CAPITULO 3

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TESSA

Las luces frías de la comisaría parpadeaban levemente, como si también sintieran la tensión en el aire. Yo estaba sentada frente al ordenador, intentando concentrarme en el papeleo, pero cada pocos segundos mi atención se desviaba hacia el aluvión de llamadas que no dejaban de llegar. Los teléfonos sonaban sin parar, el eco de los timbres mezclándose con el murmullo de voces alarmadas y las sirenas que zumbaban desde las patrullas.

Afuera, el caos parecía haberse convertido en la nueva norma. Desde donde estaba, podía ver a mis compañeros salir de dos en dos, apresurados, con el ceño fruncido y el ritmo acelerado. Algunos ni siquiera llevaban la chaqueta puesta; simplemente agarraban el equipo y corrían hacia las patrullas, como si no hubiera un segundo que perder.

—¡Necesitamos refuerzos en el sector sur! Un grupo ha intentado irrumpir en una farmacia, están saqueando los suministros —gritó un oficial al pasar, sosteniendo el comunicador con la mandíbula tensa.

Otro grupo de oficiales cruzó la sala, saliendo en tropel, mientras las sirenas se encendían y se alejaban rápidamente. Sus caras mostraban agotamiento y miedo, emociones que hasta ahora no había visto en la mayoría de ellos. Los teléfonos de emergencia no dejaban de sonar, y en cada llamada se sentía el pánico creciente.

—Aquí Unidad 3-4, necesitamos asistencia en la calle Fifth, tenemos una multitud descontrolada tratando de acceder al hospital central. ¡Repito, necesitamos refuerzos! —La voz en la radio temblaba, algo inusual en un oficial con experiencia.

Mis manos se tensaron sobre el teclado, pero mi mirada seguía fija en la puerta, observando cómo cada grupo de compañeros salía sin mirar atrás, como si lo que estuviera ocurriendo ahí fuera no tuviera vuelta atrás. La comisaría, que en cualquier otro momento estaría llena de risas o comentarios sarcásticos, ahora solo estaba envuelta en silencio interrumpido por las voces de auxilio que sonaban en la radio.

Rob, que estaba cerca de la televisión, de repente subió el volumen, rompiendo el tenso murmullo de la sala. Alcé la vista hacia la pantalla, donde el presidente del gobierno aparecía en directo, con una expresión grave y el emblema de la nación a sus espaldas. Todos los que quedaban en la comisaría se detuvieron por un momento para escuchar.

—Dada la gravedad de los eventos que estamos presenciando en todo el país —anunció el presidente con voz solemne—, declaro el estado de alarma y el cierre de fronteras. A partir de este momento, se cancelan todos los vuelos nacionales e internacionales. Se recomienda a todos los ciudadanos permanecer en sus hogares y evitar el contacto cercano con personas que presenten síntomas. La situación es crítica, pero estamos tomando todas las medidas necesarias para asegurar su seguridad.

Sus palabras cayeron como una losa. Un par de agentes comenzaron a murmurar, y algunos incluso alzaron la voz, hablando sobre sus familias y sobre la necesidad de marcharse. Vi cómo se acercaban al jefe de la comisaría, uno tras otro, pidiéndole permiso para dimitir y poder estar con sus seres queridos. Él simplemente asentía, entendiendo la gravedad del momento. Nadie los iba a detener si decidían abandonar el barco en ese instante.

Matt, que había permanecido a mi lado en silencio, dejó escapar un suspiro y me miró con una mezcla de preocupación y desconcierto.

—Tessa, esto se está descontrolando —murmuró, sus ojos reflejando una incertidumbre que no era habitual en él.

Nos miramos en silencio por un segundo, intentando comprender lo que significaba este estado de alarma y las cancelaciones de vuelos. Ambos sabíamos que esto ya había pasado de ser una simple emergencia.

Mientras Matt y yo compartíamos ese momento de silenciosa comprensión, tomé mi teléfono y marqué el número del hospital, con los nervios cada vez más tensos, esperando que alguien contestara. Tras varios tonos, finalmente una enfermera respondió.

SIN REFUGIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora