XXXII

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La mañana era tranquila, con los rayos del sol colándose por las cortinas de la casa de Seungcheol.

La mesa estaba puesta con un desayuno sencillo pero cálido: arroz, kimchi, un par de huevos fritos y té humeante. Jeonghan, sentado frente a Seungcheol, jugueteaba con su taza mientras observaba cómo el otro comía con apetito.

—¿Sigues preocupado por Soonyoung? —preguntó Seungcheol, su voz grave pero suave, mientras levantaba la mirada hacia Jeonghan.

Jeonghan asintió con un leve encogimiento de hombros.

—Un poco. Aunque sé que estará bien, siempre suele hablar de lo mucho que extraña Seúl.

Seungcheol, que había estado comiendo en silencio, dejó sus palillos a un lado. Extendió una mano sobre la mesa, cubriendo la de Jeonghan con un gesto que, aunque pequeño, resultó reconfortante.

—Soonyoung estará bien —aseguró con firmeza, sus ojos buscando los de Jeonghan—. Tiene a sus padres, sus amigos, y su ciudad natal; no hay forma de que no esté mejor.

Jeonghan sonrió un poco, aunque la familiaridad del contacto físico lo hizo retirar la mano instintivamente. Seungcheol no comentó nada, pero su sonrisa se ensanchó. Sabía que Jeonghan todavía estaba acostumbrándose a ese tipo de gestos.

—¿Qué tienes planeado para hoy? —preguntó Seungcheol, retomando sus palillos.

—Quiero ayudarte en tu trabajo —respondió Jeonghan de inmediato, con un tono decidido que hizo arquear una ceja a Seungcheol.

—¿Ayudarme?

—Sí. Soonyoung no está, así que no tengo mucho que hacer. Y la última vez que te ayudé con la cosecha no salió tan mal, ¿verdad?

Seungcheol dejó escapar una risa breve pero profunda.

—¿Estás seguro? Hoy no será tan fácil como cosechar frutas y verduras.

—Puedo con eso.

Seungcheol se inclinó hacia adelante con una sonrisa divertida.

—No sabía que te gustaba pasar tanto tiempo conmigo.

—¡No es eso! —protestó Jeonghan, pero su cara ya estaba sonrojada.

—Está bien, está bien. Te llevaré conmigo. Pero no te quejes después.

Jeonghan soltó una risita y asintió obediente, tomando de su té humeante.

.

La camioneta avanzaba por el camino de tierra, levantando una ligera nube de polvo que quedaba suspendida en el aire detrás de ellos. Jeonghan miraba por la ventana abierta, dejando que la brisa cálida del día acariciara su rostro. Seungcheol, al volante, mantenía una mano allí y la otra descansaba despreocupadamente sobre su muslo.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Jeonghan, girando la cabeza hacia él.

—¿De qué?

—Dejarme ayudarte. No sé nada de tractores ni de nada relacionado con granjas, ya lo sabes.

Seungcheol soltó una risa baja y amable. Sus ojos brillaban con diversión mientras desviaba un instante la mirada hacia Jeonghan.

—No te preocupes, amor, no te pondré a reparar nada. Solo quédate cerca y haz lo que se te ocurra. Si no haces nada, tampoco pasa nada.

Jeonghan parpadeó, sorprendido por aquella palabra: amor. Sintió el calor subirle a las mejillas, pero no dijo nada.

En cambio, miró rápidamente hacia la ventana de nuevo, como si el paisaje pudiera distraerlo de lo que acababa de escuchar.

Verano en Jeonju || JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora