Noah estaba en su cuarto mes de embarazo y ya subió 3 kilos, muy poco.
Lo raro era que él si comía lo necesario, y tenía sus antojos cómo los embarazados normales.
Íbamos de camino a otro hogar, necesitábamos alejarnos de la ciudad todo lo posible. En el bosque era menos probable que se escuchase al futuro bebé, además no era bueno movernos de un lado a otro con un crío tan pequeño, teníamos que quedarnos fijos por un tiempo.
Los cambios no eran buenos para un omega embarazado, el instinto y cuerpo del ojiazul necesitaban sentirse seguros y en un hogar cálido.
Empezó a llover.
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El rubio cargaba con una mochila, decía que no se sentía tan débil cómo para no hacerlo.
-¿Tienes frío?- pregunté preocupado.
-Si, pero no te preocupes, no pillaré un resfriado- comentó.
-Igualmente, necesitas estar cálido- dije cogiéndolo en brazos.
Hice un paraguas de hielo y plantas el cuál controlaba para que estuviera sobre nosotros.
Tenía a Noah contra mi cuello, intentaba que no perdiera temperatura.
La razón por la que no sacaba sus alas para arroparse era porque pesaban bastante, y sabía que yo no aguantaría más peso sobre mí.
Con esfuerzo llegué a una casa en medio del bosque, era amplia. Estaba abandonada.
Entré rompiendo la puerta y acosté al ojiazul en el sofá.
Le eché tres mantas encima, ropa mía y aire caliente de mi don.
No tardó en dejar de sentir escalofríos, y comenzar a sudar.
-Ya está- habló molesto.
Le quité todo de encima, él estaba molesto debido a mí sobre protección, yo no podía evitarlo.
Era tarde así que dormimos en la nueva casa. Me sentía muy agotado.