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Isabella

Desde el momento en que cruzamos la puerta, supe que Max había planeado cada detalle con una intención especial. Me quedé sin aliento al ver la habitación: las luces suaves de las velas, el aroma delicado de las rosas, y la cama casi escondida bajo el ramo más grande que jamás había visto. Cada pétalo parecía colocado allí para recordarme cuánto había cambiado mi vida desde que él apareció. Desde la ventana, el cielo se tornaba de un gris profundo, y casi podía oler la lluvia en el aire.

Mientras Max se inclinaba para abrir el vino, lo observé con una mezcla de admiración y nerviosismo. ¿Cómo podía siempre hacerme sentir tan cuidada, tan importante? Era como si, con cada detalle, quisiera dejarme claro que me veía, que conocía lo que me conmovía. Había una conexión que iba más allá de lo que se podía decir con palabras.

Me acerqué al ramo y pasé los dedos por los pétalos suaves, notando cómo el aire se volvía más denso, como si la habitación se llenara de una expectativa que no podía definir del todo. Fue entonces cuando un fuerte golpe de viento hizo vibrar las ventanas y, casi de inmediato, la luz se apagó. Me quedé quieta, parpadeando en la oscuridad repentina. Solo los destellos de los relámpagos iluminaban la habitación a intervalos, y cada vez que lo hacían, la figura de Max aparecía y desaparecía, como un reflejo fugaz. Había algo inquietante y excitante en esa incertidumbre, en la oscuridad que nos rodeaba, como si la tormenta nos encerrara en un mundo aparte, uno donde lo único real éramos nosotros.

Antes de que pudiera decir algo, sentí su mano en mi brazo, cálida y reconfortante.

—Estoy aquí —me susurró.

Pero su voz tenía un matiz distinto, una mezcla de tranquilidad y algo más profundo que resonó en mi pecho. Me volví hacia él, sintiendo su cercanía con una intensidad que me desconcertaba. No importaba la oscuridad, ni la tormenta afuera. Lo único que me preocupaba era esa sensación de estar completamente presente con él, en ese lugar donde el tiempo parecía detenerse.

El ruido de la tormenta era ensordecedor, y cada ráfaga de viento que sacudía las ventanas parecía aumentar la tensión en la habitación. Era como si la misma naturaleza intentara reflejar lo que sucedía en nuestro interior, empujándonos a un punto de no retorno. El parpadeo intermitente de la linterna que Max logró encender proyectaba sombras en la pared, y cuando él se sentó en el borde de la cama a mi lado, sentí un escalofrío recorrerme la espalda. No era miedo, sino algo más inquietante y cautivador, una fuerza que nos acercaba cada vez más.

Me senté junto a él, sintiendo el calor de su cuerpo cerca del mío, y era como si una especie de electricidad invisible vibrara en el aire. Me inclinaba hacia él sin darme cuenta, como si la fuerza que nos atraía fuera demasiado poderosa para resistir. Cada pequeño gesto parecía estar cargado de un significado oculto: el roce de su brazo contra el mío, la forma en que su respiración se volvía más profunda cuando nuestras miradas se encontraban. Había un silencio entre nosotros, pero estaba lleno de cosas no dichas, de promesas y deseos que flotaban en el aire, suspendidos en la penumbra.

—¿Estás bien? —preguntó, con la voz baja, casi un susurro.

—Sí, solo… —Busqué las palabras, pero no pude encontrarlas. Era como si la tormenta hubiera borrado todo lo que no fuera este momento.

No sabía si quería alejarme de él para romper la tensión o si deseaba acercarme aún más, pero Max no me dio tiempo para decidir. Me tomó de la mano, sus dedos entrelazándose con los míos, y de alguna manera ese simple gesto se sintió como cruzar una línea que no habíamos tocado antes. Las sombras parecían moverse con nosotros, como si también ellas estuvieran esperando a ver qué sucedería.

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⏰ Última actualización: Oct 23 ⏰

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