CAPITULO 7

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El garaje estaba sumido en una penumbra inquietante, a pesar de que el día había comenzado a despuntar en el exterior. La luz natural apenas se filtraba por las pequeñas ventanas cubiertas de polvo, y las sombras jugaban en las esquinas como si tuvieran vida propia. Bajamos las escaleras en silencio, con cada crujido y eco resonando en el aire cargado de tensión.

La puerta del garaje estaba entreabierta, y el metal oxidado chirrió suavemente al balancearse, como una advertencia sutil. El sonido me erizó la piel. Matt, que iba a mi lado, me lanzó una mirada de advertencia. Todo en su expresión gritaba cautela.

—¿Está abierta? —susurró Henry, el primero en notar la anomalía. Su voz, aunque baja, parecía retumbar en la oscuridad.

Derek chasqueó la lengua, visiblemente tenso. —Eso significa que cualquiera podría haber entrado durante la noche.

Apreté con más fuerza las llaves de la furgoneta en mi mano, sintiendo el sudor frío en mi palma. Habíamos decidido usar una de las furgonetas de la comisaría, la única que quedaba, los agentes se llevaron las demas. Pero ahora, la idea de cruzar el garaje para alcanzarla se sentía como caminar por un campo minado.

La respiración de todos era contenida, apenas audible, mientras avanzábamos con pasos lentos y calculados. Un ruido seco y metálico resonó en algún lugar del garaje, y mi corazón se detuvo por un instante. Matt levantó la mano, indicando que nos detuviéramos. Un segundo después, Henry, que iba al frente, alzó la cabeza y nos hizo una señal urgente para que guardáramos silencio.

—Mirad... —susurró Henry, señalando con un movimiento de cabeza hacia la parte trasera de un coche de patrulla. Allí, apenas visible en la penumbra, había una figura encorvada y temblorosa. La poca luz que entraba iluminaba lo suficiente como para ver el uniforme destrozado de un agente, manchas oscuras y húmedas cubriendo la tela. El ser estaba inclinado, su cuerpo sacudido por espasmos y un sonido bajo y gutural saliendo de su garganta.

El terror me envolvió como una manta fría. Sabía lo que eso significaba. Era otro de ellos.

Derek apretó los dientes y susurró con voz tensa. —Es un maldito agente... Se ha transformado.

El aire se llenó de una tensión casi palpable mientras intentábamos movernos hacia la furgoneta sin hacer ruido. Cada paso crujía bajo nuestras botas, y sentía el pulso en mis oídos. Las llaves temblaban en mi mano mientras trataba de evitar que el sonido metálico atrajera la atención del ser.

—Tessa, despacio —susurró Matt, sus ojos moviéndose de mí al monstruo y de vuelta.

Avanzamos con cuidado, y cada segundo parecía una eternidad. El agente infectado permanecía inmóvil, pero sus espasmos lo hacían parecer una bomba a punto de estallar. Mis dedos encontraron la cerradura de la furgoneta y, con un clic apenas audible, la puerta se abrió. Sentí que el aire se volvía más espeso.

De repente, el ser levantó la cabeza, y sus ojos vidriosos, inyectados en sangre, se posaron en nosotros. Por un segundo, nadie se movió, como si el tiempo se hubiera congelado. Entonces, un rugido bajo y gutural salió de su garganta, y el infectado se lanzó hacia nosotros con una velocidad que no parecía humana.

—¡Atrás! —gritó Henry, empujándonos hacia un lado mientras desenfundaba su arma.

El caos se desató en un instante. Matt disparó un par de veces, los disparos resonando en las paredes del garaje como truenos. Derek soltó un juramento y se lanzó al suelo, rodando para evitar el ataque del ser. La criatura, a pesar de los disparos, seguía avanzando, su cuerpo moviéndose como una marioneta rota y desquiciada.

—¡No se detiene! ¡A la cabeza, apunta a la cabeza! —grité, tratando de mantener la calma mientras mi cuerpo temblaba de miedo.

Derek levantó el arma y apuntó con precisión, disparando una vez más. El balazo impactó en la frente del infectado, y la criatura cayó de rodillas antes de desplomarse por completo. El eco del disparo aún resonaba en mis oídos cuando un silencio pesado cayó sobre el garaje.

SIN REFUGIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora