𝐂𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟓𝟎

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 -𝐄𝐥 𝐮́𝐥𝐭𝐢𝐦𝐨 𝐚𝐝𝐢𝐨́𝐬

La alarma sonó a las seis en punto, y al abrir los ojos, me invadió esa mezcla de tristeza y alivio que no sentía hace mucho. Me desperecé con esfuerzo, como si el peso de la noche todavía estuviera sobre mis hombros, y me arrastré hacia el baño. Era una mañana cálida de verano, pero el aire se sentía espeso, como si Buenos Aires no quisiera soltarme. Me lavé los dientes, hice lo necesario, y luego dejé que el agua de la ducha cayera sobre mí como si fuera capaz de llevarse las últimas dudas que pudiera tener.

Me vestí con lo primero que encontré, algo liviano y cómodo, porque sabía que el viaje iba a ser largo, y en Bahía el calor era intenso en esta época. Fui a la cocina y preparé un café bien cargado, de esos que tomo solo en momentos importantes. Las tostadas se doraban en la tostadora mientras miraba el café gotear lentamente, y cada segundo que pasaba me hacía más consciente de que esta era la última vez que iba a estar en este departamento, este lugar que fue mi refugio y mi cárcel al mismo tiempo.

Terminé el desayuno con los ojos perdidos en la ventana, mirando la ciudad despertar con su ritmo frenético, como si todo siguiera igual, como si el mundo no se diera cuenta de que yo me estaba yendo. Terminé el café, suspiré, y me quedé ahí, en silencio, observando cada rincón, como si quisiera grabarlo todo en la memoria antes de irme. Agarré la maleta, me aseguré de tener el celular y los documentos a mano, y me paré en la puerta. Miré una última vez el departamento y me salió en voz baja: "Es hora de dejarte volar".

Con esa mezcla de nostalgia y determinación, cerré la puerta detrás de mí y bajé las escaleras. El peso de la valija no era nada comparado con el nudo que sentía en el pecho. Salí del edificio y empecé a caminar hacia la parada de colectivo que me llevaba a la terminal. La calle todavía estaba tranquila, y las primeras luces del sol pintaban la ciudad de un naranja cálido que contrastaba con mi estado de ánimo. No sabía si estaba lista para dejarlo todo atrás, pero también entendía que no podía seguir sosteniendo lo que ya no existía.

Subí al colectivo y me senté junto a la ventana, mirando cómo las calles de Buenos Aires pasaban lentamente. Era una ciudad que siempre había tenido sus encantos, sus misterios, sus rincones escondidos que me hacían sentir en casa y extranjera al mismo tiempo. Pero ahora, cada esquina, cada avenida, cada café, estaba impregnado de recuerdos que me hacían daño. Todo me recordaba a él. A Rodrigo. A las promesas rotas, a las noches en las que me quedé esperando un mensaje que nunca llegó.

                                    (...)

Llegué a la terminal a las 7:15 , el movimiento de gente era incesante. Parejas despidiéndose, familias abrazándose, viajeros apurados. Era como si todo el mundo estuviera en un punto de partida o de llegada, y yo, en el medio de todo eso, sintiéndome tan pequeña y tan perdida. Miré el micro que estaba estacionado y le di un último vistazo a Buenos Aires, sabiendo que esta despedida era real, que no iba a volver a mirar atrás.

Subí al micro, guardé la valija en el compartimento y me senté junto a la ventana, intentando tragar el nudo en la garganta. Cuando el micro arrancó, mis ojos se llenaron de lágrimas. No eran lágrimas de tristeza, sino de desahogo, de haber tenido el coraje de decirle adiós a esta ciudad que me dejó cicatrices, a este lugar donde di todo sin recibir nada a cambio. A este lugar que fue testigo de todos mis intentos, de todas las veces que me caí y volví a levantarme, de todos los momentos en que me aferré a algo que solo existía en mi cabeza.

Mientras el micro avanzaba, puse los auriculares y busqué en mi playlist. Elegí una canción que siempre me acompañaba en mis peores momentos, una que me hacía sentir que, aunque todo estuviera roto, todavía había algo en mí que no se había rendido. Al escuchar las primeras notas, las lágrimas empezaron a caer sin que pudiera controlarlas.

—¿Por qué fuiste así conmigo, Rodrigo? —me pregunté en voz baja, como si él pudiera escucharme, como si de alguna manera este adiós también fuera para él.

No había sido fácil tomar esta decisión. Durante mucho tiempo pensé que podía sanar quedándome, que podía encontrar mi paz en el mismo lugar donde él me había herido. Pero entendí que a veces, para curarse, uno tiene que irse, dejar el pasado atrás. Porque si no, terminás atrapada en un ciclo que no tiene fin, esperando respuestas que nunca llegan, aferrada a alguien que nunca va a cambiar.

Los kilómetros se acumulaban mientras Buenos Aires quedaba atrás y Bahía Blanca se acercaba. Era una ciudad que me daba paz, que me recordaba quién era yo antes de todo, antes de Rodrigo, antes de todos esos sueños rotos y de las noches en vela. Era mi lugar, mi refugio, y sentía que volver a él era la única manera de reencontrarme conmigo misma, de volver a ser esa Valen que soñaba en grande, que creía en el amor sin reservas.

Mientras el paisaje cambiaba y el sol se alzaba más alto, cerré los ojos y respiré hondo. Sentí el alivio de saber que estaba haciendo lo correcto, de saber que, aunque me doliera, este adiós era lo que necesitaba para seguir adelante. Tal vez el amor duele, tal vez cuesta soltar a alguien que una vez fue todo, pero en el fondo, también entendía que este dolor era necesario, que solo así iba a poder encontrarme de nuevo, que solo así iba a poder mirar hacia el futuro sin mirar hacia atrás.

Este era el último adiós, y aunque mi corazón todavía latía por él, aunque Rodrigo seguía ocupando un espacio en mis recuerdos, sabía que este era el primer paso hacia una vida sin él

Me quedé mirando por la ventana mientras Buenos Aires se quedaba atrás, más allá de los edificios y el ruido, más allá de todo lo que había vivido en esta ciudad. Saqué el celular y, sin pensarlo mucho, le saqué una foto al cielo que estaba naranja, que reccien salia el sol.

@RiccardiVal Via Instagram Stories ⋙⋙

Subí la foto del amanecer desde la ventana del micro, esos colores anaranjados difuminándose en el horizonte mientras dejaba atrás la ciudad que me lo dio todo y me lo quitó igual

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Subí la foto del amanecer desde la ventana del micro, esos colores anaranjados difuminándose en el horizonte mientras dejaba atrás la ciudad que me lo dio todo y me lo quitó igual. Lo acompañé con una frase que sentía en el pecho: "A veces, las despedidas son tan hermosas que te hacen dudar, aunque duelan."

Era una mezcla de nostalgia y alivio. Buenos Aires, pensé, te dejo, pero te llevás tanto de mí que, por un rato, me va a costar reconocerme.

Apoyé la cabeza contra el asiento, y mientras el micro arrancaba, sentí cómo una mezcla de emociones se me arremolinaban en el pecho. Era una especie de alivio y tristeza a la vez, un nudo en la garganta y la esperanza de que Bahía, ese lugar donde todo empezó, me diera el respiro que tanto necesitaba.

Saqué los auriculares y puse una playlist melancólica, el tipo de música que te hace repasar cada recuerdo como si fuera una película. No sé cuánto tiempo había pasado cuando vi que alguien había reaccionado a mi historia, pero esta vez me prometí no mirar. Dejé el celular en silencio y cerré los ojos, intentando encontrar paz en ese viaje, en ese "hasta luego" definitivo a todo lo que alguna vez significó Buenos Aires para mí.

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Buen Luness

Ya se va terminando Noviembree, ya se siente el espiritu navideñoo🎅 ahre

Disfruten del capitulo, Espero que les guste 

Devuelvanme a el Invierno xfa

Disfruten,Voten, Comenten y sean unos Tios chill de cojones

𝐂𝐞𝐫𝐜𝐚 𝐝𝐞 𝐓𝐢 - 𝐑𝐨𝐝𝐫𝐢𝐠𝐨 𝐂𝐚𝐫𝐫𝐞𝐫𝐚-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora