CAPITULO 11

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El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando miré por la ventana, el cansancio haciendo que mis párpados se sintieran pesados. La ciudad seguía sumida en una oscuridad inquietante, con solo algunas luces parpadeando a lo lejos. Las sombras bailaban en las paredes y me mantenía alerta, cada sonido amplificado por el silencio sepulcral de la noche.

De repente, sentí un movimiento a mi lado y me giré rápidamente, con la mano en el machete. Derek se había sentado frente a mí, con los ojos clavados en los míos, un destello de diversión y cansancio en su mirada.

—Ve a descansar, Tessa —dijo, su voz más suave de lo habitual-. Me toca a mí.

Solté una risa incrédula, incapaz de evitarlo. - A veces no te entiendo, Derek. Un momento eres insoportable y al siguiente... eres así. ¿Por qué eres así?

Él esbozó una sonrisa ladeada, la clase de sonrisa que siempre me había sacado de quicio. —Bueno, me gusta sacarte de tus casillas. Además, no soy yo quien lleva años arrestándote, ¿o sí?. Es normal que no sea muy amable contigo.

Rodé los ojos. -Bueno, si me das motivos...

El estaba a punto de contestarme, pero en ese instante, un grito desgarrador cortó el aire y ambos nos pusimos en alerta. Mi corazón se aceleró, y sin pensar, corrí hacia la ventana. En la penumbra, vi a una mujer corriendo por la calle, con el terror marcado en cada movimiento. Su voz era un grito de pura desesperación mientras una horda de seres la perseguía.

-Joder, joder —murmuré, el miedo apoderándose de mí.

Derek me detuvo cuando fui a abrir la ventana.

—Ni de coña. Mira su pierna.

Me fijé mejor y vi que la pierna de la mujer estaba cubierta de mordiscos, la carne desgarrada y sangrando. Mi pecho se apretó cuando la vi correr en dirección al edificio.

-¡Joder, viene hacia aquí! —susurré, la voz temblando mientras la adrenalina me invadía.

—Estamos en el bajo, maldita sea. Corre —dijo
Derek, ya moviéndose hacia la puerta.

Empezamos a tapar las ventanas con lo que teníamos a mano: muebles viejos, una mesa desvencijada y cualquier cosa que pudiera servir de barrera. Los gritos de la mujer se acercaban, y escuché el sonido de sus pies golpeando el asfalto, el eco de su respiración entrecortada cada vez más cercano. La horda detrás de ella emitía gruñidos y jadeos, el sonido de sus pasos resonando como una pesadilla en la noche.

—¡Rápido! —murmuró Derek, moviendo una estantería con esfuerzo. Mis manos temblaban mientras lo ayudaba, empujándola contra la puerta.

El golpe de los cuerpos de los infectados contra las paredes del edificio me heló la sangre. Podía escuchar cómo arañaban la madera y el metal, buscando una forma de entrar. La mujer, al parecer, había corrido escaleras arriba, sus gritos resonando ahora en los pisos superiores. Pero eso no detuvo a los seres, algunos se habían quedado abajo, gruñendo y golpeando la entrada con una fuerza que hacía temblar el suelo.

Derek y yo nos miramos, ambos jadeando, con la tensión latente en el aire.

-Shhh... -susurré, tratando de calmar mi respiración. Los sonidos de la horda eran ensordecedores, y cada golpe contra las paredes del edificio hacía que mi corazón latiera con más fuerza. El miedo era casi tangible, una corriente eléctrica que recorría mi cuerpo, manteniéndome alerta y lista para cualquier cosa.

Movimos la estantería y más muebles, creando una barrera improvisada que esperábamos que resistiera. El sudor corría por mi frente, y el sonido de la madera crujiendo bajo la presión de los golpes me hizo temblar.

SIN REFUGIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora