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Isabella

Me levante mientras sentía como mi nuevo gatito, se subía encima mío, lo acaricie y luego me doy la vuelta, pero no veo a max, salgo del cuarto, y al bajar las escaleras, me llega un olor a comida, corro para la cocina y lo veo.

—Buenos días cariño.– me dice para luego darme un beso.

—¿No tiene veneno?– señaló lo que está cocinando y el se empieza a reír.

—¿Y si eso tiene veneno?– bromeé, sin saber que mis palabras iban a desencadenar una respuesta tan intensa.

Max me observó, sus ojos oscuros y serios. La broma no había tenido el efecto que esperaba. En cambio, vi un destello en su mirada, algo que hizo que mi corazón se acelerara. Deslizó sus manos por mis brazos, sosteniéndome suavemente, pero con un toque firme que me hizo sentir su control.

<< Agarrenme que me voy>>

—¿Qué clase de veneno crees que sería, Isabella?–  murmuró, su voz baja y profunda. Podía sentir cómo su tono se volvía más oscuro, más posesivo. –Uno que haría que nunca pudieras escapar de mí. Que cada vez que pienses en alejarte, sientas que no puedes. Que sepas que eres mía, solo mía, y que siempre lo serás.

<< Y que vivan los hombres >>

Mi respiración se entrecortó mientras sus palabras se filtraban en mi mente. La intensidad en su voz, el deseo en sus ojos, todo me hacía sentir atrapada, pero de una manera que no quería escapar. Su cercanía, el calor de su cuerpo contra el mío, me hacían olvidar cualquier resistencia.

—¿Me estás diciendo que ya estoy envenenada?– susurré, intentando mantener la calma, pero sintiendo la creciente presión en mi pecho.

Max deslizó una mano por mi mejilla, bajando lentamente hasta mi cuello, su pulgar acariciando la base de mi garganta.

—Isabella, ya te he dado ese veneno desde el primer día que te vi. Y lo sientes, ¿no es así? Esa necesidad de estar cerca de mí, de pertenecerme. No hay escapatoria, porque te tengo, y siempre te tendré.

El aire en la cocina parecía más denso, cargado de una mezcla de deseo y algo más oscuro. No podía apartar la mirada de él, atrapada por la promesa en sus palabras, por la posesión que irradiaba cada vez que hablaba. Sentí sus labios rozar mi oído, enviando un escalofrío por mi columna.

—Y, Isabella– continuó, su voz un susurro peligroso, –si este fuera un veneno real, no dudarías en tomarlo, ¿verdad? Porque en el fondo, sabes que lo quieres, que lo deseas, ser solo mía.

El mundo parecía detenerse en ese momento, solo éramos él y yo, con sus palabras resonando en mi mente. No pude responder, solo asentí ligeramente, sintiendo cómo el deseo se mezclaba con la rendición. Max me sonrió, una sonrisa que llevaba consigo una promesa oscura, una promesa de que ya no había vuelta atrás.

La tensión en la cocina era palpable, cargada de deseo y algo más profundo, más oscuro. Max seguía mirándome con esos ojos que parecían atravesarme, mientras mi corazón latía con fuerza, anticipando lo que vendría. No pude resistir más, y él tampoco.

Se inclinó hacia mí, atrapando mis labios con los suyos en un beso que no dejaba espacio para dudas. Era un beso posesivo, lleno de necesidad, como si quisiera marcarme como suya en ese mismo instante. Sentí cómo sus manos fuertes se posaban en mi cintura, levantándome con facilidad y colocándome sobre la isla de la cocina. A pesar de que estaba sentada sobre la superficie de mármol, mi altura apenas alcanzaba a llegarle al pecho. La diferencia de estatura solo hacía que me sintiera más vulnerable, más a su merced.

Max se posicionó entre mis piernas, que se abrieron instintivamente para darle espacio. Con una mano firme, me sujetó por la cadera, mientras la otra recorrió mi cintura lentamente, haciendo que cada músculo de mi cuerpo se tensara con anticipación. Su toque era ardiente, casi doloroso en su lentitud, hasta que finalmente sus dedos llegaron a mi parte más íntima.

El contacto con mi clítoris fue eléctrico. Un gemido bajo se escapó de mis labios, incapaz de contener la oleada de placer que su toque provocaba. Sentí que todo mi cuerpo reaccionaba a él, a ese simple pero intenso roce que encendía algo primitivo dentro de mí. Max lo sabía, y lo disfrutaba; podía verlo en su sonrisa satisfecha, en la manera en que sus ojos brillaban con posesión.

Pero justo cuando el momento alcanzaba su clímax, el timbre de la puerta sonó, rompiendo el hechizo. La interrupción fue brusca, como un balde de agua fría que nos sacó de ese instante de abandono. Max se detuvo de inmediato, un gruñido bajo escapando de su garganta. Sus ojos se endurecieron, llenos de enojo por haber sido interrumpido.

—Quédate aquí– ordenó con una voz que no admitía réplica, mientras se alejaba de mí.

Lo vi caminar hacia la puerta, su espalda tensa, sus manos apretadas en puños. Estaba claro que quienquiera que estuviera del otro lado había cometido un grave error al interrumpirnos. Aun así, me quedé donde estaba, incapaz de moverme, todavía en shock por lo que acababa de suceder. Mi cuerpo temblaba ligeramente, no solo por el frío del mármol bajo mí, sino por la mezcla de emociones que me inundaban: deseo, sorpresa y un poco de temor.

El silencio que dejó Max al salir de la cocina era abrumador. Todo había sucedido tan rápido que me costaba procesarlo. Mis labios aún sentían el ardor de su beso, y mi piel, el rastro de sus caricias. ¿Cómo habíamos llegado a esto? Mis pensamientos estaban desordenados, tratando de darle sentido a lo que acababa de pasar. Sin embargo, la respuesta era clara: Max había dejado claro que era suyo, y no había nada que pudiera hacer para escapar de esa realidad.

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Llegó por quién llorabannnn

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