Las luces de emergencia en la comisaría seguían parpadeando, su frío destello iluminaba los rostros tensos de todos. Habíamos reunido lo que quedaba de equipamiento: seis linternas, cinco porras, un par de pistolas para cada uno, cuatro cuchillos y algunas botellas de agua. También habíamos encontrado un par de mapas viejos de la ciudad y otros artículos que tal vez nos servirían. No era mucho, pero en estos momentos, cualquier cosa era mejor que nada.
Mientras revisaba el equipo, sentía que todo esto era irreal. Las porras, los cuchillos y las armas se sentían pesados en mi mochila, una mezcla de equipamiento y suministros que hubiera parecido un inventario de película antes de hoy. Miré a Matt, que estaba ajustándose su propia mochila y revisando el mapa que habíamos extendido sobre una de las mesas. Sus ojos estaban serios, como si intentara descifrar el camino más seguro en un territorio desconocido.
—Esto es muy poco —murmuré mientras terminaba de acomodar mis cosas.
Derek, que estaba sentado en un rincón afilando uno de los cuchillos que habíamos encontrado, soltó una risa irónica.
—En una situación así, nena, todo es poco. Nos toca apañarnos con lo que hay.
Lo miré con desaprobación, pero decidí no decir nada. Cada minuto en su compañía era un recordatorio de lo poco que me gustaba depender de alguien como él. Pero no podía ignorar que necesitábamos esas armas de su bar si queríamos sobrevivir.
Matt se acercó y señaló una calle en el mapa.
—Tu bar está en esta calle, ¿verdad, Callahan? —le preguntó, con tono práctico.
Derek asintió, sin levantar la mirada.
—Sí, está a unos treinta minutos en coche... si no estuviera todo bloqueado, claro.
Henry, que había estado revisando su equipo en silencio, intervino.
—Creo que lo mejor sería ir poco a poco. Si vemos que el coche no puede avanzar, cambiamos a pie. Tal vez podamos encontrar algunas bicis o motos por el camino que nos ayuden a movernos más rápido.
Asentí, considerando la idea. —Es verdad, sería mejor. Podemos maniobrar mejor en calles estrechas si vamos a pie.
Derek resopló, claramente impaciente. —La única opción que tenemos ahora es el coche. No voy a perder el tiempo buscando bicis por ahí. Nos movemos en coche y punto.
Nos miramos con frustración, pero no tenía sentido discutir. Al final, íbamos a necesitar todos los recursos posibles, así que dejé pasar su terquedad por el momento.
—Está bien —concedió Matt—. Iremos en coche hasta donde podamos y, si no avanzamos, decidimos entonces.
Derek parecía complacido con la decisión y volvió a centrarse en su cuchillo. Miré el reloj; faltaban un par de horas para el amanecer.
—En cuanto salga el sol, nos movemos —decidí en voz alta—. Y en cuanto oscurezca, encontramos refugio seguro y paramos.
Henry asintió. —Tiene sentido. Esos... bichos... —se estremeció, como si la idea aún no se asentara en su mente—, seguro se vuelven más peligrosos en la oscuridad.
Hubo un momento de silencio, y cada uno quedó perdido en sus pensamientos. Después, Henry propuso que comiéramos algo para recuperar fuerzas antes de salir. Estábamos agotados, pero sabíamos que descansar o dormir profundamente era un lujo que no podíamos permitirnos ahora.
Me acerqué a la máquina expendedora, buscando algunas monedas en el bolsillo. Justo cuando iba a introducirlas, sentí la presencia de Derek a mi lado. Me miró y soltó una risa sarcástica.
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SIN REFUGIO
Science FictionSeattle ha caído en el caos. Un virus mortal ha convertido a los infectados en criaturas violentas, y la ciudad es ahora un campo de batalla. La oficial Tessa Morgan está atrapada en la comisaría junto a su compañero Matt y un peligroso criminal, De...