros están solos, perdidos en sus pensamientos. Un hombre mayor, con una tos persistente, se sienta cerca de la puerta, mirando fijamente al suelo. Una madre joven trata de calmar a su hijo inquieto, susurrándole palabras de aliento.

Estoy aquí, angustiado, esperando noticias de Juniper y Candace. Juniper, que ya no quiere saber nada de mí, y Candace, que se ha vuelto tan fría y distante; habla conmigo como si fuera un desconocido. La incertidumbre me consume. No sé qué esperar, no sé si alguna vez podré arreglar las cosas con ellas.

Un hombre con una chaqueta desgastada camina de un lado a otro frente a los cuartos médicos. Parece nervioso, revisando su teléfono cada pocos minutos y mirando hacia la puerta como si esperara que alguien saliera en cualquier momento. Su inquietud refleja la mía, aunque nuestras razones sean diferentes.

He insistido varias veces con la enfermera, tratando de obtener alguna información sobre Juniper. Pero ella, con una sonrisa profesional y una paciencia infinita, me dice que no puede ayudarme. "Lo siento, señor, pero no puedo darle esa información", repite cada vez que me acerco. Su tono es amable, pero firme, y me siento impotente.

El tiempo pasa lentamente en este lugar. Cada minuto se siente como una eternidad mientras espero, con el corazón en un puño, por cualquier noticia que pueda cambiar mi vida.

[…]

Unas palmadas en mi espalda me despiertan —abro los ojos—; João está sentado a mi lado.

—Papi, ¿Ahora duermes aquí? —dice mientras cruza una pierna sobre la otra.

—J-João… —enderezo mi espalda; froto mi cabeza con la mano derecha—; yo…

»Tengo que estar pendientes de las chicas…

—¿Pero no nos dijeron que ellas están estables?

—Sí, pero…

»Quién sabe qué puede pasar… estando acá uno se entera de negligencias médicas muy feas…

»Ayer una familia reclamó a un doctor por haber dejado morir a un enfermo…

»Le acusaban de no haber dado lo mejor de sí para salvarle la vida.

—Qué fuerte.

—¡Lo es!

João hizo una mueca, desconfiado.

—Esto no te hace bien.

»Permanecer aquí… como si estuvieras pagando algún tipo de penitencia… es terrible para tu salud —menea la cabeza—; si sigues acá… muy pronto estarás acompañando a las chicas en una de esas camillas.

—Sería un avance… —murmuro mirando hacia el frente, al mismo pasillo donde vi por última vez a Juniper ser llevada por los enfermeros a su habitación en el hospital.

João exhala un suspiro.

—No engañas a nadie, Papi.

—¿Eh? —giro a verle.

—Quieres hablar con La Gata.

Parpadeo.

—La verdad… —agacho la cabeza—, Sí…

Sexo Después De ClasesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora