CAPITULO 8

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Corríamos por las calles, el sonido de nuestras pisadas resonando en el eco de la ciudad desierta. Los edificios que antes estaban llenos de vida ahora se alzaban como espectros silenciosos, vigilándonos desde la penumbra. El aire olía a humo y descomposición, una mezcla que me hacía apretar la mandíbula para evitar las náuseas.

Nos detuvimos un momento en una callejuela estrecha y oscura, con un contenedor de basura que bloqueaba parcialmente la entrada y nos daba cierta cobertura. Derek se dejó caer contra la pared, con el pecho subiendo y bajando con fuerza, mientras murmuraba entre dientes.

—¡Hijo de la grandísima puta... le voy a arrancar la cabeza! —exclamó, la furia brillando en sus ojos.

—Relájate, joder —le espeté, aunque el miedo y la rabia se mezclaban en mi propia voz. No podía dejar que nos descontroláramos ahora.

Matt, todavía con la respiración agitada, asintió y se acercó a nosotros. —Tiene razón, Derek. Relájate. Ahora tenemos que pensar en un plan.

Derek golpeó la pared con el puño, haciendo un ruido sordo que resonó en la callejuela. —¡Os juro que lo voy a matar!

—Que sí, que sí, machote. Ahora céntrate —le dije, sintiendo que mi paciencia se agotaba al mismo tiempo que el miedo y la adrenalina me mantenían alerta.

Miré el mapa que había guardado apresuradamente en el bolsillo antes de la huida. Lo extendí sobre el suelo, tratando de ignorar el temblor de mis manos. Matt revisó lo que llevaba encima y habló, con un tono serio que trataba de imponer orden.

—Yo tengo la pistola y una linterna —dijo, señalando las cosas en su cinturón.

Derek, aún resoplando de ira, revisó sus propios bolsillos y añadió en voz baja: —Yo también tengo lo que llevaba encima. Pero nuestras mochilas estaban en la furgoneta...

—¡Joder! —solté, apretando los dientes. Las mochilas, con los suministros que tanto nos había costado reunir, se habían ido con Henry, el maldito cobarde.

Matt miró el mapa que sostenía con manos firmes. —A ver, necesitamos una ferretería o algún supermercado —continuó, tratando de enfocarnos en la supervivencia inmediata.

—Vale —murmuró, moviendo su dedo por el mapa—. Aquí, a unas calles al norte, hay una ferretería y al lado una tienda de alimentación 24 horas.

Derek asintió, su mirada aún dura, pero con un destello de determinación. —Vamos con cuidado. Pero juro que cuando vea a ese cabrón, lo voy a degollar.

Nos miramos los tres, compartiendo un entendimiento silencioso de que nuestras vidas dependían de mantenernos unidos y alertas. Asentimos al unísono, y Matt tomó la delantera, avanzando entre las sombras con pasos cautelosos.

El silencio era ensordecedor, roto solo por el crujir de nuestras botas en el asfalto y el eco distante de gruñidos que reverberaban en las calles desiertas. Nos agachamos tras un coche abandonado, con la pintura desgastada y los cristales rotos. Me asomé con cuidado, observando el cruce de la siguiente calle.

A lo lejos, un par de esos seres se movían lentamente, con movimientos erráticos y cabezas ladeadas como si olfatearan el aire en busca de algo. Mi corazón latía con fuerza, y pude sentir el calor de la mirada de Derek a mi lado. A pesar de la rabia que ambos sentíamos por Henry, en ese momento, la supervivencia era lo único que importaba.

—Cálmate —le susurré, notando la tensión en su mandíbula.

—No necesito que me lo digas —respondió en voz baja, sus ojos fijos en los seres al otro lado de la calle.

SIN REFUGIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora