CAPITULO 24

5 2 3
                                    


DEREK

Al ver a Tessa entrar en el edificio amarillo y cerrar la puerta tras ella, siento un peso enorme levantarse de mis hombros. Ella está a salvo. Max también. Hice lo correcto, aunque ahora me cueste admitirlo. Pero la horda aún me persigue, y sé que debo seguir adelante, alejarlos de aquí y darles la oportunidad de escapar, aunque eso signifique no volver a verlos. Respiro hondo y miro hacia adelante. No puedo detenerme ahora.

Pedaleo con todas mis fuerzas, cada impulso de mis piernas quemando mientras avanzo por las calles desiertas. Las calles se vuelven más amplias, las aceras más sucias y las fachadas de los edificios más abandonadas a medida que me acerco a las afueras de la ciudad. El cansancio se clava en mis músculos, pero no puedo ceder. Los gruñidos de esos seres me siguen, un recordatorio constante de lo que está en juego.

A lo lejos, veo una estación de servicio. Al lado de la gasolinera, un pequeño restaurante abandonado con ventanas rotas y polvo acumulado. Es mi mejor opción. Con un último esfuerzo, pedaleo hacia la estación, sin mirar atrás, sabiendo que la horda me sigue de cerca.

Llego a la gasolinera y salto de la bicicleta, dejándola tirada en el suelo mientras corro hacia el restaurante. Empujo la puerta y la cierro de golpe, el eco resonando en el silencio del lugar.

Tomo una mesa cercana y la arrastro hasta la puerta, bloqueándola lo mejor que puedo. Miro a través de las ventanas y veo las siluetas de los seres acercándose, sus cuerpos retorcidos y deformes reflejados en el vidrio. Están cada vez más cerca, y los primeros comienzan a golpear los cristales con fuerza, sus manos ensangrentadas dejando marcas en el vidrio.

—Mierda, mierda —murmuro, el pulso acelerado.

Suelto mi mochila en el suelo y saco el arma, revisando que tenga el cargador lleno. No puedo darme el lujo de quedarme sin municiones ahora. Tengo que asegurarme de que no haya más de esos bichos dentro. Me muevo lentamente por el restaurante, el sonido de mis pasos retumbando en el silencio opresivo. Mis ojos recorren cada rincón, cada sombra, buscando algún movimiento extraño.

Hay mesas volcadas y sillas desparramadas por el suelo. La cocina está al fondo, y avanzo hacia ella con el arma en alto, listo para disparar si algo salta hacia mí. Abro la puerta de la cocina y escaneo el lugar: ollas y sartenes oxidadas, comida enlatada en los estantes y el olor rancio de algo que se echó a perder hace mucho. Sigo caminando hacia una pequeña puerta trasera, empujándola con el pie para asegurarme de que esté cerrada. Al menos la cocina está despejada.

De repente, escucho un estruendo. La mesa que he puesto contra la puerta tiembla bajo el impacto de los golpes de los seres. Corro hacia el frente y veo cómo los cristales están empezando a resquebrajarse. Los barrotes son lo único que me separa de ellos, pero no aguantarán mucho tiempo. Esos malditos tienen más fuerza de la que aparentan.

Una idea comienza a formarse, arriesgada y suicida, pero es lo único que tengo.

Corro hacia la puerta trasera del restaurante, ajusto mi mochila y abro lentamente, intentando no hacer ruido, pero apenas salgo al exterior, me encuentro cara a cara con algunos de esos malditos seres. No hay tiempo para dudar.

Apunto y disparo, el estruendo del arma rompiendo el silencio. Uno de ellos cae al suelo y, antes de que los otros me rodeen, echo a correr hacia la escalera de metal en el lado del edificio, subiendo los peldaños lo más rápido posible. Lo he visto justo al llegar, esta escalera puede ser mi salvación. Rezo para que esos malditos no sepan trepar.

Cuando llego al techo, mis manos están temblando por la adrenalina, pero no puedo darme el lujo de ceder. Respiro hondo, echando un vistazo rápido al panorama. Desde aquí tengo una visión clara de los seres aglomerados abajo, sus cuerpos torpes chocando contra las ventanas y la puerta. El plan sigue tomando forma en mi cabeza: tengo que atraerlos hacia un solo punto y acabar con ellos de una vez. Camino por el techo hasta llegar justo encima de la gasolinera. Me acerco al borde del techo y saco la cuerda que cogimos en la ferretería, tratando de hacer un anzuelo improvisado con un trozo de metal oxidado que encuentro tirado.

Lanzo el gancho hacia la manguera de una de las bombas de gasolina. El primer intento falla, y casi me desespero, pero me obligo a concentrarme y a intentarlo de nuevo. En el tercer intento, el gancho se agarra, y tiro con todas mis fuerzas hasta que consigo subir la manguera al techo.

Con el peso de la manguera en mis manos y el olor de la gasolina llenando el aire, sé que estoy listo para el siguiente paso. Apunto mi pistola hacia el aire y disparo, el sonido atronador reverbera en la noche. Los seres, atraídos por el ruido, giran sus cabezas hacia el techo. Están justo donde los quiero.

Abro la válvula de la manguera y empiezo a rociarlos con gasolina. Los veo aglomerarse abajo, completamente empapados y confundidos por el líquido que cae sobre ellos.

Con una última bocanada de aire, saco una cerilla y la enciendo, observando la pequeña llama que podría cambiarlo todo.

Lanzo la cerilla, y en cuanto toca el suelo empapado, una explosión de fuego envuelve a los seres en un infierno ardiente. El calor es insoportable, y el rugido de las llamas consume el silencio, acompañándose de los gritos desgarradores de las criaturas mientras se retuercen en el fuego.

No hay tiempo que perder. Corro hacia la escalera y bajo lo más rápido que puedo, sintiendo cómo el fuego comienza a consumir el techo. Apenas llego al suelo, el restaurante y la gasolinera estallan en una bola de fuego, iluminando el cielo oscuro con un resplandor rojizo. No miro atrás, solo corro, dejando la explosión y el caos detrás de mí.

Corro sin detenerme, dejando atrás el infierno en llamas de la gasolinera. El calor de la explosión aún me quema la piel, y el eco de la detonación resuena en mis oídos como un trueno. No me atrevo a mirar atrás. Los músculos de mis piernas queman y cada respiración se siente como una puñalada en el pecho, pero sigo adelante, impulsado por la necesidad de poner distancia entre mí y esos seres.

Finalmente, después de unos minutos que se sienten como una eternidad, disminuyo el ritmo. Me apoyo en una pared, mis manos temblorosas aún aferradas al arma, mientras mi respiración intenta regularse. La adrenalina sigue corriendo, haciéndome sentir cada latido como una descarga eléctrica.

Miro a mi alrededor. Estoy en los bordes de la ciudad, y el silencio es pesado, interrumpido solo por los lejanos gruñidos de esas criaturas y el ocasional crujido de edificios abandonados. Necesito encontrar a Tessa y al resto.

Respiro hondo y me obligo a caminar. La sensación de alivio dura solo un instante antes de que el peso de la realidad caiga sobre mí. Sigo avanzando por las calles desiertas, observando cada sombra y cada rincón oscuro, buscando algún rastro de mis compañeros.

Mientras camino, mi mente vuelve a ellos, preguntándome dónde estarán, si habrán llegado a un lugar seguro o si estarán atrapados en algún rincón de esta ciudad en ruinas. Tessa... ella confió en que volvería. Y no pienso romper esa promesa.

Avanzo hacia el centro de la ciudad, forzando a mis piernas a moverse con determinación. Necesito encontrarlos.

SIN REFUGIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora