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Isabella

Había pasado una semana tranquila en la mansión, casi como si todo lo malo que habíamos vivido antes se hubiera desvanecido. Hoy, la familia de Max llegó para pasar el día con nosotros. Sus hermanos, Lucca y Aless, no perdieron tiempo y se metieron de inmediato en la piscina junto con Camila, la novia de Aless. Mientras tanto, Max y yo subimos a nuestras habitaciones para ponernos los trajes de baño.

Decidí ponerme uno de mis trajes favoritos, un bikini sexy y bonito que me hacía sentir segura y un poco atrevida. Me miré en el espejo, sonriendo al ver cómo me quedaba. Cuando salí de la habitación, me encontré con Max en el pasillo, y caminando hacia él, le pregunté:

—¿Cómo me veo?

Max se detuvo para observarme, su mirada recorriendo cada centímetro de mi cuerpo con una sonrisa pícara.

—¿Quieres la respuesta verbal o la física? —preguntó, con esa expresión que siempre lograba hacerme sonrojar.

Me quedé pensativa por un segundo, intentando decidir qué decir, pero antes de que pudiera responder, noté cómo su mirada se dirigía hacia su entrepierna. Sentí cómo mis mejillas se encendían al instante, el nerviosismo me invadió.

<< Señor este es el cielo? >>

—¡Max! —exclamé, dándole un leve empujón en el pecho para disimular lo nerviosa que me sentía.

Max soltó una risa baja y se acercó más, inclinándose para darme un beso suave, uno de esos que siempre me hacían olvidar el mundo.

—Te ves increíble, cariño. —Susurró contra mis labios antes de apartarse un poco—. Pero si prefieres salir ya, también puedo esperar.

Me aparté un poco, tratando de mantener la compostura.

—No, mejor vamos afuera. Nos están esperando —dije, sonriendo para ocultar mis nervios.

—Como quieras, princesa —respondió Max, con una sonrisa y un guiño, siguiendo mi juego.

Bajamos juntos al jardín y, al llegar a la piscina, no pudimos evitar reírnos de lo que vimos. Lucca y Aless estaban en plena guerra de agua, usando pistolas de juguete, mientras Camila intentaba esquivar los chorros, riéndose y gritando al mismo tiempo.

—¡Aless, te voy a ganar! —gritó Lucca, mientras lanzaba un chorro directo a la cara de su hermano.

—¡En tus sueños! —respondió Aless, tratando de cubrirse mientras le disparaba de vuelta.

—Parece que la competencia está dura —le dije a Max, riéndome mientras observaba la escena.

—Sí, pero aún no han visto nada. —Max sonrió, quitándose la camiseta de un tirón y lanzándose al agua sin previo aviso.

Yo me quedé en la orilla, mirando cómo Max se unía a la batalla, lanzando agua a sus hermanos sin piedad. Camila, intentando evitar el caos, nadaba hacia una esquina, pero Aless no la dejó escapar, salpicándola de todas maneras. No pude evitar reírme al ver la escena.

—¿Te vas a quedar ahí parada o piensas unirte? —me gritó Lucca, con una sonrisa de desafío.

—¡Prepárate para perder, Lucca! —grité de vuelta antes de zambullirme en la piscina.

Pronto, todos estábamos en plena guerra de agua, riendo y jugando como si no hubiera un mañana. En un momento, Max intentó levantarme en el agua para protegerme de los ataques de sus hermanos, pero terminé resbalando y hundiéndonos a ambos, provocando una nueva ola de risas.

—¡Eso fue trampa! —le dije a Max entre risas cuando salimos a la superficie.

—Todo vale en el amor y la guerra, Isa —respondió él, dándome un beso rápido en los labios antes de volver al caos.

La tarde pasó volando entre risas, salpicaduras y bromas. Hubo un momento en el que Aless intentó subirse a los hombros de Max para un juego de "caballitos", pero Lucca lo derribó antes de que pudiera estabilizarse, lo que provocó otra ronda de risas.

Justo cuando pensaba que no podía ser un día más perfecto, el timbre de la puerta sonó, interrumpiendo el momento. Me sequé rápidamente y le dije a Max que iba a ver quién era. Él decidió acompañarme, aunque se quedó unos pasos atrás mientras yo iba adelante.

Cuando llegué a la puerta y la abrí, me quedé congelada. Ahí, parados frente a mí, estaban mis padres. No podía creerlo. Sentí cómo mi estómago se revolvía y mi corazón se aceleraba.

Max, que venía detrás, notó mi reacción y se acercó de inmediato, poniéndose detrás de mí en modo protector.

—¿Quién los dejó pasar? —preguntó con voz seria y llena de enojo, clavando sus ojos en ellos.

Mis padres ni siquiera pestañearon, sus rostros mostraban esa misma frialdad que recordaba de toda mi vida. La burbuja de tranquilidad que había disfrutado durante la semana se desinfló en un instante, dejando en su lugar una tensión que se podía cortar con un cuchillo.

—Vinimos a hablar contigo, Isabella —dijo mi madre finalmente, con su voz tan fría como siempre.

Max apretó ligeramente mi hombro, como si estuviera listo para intervenir en cualquier momento. Yo, en cambio, no podía encontrar las palabras. Todo el día de diversión en la piscina, las risas y la tranquilidad, se sentían como si hubieran sido de otro mundo, uno del que ahora estaba demasiado lejos.

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