CAPITULO 12

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El frío de la noche aún cala en mis huesos mientras avanzamos sigilosamente por las calles desiertas de Seattle, iluminados solo por las linternas que agitamos frente a nosotros. Nos movemos en silencio, cada crujido bajo nuestras botas resuena como un grito en la quietud de la madrugada. Finalmente, encontramos otro bajo que parece adecuado, similar al que usamos anteriormente. Matt inspecciona las ventanas y las esquinas. Derek se adelanta, sus ojos oscuros se mueven con la familiaridad de alguien acostumbrado a sobrevivir.

—Shhh... en silencio —susurra, y todos asienten, el aire tenso se vuelve aún más espeso.

La puerta está cerrada, pero Derek no se detiene. Se agacha, sacando de su bolsillo un pequeño estuche con herramientas. La precisión con la que mueve las manos, la destreza con la que hace girar las herramientas, me recuerda por qué siempre he sentido desconfianza hacia él. No es solo su aura de peligro, sino la certeza de que ha pasado demasiado tiempo haciendo cosas de las que nunca querrá hablar.

"Cómo no, un criminal de nacimiento," pienso, mientras miro por encima de su hombro y vigilo la calle.

Un clic metálico anuncia que la puerta cede, y Derek empuja suavemente. Nos deslizamos dentro y yo cierro la puerta tras nosotros, asegurándola de la mejor manera posible. El lugar está en penumbras; apenas son las cuatro y media de la mañana, y la oscuridad nos envuelve como una manta pesada. La tensión se dispara al no poder ver más allá de nuestras linternas.

—Vamos a revisar la casa —susurro, aunque mis palabras apenas son un aliento entre dientes.

Avanzamos, cada paso un riesgo calculado, cada movimiento un recordatorio de que cualquier error podría costarnos caro. El silencio es ensordecedor, hasta que un crujido rompe la calma. De repente, el aire parece cristalizarse y antes de que podamos reaccionar, de la penumbra surgen tres figuras. Sus ojos muertos y rostros desencajados confirman lo que temía: una familia de infectados.

—¡Meteos al baño, ya! —grito, sintiendo cómo la adrenalina se precipita por mis venas. La pareja a nuestro lado obedece de inmediato, corriendo mientras el sonido de sus pasos y respiración se mezcla con los gruñidos amenazantes de los seres.

El primero, un hombre alto con el rostro devorado por la infección, se lanza hacia mí con las manos extendidas y dientes amarillentos, afilados como cuchillas. Levanto el machete y, con un golpe violento, desvío su ataque, cortando parte de su hombro. Un chorro de sangre oscura y viscosa brota y salpica mi rostro y brazos. No hay tiempo para procesar el asco; la adrenalina me mantiene alerta.

Derek aparece a mi lado, con un hacha en la mano, y con un grito salvaje, lo veo descender sobre el cuello del infectado. El crujido del hueso al romperse y el sonido de la carne desgarrándose se mezclan con los gemidos agónicos del ser que cae al suelo, convulsionando. Sin embargo, los otros dos avanzan, uno de ellos, una mujer con el pelo enmarañado y las pupilas dilatadas, lanza un alarido desgarrador antes de abalanzarse sobre Derek, obligándolo a retroceder.

—¡Derek, cuidado! —grito, mientras intento girarme para ayudarle, pero el tercer infectado, un adolescente con restos de ropa escolar, se lanza hacia mí. Caemos al suelo, la linterna rueda y proyecta luces erráticas por la habitación, creando sombras fantasmales en las paredes.

Siento el peso del infectado sobre mí, sus dedos gélidos rasgando mi camiseta mientras su aliento fétido me envuelve. Forcejeo, y con un último esfuerzo, consigo clavar el machete en su costado. La criatura emite un gorgoteo mientras una mezcla de saliva y sangre cae sobre mí. Lo empujo con todas mis fuerzas, tirándolo a un lado, jadeando por el esfuerzo.

Matt se une a la pelea, su hacha corta el aire con un sonido sibilante. Logra hundirla en la espalda de la mujer que atacaba a Derek, y el impacto la hace tambalearse, aprovecha el momento para reventarle la cabeza. La sangre salpica el suelo, y el cuerpo se desploma con un golpe seco.

SIN REFUGIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora