CAPITULO 13

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El 22 de noviembre de 2025, Seattle se había convertido en una sombra oscura y rota de lo que una vez fue. En tan solo seis días, la ciudad y el país entero se habían desmoronado bajo la rápida propagación de la infección que había comenzado como un rumor y había explotado en un caos inimaginable. Primero cayó el sur, como una chispa que encendió un incendio que nadie pudo controlar. Las zonas de cuarentena, erigidas a toda prisa, se derrumbaron bajo la presión de la marea de infectados y el pánico de la población. Los militares, que inicialmente habían prometido proteger a la población, fueron superados y cayeron en cuestión de días. El segundo día, la primera de las tres zonas de cuarentena del norte sucumbió. Hoy, al sexto día, la desesperación se respiraba en cada rincón de Seattle.

Matt estaba sentado en un bajo abandonado, apenas a dos horas del bar de Derek, el refugio que esperaban alcanzar para encontrar algún vestigio de seguridad. En su mano, un viejo radio transmisor crujía mientras intentaba captar alguna señal. El silencio estático era ensordecedor, y la única compañía era el murmullo de la conversación en la habitación contigua. Derek hablaba con Tessa, su voz grave y ansiosa se filtraba por las paredes.

—Mañana, por fin llegaremos al bar. Espero que mis hombres hayan resistido —la voz de Derek cargaba una mezcla de esperanza y desesperación.

—Espero que sí —respondió Tessa, su tono más suave de lo habitual, lo que denotaba un cansancio emocional que todos compartían.

El tiempo que habían pasado juntos los había forzado a confiar los unos en los otros, un vínculo que se había forjado bajo la constante amenaza y el miedo. La situación no avanzaba tan rápido como deseaban; la desesperación de no poder moverse más deprisa era palpable, pero al menos habían mantenido la calma. Ana y Samuel, la pareja que habían rescatado hace días, se habían integrado al grupo, y, a pesar de las circunstancias, todos se estaban acostumbrando a la compañía mutua. En estos días, se había formado un equipo improbable, una alianza nacida de la necesidad.

Pero no todo era armonía. Matt y Tessa habían estado raros desde aquel abrazo en el que, por un momento, el peso del mundo pareció desaparecer. La cercanía había sido incómoda para ambos, y desde entonces, habían mantenido una distancia incómoda. La tensión era palpable, y ambos lo sentían, aunque ninguno se atrevía a hablar al respecto.

Derek, por otro lado, estaba al borde de la desesperación. Cada día que pasaba sin llegar al bar era un día más de incertidumbre. Sus hombres, su refugio, su seguridad... todo estaba en juego. Pero entre las sombras de la ansiedad, había algo más. Tessa. Su presencia autoritaria y la forma en que lo trataba, como si fuera un niño descarriado, le provocaba una mezcla de irritación y atracción que no podía ignorar. Ella lo ponía en su lugar, y eso lo intrigaba. La manera en que sus ojos se endurecían cuando le hablaba, cómo apretaba los labios al rebatirle; todo eso lo mantenía despierto en las noches, haciéndole imaginar cosas que sabía que no debería.

Pasaba horas observándola sin que ella lo notara. La luz de la linterna que resaltaba la línea de su mandíbula, la curva de su cuello cuando giraba la cabeza... todo de ella le atraía. No era solo su belleza; era esa fortaleza inquebrantable que desprendía, su firmeza y la autoridad que solo aplicaba con él, como si lo retara constantemente.

Por su parte, Tessa también sentía el cambio en la dinámica del grupo. Matt, su amigo de años, parecía más distante. Aquel abrazo había sido diferente. Había algo en la forma en que sus brazos la rodearon, algo que había provocado un latido acelerado en su pecho que la dejó confundida. Ahora, cada vez que intercambiaban palabras, la incomodidad flotaba en el aire como un peso invisible.

Y con Derek... bueno, con él todo era diferente. El tira y afloja constante, las discusiones que a veces terminaban en risas y otras en miradas cargadas de desafío, la hacían sentirse viva en medio del infierno que estaban viviendo. Era fácil dejarse llevar por ese juego, aunque sabía que su mente debía estar enfocada en Lara, su hermana. Todo esto, la tensión, las emociones revueltas, se sentían como un lujo que no podía permitirse, pero no podía evitarlo. Derek la sacaba de quicio, y, sin embargo, había algo en él que la hacía seguir buscando su mirada.

Matt observaba en silencio, incapaz de ignorar la manera en que Derek y Tessa interactuaban. Sentía una punzada de celos, algo que lo incomodaba profundamente. No era propio de él sentirse así, pero no podía negarlo. Cada vez que veía a Tessa responder a uno de los comentarios sarcásticos de Derek con una sonrisa o un brillo en los ojos, algo dentro de él se tensaba. Era como si estuviera perdiendo algo que nunca había tenido del todo.

—¿Escuchaste algo? —preguntó Derek, irrumpiendo en la concentración de Matt mientras entraba en la habitación.

—Nada —respondió Matt, soltando un suspiro. —Solo silencio y estática. Pero seguiré intentándolo.

Derek asintió, su mirada desviándose por un segundo hacia la otra habitación, donde Tessa estaba revisando sus armas. Un destello de algo oscuro y voraz pasó por sus ojos antes de que volviera a centrar la atención en Matt.

Samuel miró el reloj por enésima vez, los nervios recorriéndole la espalda como una corriente eléctrica. Ana llevaba 40 minutos encerrada en el baño, un tiempo que, en las circunstancias actuales, era mucho más que preocupante. Frunció el ceño y se acercó a la puerta, golpeándola suavemente al principio.

—Ana, ¿estás bien? —preguntó, su voz temblorosa. No hubo respuesta. Golpeó la puerta con más fuerza—. ¡Ana! ¡Responde!

El silencio se volvió opresivo, sofocante. Samuel retrocedió, su pecho subía y bajaba con rapidez. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia la sala donde Matt, Derek y Tessa estaban reunidos, sus rostros se tensaron al verlo entrar con los ojos desorbitados y la respiración agitada.

—Algo no va bien —dijo Samuel, su voz quebrándose—. Ana no responde.

La atmósfera en la sala cambió al instante. Matt se levantó de un salto, con el rostro endurecido, mientras Tessa y Derek intercambiaban miradas rápidas y afiladas. Sin dudarlo, cada uno cogió sus armas, listos para lo peor.

Derek avanzó primero, su hacha en la mano y los ojos fríos como el acero.

—¿Lleva ahí 40 minutos? —preguntó, sin apartar la vista de la puerta cerrada.

Samuel asintió, temblando.

—Sí, no responde, y eso no es normal. Ella nunca...

Derek lo interrumpió con un gruñido, su voz baja y cargada de tensión.

—¿La mordieron ayer en el supermercado? —le espetó, agarrando a Samuel por el cuello de la camisa.

Samuel negó con la cabeza, aterrorizado.

—¡No! Juro por Dios que no me mordieron y ella... ella solo fue agarrada, pero no hubo mordidas. Lo juro.

Derek lo soltó con un empujón, murmurando una maldición entre dientes.

—¡Joder! —dijo en voz baja, mirando a la puerta del baño.

—¡Eh, tranquilízate! —intervino Tessa, poniéndose frente a Derek, con el machete preparado—. No vamos a conseguir nada si seguimos así.

Matt, sin decir palabra, avanzó hacia la puerta.

—Voy a abrir —dijo, la voz firme y la mirada decidida.

—No, no lo hagas —replicó Derek, levantando una mano—. Si se ha transformado...

—Es mi mujer —gritó Samuel, la desesperación desbordándose de su voz—. Puede que solo se haya desmayado, que esté...

—¿De verdad lo crees? —Derek lo encaró, sus ojos brillaban con una mezcla de furia y miedo.

—¡Derek, basta! —Tessa lo empujó, cortando la discusión.

Matt se acercó más, levantó el pie y, con una patada fuerte, rompió la cerradura de la puerta. El sonido de la madera astillándose resonó por todo el lugar. Por un instante, todo quedó en silencio.

SIN REFUGIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora