IV

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Jeonghan suspiró desde el porche, mirando el jardín enredado y descuidado frente a él.

Era evidente que su abuela tenía en mente una misión casi imposible: hacer que él, alguien que nunca había tocado una pala en su vida, pusiera orden en aquel caos.

Suspiró de nuevo, resignado a que aquel verano le estaba trayendo muchas más inconvenientes de las que esperaba.

El sonido de una motocicleta acercándose rompió el silencio de la tarde, y Jeonghan levantó la vista, sorprendido.

¿El chico del mercado?

Se detuvo frente a la casa, y por un instante, Jeonghan se quedó observándolo sin poder ocultar su sorpresa. Ese que lo había dejado tan intrigado como frustrado.

La visión de él con su chaqueta de cuero y ese aire rústico pero seguro, tan diferente a todo lo que conocía en Seúl, volvió a despertar en él esa mezcla incómoda de atracción y frustración.

El chico se bajó de la moto con la misma seguridad de siempre y, al notar la mirada fija de Jeonghan, sonrió levemente. Era una sonrisa burlona, casi desafiante, como si supiera que su sola presencia descolocaba a Jeonghan.

—¿Tú otra vez? —dijo el pelinegro, ladeando la cabeza, como si Jeonghan fuera un extraño fenómeno meteorológico que aparecía sin previo aviso.

—¿Tú qué haces aquí? —replicó Jeonghan, sin poder ocultar el desconcierto en su voz.

—¿Eres el nieto de la señora Yoon? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y burla. Soltó una risa corta y se cruzó de brazos, lanzando una mirada que evaluaba a Jeonghan de pies a cabeza—. No tenía idea de que fueras... tú.

Jeonghan trató de disimular su incomodidad, aunque notaba cómo su pulso se aceleraba sin motivo aparente.

—¿Y eso qué se supone que significa? —respondió, cruzándose de brazos en un intento de parecer indiferente.

El chico soltó una risa breve, estudiándolo con una mirada que lo recorría de pies a cabeza, como si tratara de clasificarlo en algún tipo de categoría. Sus ojos se detuvieron en las manos de Jeonghan, limpias y suaves, y luego en sus zapatillas impolutas, que parecían completamente fuera de lugar en la tierra.

—Solo que no pareces del tipo que se ensucia las manos —respondió, con una sonrisa irónica—. Supongo que por eso tu abuela me llamó a mí para hacer el trabajo.

Jeonghan apretó los labios, algo molesto. La razón de la llamada era obvia, claro, pero que él lo dijera en voz alta lo hacía sentir expuesto. No quería que este chico, que parecía disfrutar de su incomodidad, lo supiera.

El mayor, sin darle tiempo a replicar, se arrodilló junto a las plantas enredadas y comenzó a desenterrar las malas hierbas. Sus movimientos eran rápidos y seguros, como si cada raíz respondiera a su toque sin resistencia. Jeonghan se quedó observando en silencio, notando cómo los músculos de sus brazos se tensaban bajo la luz del sol, y cómo parecía disfrutar del contacto con la tierra, algo tan ajeno a la vida de ciudad que él conocía.

Después de un momento, el pelinegro pareció notar su mirada y habló sin levantar la vista:

—¿Disfrutas mirar? Porque, ya que estás aquí, podrías hacer algo útil.

Jeonghan hizo una mueca, tratando de ignorar el ligero rubor que sentía en sus mejillas.

—No creo que necesites ayuda. Lo tienes todo bajo control, ¿no?

El aludido rió entre dientes y sacudió la cabeza, lanzándole una mirada que era una mezcla de desafío y diversión.

—¿Y así es como ayudas en Seúl? Pensé que los chicos de ciudad eran más autosuficientes —dijo, dejando escapar un suspiro exagerado—. Pero supongo que aquí solo eres un forastero.

Jeonghan sintió un leve hormigueo de irritación. Había algo en la forma en la que el chico lo llamaba "forastero" que lo hacía sentir fuera de lugar, como si su vida en la ciudad no tuviera valor en comparación con la conexión que el otro tenía con el pueblo y la tierra.

—Jeonghan —dijo, casi retador—. Me llamo Jeonghan, no "forastero".

El pelinegro detuvo su trabajo por un instante y lo miró con un brillo curioso en los ojos. Luego, con una sonrisa que mostraba un poco de sorpresa y diversión, extendió su mano hacia Jeonghan.

—Seungcheol —respondió él, sin titubear—. Y para que sepas... en el pueblo todos nos conocemos, tarde o temprano. —Sus palabras tenían un doble sentido que Jeonghan no pudo descifrar del todo.

El rubio dudó un momento, pero al ver que sus manos dentro del guante parecían limpias, finalmente aceptó.

Jeonghan sintió un pequeño estremecimiento al contacto. Las manos de Seungcheol eran fuertes y cálidas, y la fuerza con la que lo sujetaba le transmitía una seguridad desconocida para él. Fue un apretón de manos breve, pero al soltarlo, Jeonghan sintió como si algo se hubiera quedado en el aire entre ellos, una conexión incómoda y, al mismo tiempo, intrigante.

Seungcheol volvió a inclinarse hacia la tierra, como si ese breve intercambio no hubiera significado nada, pero Jeonghan se encontró incapaz de apartar la mirada. A medida que el chico trabajaba, moviéndose con esa soltura y habilidad que parecían parte de su naturaleza, Jeonghan sintió una especie de admiración involuntaria. No podía negar que había algo hipnótico en la forma en que Seungcheol se movía, tan en sintonía con el entorno que lo hacía parecer parte del paisaje.

De pronto, Seungcheol habló, sin mirarlo.

—¿Seguro que no quieres ayudar? Pensé que al menos podrías sostener las herramientas.

Jeonghan suspiró, cruzando los brazos con una sonrisa contenida.

—Dudo que eso fuera lo que mi abuela tenía en mente cuando dijo "trabajo en equipo".

Seungcheol rió y sacudió la cabeza.

—Vaya, forastero... eres un caso perdido. —Su tono era burlón, pero cuando dijo su nombre, lo pronunció con una familiaridad inesperada, como si fuera un apodo personal y no algo que acabara de aprender.

Jeonghan, incómodo pero sin querer demostrarlo, se sentó en el borde del porche, fingiendo desinterés, aunque sus ojos seguían observando cada movimiento de Seungcheol.

—Así que... ¿trabajas en el mercado? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.

Seungcheol asintió, pero no añadió nada más, concentrado en su tarea. Jeonghan notó que el chico parecía reservado, como si no quisiera darle más información de la necesaria. Este aire de misterio solo lo hacía sentir más intrigado.

Después de unos minutos, Seungcheol se levantó y se estiró, mirando el jardín que había comenzado a tomar forma.

—Listo por hoy. —Limpió sus manos en su pantalón y miró a Jeonghan, con una sonrisa divertida—. Espero que hayas disfrutado del espectáculo.

Jeonghan rodó los ojos, pero no pudo evitar una sonrisa pequeña. Algo en la forma en la que Seungcheol le hablaba le daba la impresión de que estaba jugando con él, como si cada palabra tuviera un doble sentido que él aún no podía descifrar.

Seungcheol se despidió rápidamente de su abuela y le lanzó una última mirada antes de subir a su moto y marcharse, dejando a Jeonghan con una mezcla de pensamientos y sensaciones que le costaba ordenar. Sentía que había algo en ese chico del mercado que lo atraía, como una fuerza imparable que lo sacaba de su zona de confort.

Cuando el sonido de la moto se desvaneció, Jeonghan se quedó un momento en el jardín, mirando el espacio que Seungcheol había limpiado, y pensando en cómo un simple apretón de manos y una sonrisa burlona podían dejarlo tan desconcertado.

Verano en Jeonju || JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora