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Max

Salí de la oficina con urgencia, buscando a Isabella. La casa estaba en silencio, cada paso resonaba en los pasillos. Finalmente, la encontré en su cuarto, encogida en el suelo, con la respiración entrecortada y los ojos llenos de pánico.

—Isabella —dije, arrodillándome junto a ella.

Su ataque de ansiedad era evidente. Intenté tranquilizarla, tomando su mano con suavidad, pero apenas respondía. Cuando intenté levantarla, su cuerpo se desplomó y se desmayó en mis brazos.

Sin perder tiempo, la cargué y salí corriendo hacia el coche. La llevé al hospital lo más rápido que pude, cada segundo que pasaba sentía como una eternidad.

Una vez allí, los médicos la atendieron de inmediato. Me quedé en la sala de espera, nervioso y con el corazón en un puño. Finalmente, un doctor salió a hablar conmigo.

—Su condición es preocupante —dijo—. La anemia de Isabella está empeorando. Necesitará medicamentos y un control estricto de su dieta y salud.

Asentí, sintiendo una mezcla de alivio y preocupación. Al menos, ahora sabíamos lo que estaba ocurriendo y podíamos hacer algo al respecto.

Cuando pude verla, entré en su habitación. Estaba pálida pero consciente, y me acerqué a ella, tomando su mano.

—Vamos a superar esto juntos —le dije, sintiendo la determinación crecer en mi interior—. No estás sola.

Después de que le administraron los medicamentos en el hospital y los doctores nos dieron instrucciones detalladas, finalmente pudimos irnos a casa. El viaje de regreso fue tranquilo, con Isabella descansando en el asiento del copiloto. Cuando llegamos, la ayudé a subir a nuestro cuarto. Estaba agotada, y solo quería que se sintiera cómoda y segura.

Nos acostamos en la cama, ella acurrucada en mis brazos. Sentir su cuerpo cerca me daba un alivio inmenso, aunque la preocupación seguía latente. Sabía que era el momento de hablar, aunque no quería agregar más estrés a su situación.

—Isabella —susurré, acariciando su cabello suavemente—. Hay algo que necesito decirte.

Ella levantó la cabeza, sus ojos encontrándose con los míos. Asentí, tomándome un momento para encontrar las palabras adecuadas.

—Necesitamos tomarnos esto con calma, pero... tenemos que casarnos en tres meses.

Su expresión cambió, y pude ver la mezcla de sorpresa y preocupación en su rostro. La abracé con más fuerza, queriendo transmitirle mi apoyo y amor.

—Sé que es mucho —dije—, pero no quiero que te preocupes. Vamos a enfrentarlo juntos, paso a paso.

Isabella cerró los ojos y asintió lentamente, confiando en mí. Nos quedamos así, abrazados, sintiendo la tranquilidad de estar juntos, listos para enfrentar lo que viniera.

Nos quedamos abrazados en la cama, el peso de las palabras que acababa de decirle aún colgaba en el aire. Sentí cómo Isabella se relajaba poco a poco en mis brazos, su respiración se volvía más tranquila y regular. Eventualmente, ambos nos quedamos dormidos, encontrando un poco de paz en medio de la tormenta que estábamos enfrentando.

A la mañana siguiente, me desperté antes que ella. Con cuidado, me deslicé fuera de la cama, asegurándome de no despertarla. Quería hacer algo especial para ella después de todo lo que había pasado. Bajé a la cocina y empecé a preparar el desayuno. Hice unas tortitas, jugo de naranja fresco y café, queriendo que tuviera una mañana tranquila y agradable.

Cuando terminé, llevé todo a la mesa del comedor, arreglándola con cuidado. Justo cuando coloqué el último plato, escuché la puerta principal abrirse y vi entrar a mis hermanos.

—¿Qué estás haciendo tan temprano? —preguntó el mayor de ellos, con una sonrisa curiosa.

—Preparando el desayuno para Isabella —respondí, sonriendo—. Ella tuvo una noche difícil.

Mis hermanos asintieron, entendiendo la situación sin necesidad de más explicaciones. Se acercaron a la mesa, listos para unirse a nosotros, sabiendo que, en momentos como estos, el apoyo familiar era lo más importante.

Mientras mis hermanos y yo esperábamos, escuché los suaves pasos de Isabella bajando las escaleras. Al llegar al comedor, nos saludó con una sonrisa débil, y nos sentamos a desayunar en silencio. Apreciaba la tranquilidad de la mañana, pero notaba la tensión en el aire.

Comimos en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos. Mis hermanos respetaron la atmósfera, entendiendo que Isabella necesitaba espacio y calma.

Cuando terminamos, me acerqué a ella para despedirme. La abracé con ternura, sintiendo su resistencia cuando intenté soltarme.

—No quiero que te vayas —susurró, aferrándose a mí.

Le di un beso en la frente y acaricié su mejilla.

—Volveré pronto. Prometo que estaré de regreso antes de que te des cuenta.

Finalmente, me soltó con una mirada de resignación, y me dirigí hacia el auto. Al encenderlo, saqué mi teléfono para revisar el rastreador que le había puesto a Isabella por seguridad. Mi corazón se detuvo por un momento cuando vi que el punto se estaba moviendo fuera de la casa.

Sin perder tiempo, arranqué el auto y empecé a seguir la señal, con la preocupación creciente de lo que podría estar ocurriendo.

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La gente del grupo de telegram si escribe,esque joden ( mentira, las quiero mucho)

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