Notaba a Germán diferente, como si una estampida de mamuts le hubiese pasado por encima aquella misma noche. Le encantaría tener la suficiente seguridad en sí mismo como para decirle que podía irse a casa a descansar, que seguiría él con la investigación, pero temía dar otro paso en falso y que ello supusiese más tiempo perdido.
—Dime que tienes algo, Agustín.
Este le sostuvo la mirada tratando de descubrir qué parte del inspector se había quedado recientemente desprovista de vida. ¿El fallecimiento de algún familiar? ¿Algún gasto imprevisto?
—He pensado que... deberíamos contrastar la coartada de César con su mujer.
Germán torció el gesto.
—Invéntate algo, no quiero faltar al trato que hicimos con ese individuo. Quizá necesitemos sacarle más información.
Agustín levantó el teléfono tratando de mostrar una serenidad de la que no disponía y, tras una búsqueda rápida, extrajo un número de teléfono del expediente de Rebeca.
—¿Sí?
—Hola, buenos días —saludó Agustín—. ¿César, por favor?
—Es mi marido, pero no está en casa. ¿Quiere dejarle algún recado?
—No, es solo que tenía apuntado que anteayer iba a dejarnos el coche aquí, en el taller, para hacerle una revisión y, como no apareció ni nos llamó... Quizá le surgió otro asunto.
—¿Anteayer?
—Sí, dijo que saldría de casa algo más temprano para poder pasarse por aquí antes de ir a trabajar, pero no se preocupe... simplemente se habrá olvidado.
Ambos agentes cruzaron los dedos y permanecieron en silencio.
—Pues seguramente, porque el despertador le sonó a la misma hora de siempre.
Germán encendió su Renault Megane y condujo hasta Sanjurjo Badía. Volvió a entrar en el estanco en el que la tarde anterior se había hecho pasar por fumador y saludó al tipo del otro lado del mostrador con fingida proximidad.
—Buenos días. Un paquete de Winston, por favor. O mejor, deme dos, que necesitaré carburante doble para soportar a la parienta. ¡Y un mechero!
El vendedor puso una media sonrisa.
—Quince con cincuenta.
El inspector extendió un billete de veinte sobre el mostrador.
—Quédese con el cambio.
La llamada de Carmen lo sorprendió tras encender el motor.
—Dime, Carmen.
—Tengo malas noticias. Es mejor que vengas.
¿Malas noticias? ¿Se habría hallado un cuerpo? Prefería no ponerse en lo peor, pero esa frase solía preceder a una catástrofe.
Carmen, acompañada de Agustín, le indicó que se sentase sin dejar de aporrear el teclado para, posteriormente, girar una de las pantallas hacia el inspector.
—¿Estás segura de que es ella? —preguntó este observando el cuerpo desnudo de aquella chica acompañada de tres individuos que se pajeaban sin pudor a cara descubierta.
—Me temo que sí —sentenció la informática.
—Para la imagen, Carmen.
Agustín se fijó en los materiales de construcción de la estancia, en el tamaño de la habitación, en el ángulo desde el que la luz natural se filtraba en la imagen... Mientras que el director estudiaba cada ángulo de aquellos rostros cuya fiereza le revolvía las tripas.
—¿Sabemos quiénes son esos tres?
—No, solo el nombre de uno de ellos: Martín. Lo llama el cámara al comienzo de la grabación.
—Está bien —Germán tomó aire, odiaba esta parte de su trabajo, la odiaba con todas sus fuerzas—, pon el vídeo desde el principio.
El cuerpo desnudo de Rebeca aparecía inmóvil en un primer plano que posteriormente se ampliaba para acoger a dos de los tres hombres.
—Acércate a ella, Martín, no seas tímido.
El tercer tipo entraba en escena y se colocaba en el lateral derecho de Rebeca.
—¿Hoy no irá a casa a comer?
El inspector dirigió la mirada hacia su subordinado.
—No, Agustín. Hoy no me espera nadie.
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Gorda
Mystery / Thriller¿Y si los complejos nos llevan a traspasar los límites más oscuros?