Capítulo 47: Mate

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—Tankerton beach —dijo el profesor sentado detrás de la ventanilla que separaba los pasajeros del conductor.

»Jerome… quiere… verme allí —pestañeó.

Metió su mano dentro del bolsillo derecho y sacó un habano, lo encendió y luego se lo llevó a la boca; lo fumó.

El profesor, con su porte elegante y su mirada fría, se acomodó en el asiento de cuero de la limusina. Mientras el vehículo avanzaba hacia Tankerton Beach, comenzó a tararear una melodía antigua, una canción de cuna que solía cantar a Jerome, pero con una letra retorcida que reflejaba su mente perturbada.

"Duérmete, niño, duérmete ya, que el cuco vendrá y te llevará...", cantaba con una voz suave y melódica, pero con un tono que enviaba escalofríos por la espalda de cualquiera que lo escuchara. Sus ojos, vacíos de emoción, miraban por la ventana mientras la limusina se deslizaba por las calles.

La letra de la canción continuaba, cada verso más inquietante que el anterior, mientras el profesor recordaba con una sonrisa torcida los momentos en que había aterrorizado a Jerome de niño con esa misma melodía. "Cierra los ojos, no mires atrás, que el monstruo en la sombra te atrapará...".

Exhaló el humo del habano por su boca.

[…]

Jerome se encontraba dentro de una cálida y acogedora cabaña, con paredes de madera clara que reflejaban la luz natural que entraba por las amplias ventanas. El suelo de madera pulida crujía suavemente bajo los pies, añadiendo un toque de autenticidad rústica. En el centro de la sala principal, un sofá de lino beige estaba adornado con cojines de colores tierra, creando un espacio perfecto para relajarse.

Una mesa de centro de madera reciclada, con marcas y cicatrices que contaban historias de su pasado, estaba decorada con velas y pequeños adornos marinos. La cocina, abierta al salón, tenía encimeras de granito y estanterías abiertas que mostraban una colección de tazas y platos de cerámica artesanal.

En una esquina, una chimenea de piedra proporcionaba calor y un punto focal acogedor, con una alfombra de lana tejida a mano extendida frente a ella. Las habitaciones, aunque pequeñas, eran igualmente encantadoras, con camas cubiertas con edredones de algodón y ventanas que ofrecían vistas al mar.

El baño, decorado con azulejos de piedra y madera, tenía una ducha espaciosa y toallas suaves colgadas en ganchos de hierro forjado. Cada detalle de la cabaña estaba pensado para ofrecer comodidad y un refugio del mundo exterior, perfecto para un encuentro secreto.

Jerome echó la cabeza hacia atrás, vista hacia el techo de la cabaña donde esperaba encontrarse con el profesor —respiró hondo, exhaló un suspiro—; Coen entró y en silencio, se le acercó por detrás para abrazarlo.

—Todo acabará, amor…

Jerome compungió un poco el rostro; una diminuta lágrima se formó en su ojo derecho; agachó la cabeza, y entrelazó sus manos con la fe Coen, sonrió.

—Lo sé…

»Lo sé… —susurró.

[…]

Li abrió el grifo de su cocina para lavar las tazas en la que sirvió el té —enjabonaba y frotaba con suma tranquilidad con la esponja—; el sicario detrás de él apoyó su espalda contra la nevera y cruzó los brazos a la altura de su pecho.

—¿Qué ocultas, Li?

Li arqueó la ceja izquierda; continuó enjabonando los trastes en silencio, sin voltear la mirada.

El sicario exhaló un suspiro.

—El clan es una familia

»Todos servimos para el mismo señor.

Sexo Después De ClasesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora