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- Pequeña discusión -

Isabella

Cuando Max se fue, me dirigí a mi cuarto. No quería quedarme sola, pero sabía que tenía que procesar todo lo que había pasado. Apenas me recosté en la cama, mi teléfono sonó. Era amigo Nikolas.

—¡Sal! Vamos a dar una vuelta– dijo con su tono siempre alegre.

Acepté sin pensarlo mucho. Necesitaba despejarme. Me levanté y bajé las escaleras rápidamente, tratando de no hacer ruido. Al salir, lo vi esperándome junto a su auto, sonriéndome con esa calidez que siempre me tranquilizaba. Subí al auto y comenzamos a conducir sin un destino fijo, simplemente disfrutando de la compañía y la libertad del momento.

No habíamos avanzado mucho cuando mi teléfono empezó a sonar. Era Max.

—¿Dónde estás?–preguntó, su voz denotando preocupación y un poco de enfado.

—Estoy con mi amigo, solo estamos dando una vuelta. Necesitaba despejarme un poco.

—¿Por qué saliste sin avisarme?– inquirió, claramente molesto. –¿Y los guardias? ¿Están contigo?

Sentí un nudo en el estómago.

—No, no están conmigo. Salí rápido y no pensé en eso. Estoy bien, de verdad. Solo necesitaba un respiro.

Hubo un momento de silencio antes de que Max hablara nuevamente.

—Vuelve a casa ahora mismo. No puedes andar sola sin seguridad.

Suspiré, frustrada.

—Max, estoy bien. Solo necesito un poco de espacio.

—No,– replicó, su tono firme e innegociable. –Vuelve ya.

Miré a mi amigo, quien me observaba con preocupación. – Lo siento, tengo que volver – le dije, y él asintió comprensivo, girando el auto para regresar.

Cuando llegué a casa, Max estaba esperando en la puerta, su expresión dura. Apenas salí del auto, empezó.

—No puedes salir sin seguridad, Isabella. Es peligroso.

—¿Dime cuándo fue la última vez que tuve un momento para mí? Solo quería un poco de libertad, ¡un respiro!

—¡No es cuestión de libertad! Es cuestión de seguridad. ¿Te imaginas lo que podría pasarte?

—¡No soy una prisionera, Max! Necesito sentir que puedo tomar mis propias decisiones.

—Esto no se trata de controlarte. Es por tu bien. ¡Hay demasiados riesgos!

—¿Por mi bien? ¿O por el tuyo? ¡Necesito vivir mi vida!

—¡Estás siendo irracional! – gritó, la frustración en su voz tan clara como en la mía.

—¡No, Max! Estoy siendo humana. Necesito espacio, ¡y tú no lo entiendes!

Nos quedamos mirándonos, ambos respirando agitadamente. La tensión en el aire era palpable. Finalmente, sin decir nada más, me di la vuelta y subí a mi cuarto, cerrando la puerta de golpe tras de mí. Me dejé caer sobre la cama, las lágrimas de frustración y agotamiento corriendo por mi rostro.

No pasó mucho tiempo antes de que escuchara a Max llamándome desde el otro lado de la puerta.

—Isabella, por favor, abre la puerta. Tenemos que hablar.

No respondí, dejando que el silencio se adueñara de la habitación.

—Por favor, Isabella. No quería hacerte sentir así – continuó, su voz más suave ahora. — Solo estaba preocupado por ti. Tengo miedo de que te pase algo.

Apreté los ojos con fuerza, tratando de contener las lágrimas. La puerta se movió ligeramente, como si Max estuviera apoyado contra ella.

—Cariño, lo siento. Sé que debí haber manejado esto de otra manera. No quería que sintieras que te estoy controlando. Es solo que... no puedo soportar la idea de que te pase algo malo.

Sus palabras empezaron a calar en mí, pero todavía estaba herida.

—Isabella, te amo. No puedo perderte. Por favor, perdóname.

Me acerqué a la puerta, apoyando la frente contra ella.

—Max, no es tan simple. Necesito sentir que tengo algo de control sobre mi vida por un momento.

—Lo entiendo –  respondió suavemente. – Y te prometo que intentaré ser mejor en eso. Solo por favor, abre la puerta. Déjame demostrarte que puedo cambiar.

Abrí la puerta lentamente, encontrándome con los ojos suplicantes de Max. Se veía vulnerable, algo que rara vez mostraba. Me envolvió en sus brazos, y aunque todavía estaba dolida, me permití derretirme un poco en su abrazo.

—Te amo, Isabella _  susurró contra mi cabello. – No puedo prometer que no me preocuparé, pero prometo tratar de darte el espacio que necesitas.

—Está bien –  respondí en voz baja. –Solo necesito que confíes en mí también.

Asintió, apretándome con más fuerza.
—Lo haré. Te lo prometo.

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