Nadie debería pensar en quitarse la vida, pero cuando la realidad se vuelve angustiante, asfixiante, desoladora... la muerte se ofrece en bandeja de plata como una salida rápida y eficaz a la conclusión del autosufrimiento.
Mi segunda cita con Joan se desenvolvió en un ambiente hostil, putrefacto y sucio, en todas las definiciones de la palabra.
Me invitó a su piso: me dio una dirección en Sanjurjo Badía y dijo que allí me esperaba. El corazón me dio un vuelco. Cuando alguien te lleva al lugar en el que vive, la relación se vuelve más cercana, porque creo que la persona se muestra más vulnerable, el entorno adquiere un carácter más íntimo. Y yo me preparé para él, para nosotros, para nuestra cita, y lo hice con los sentimientos más genuinos del enamoramiento en el que estaba profundamente inmersa. Joan había conseguido que me sintiese amada por primera vez: con sus caricias, con sus palabras, con su forma de estar pendiente de mí...
Subí en el ascensor hasta la última planta y toqué al timbre con mis zapatos nuevos, mis vaqueros escogidos con lupa, mi camiseta negra con letras doradas y mi diadema a lo pin-up que, en un arrebato de coquetería, quise ponerme por primera vez.
Pero aquello no era una vivienda. Era un trastero sucio y maloliente. Con un colchón en medio de la sala, una mesa vieja donde apoyar cualquier objeto y un aseo al que me arrepentiré toda la vida haber dirigido la mirada.
—¿Aquí es donde vives? —pregunté desconcertada.
—No —contestó de malas formas—, aquí no podría vivir ni un perro, no seas imbécil. Solo es el lugar en el que grabo mis vídeos. ¿Quieres verlos?
Asentí con la cabeza.
En una pequeña pantalla de su cámara salíamos los dos manteniendo relaciones sexuales.
—¿Qué es esto? —Pregunté con el corazón saliéndoseme del pecho.
—¿No lo sabes? Pues no has salido nada mal.
—¿Por qué nos has grabado?
—Es mi manera de subsistir.
—No... no lo entiendo.
—Oh, vamos, seguro que alguna vez has visto pornografía en la web —su mano rozó mi mejilla, pero su caricia estaba desprovista de cualquier tipo de afecto. ¿Crees que las mujeres que aparecen en todos esos vídeos están muriéndose de ganas por follarse al feo de turno que aparece con ellas?
—Joan, yo no voy a... —quise salir corriendo, gritar, arrancarme la piel...
—En realidad no tienes opción —afirmó ajustando la cámara a un trípode—, no querrás que tus padres vean el vídeo que acabo de mostrarte.
Las palabras se ahogaron en mi boca.
—Eres un caramelito para la industria del porno, Rebeca. Todos se casan con mujeres flacas deseando agarrar unas buenas carnes como las tuyas. Y lo mejor de todo es que casi eres virgen. Me pagarán una buena cantidad por tu inocencia.
Las lágrimas fueron mi única vía de escape, porque mi cuerpo pasó a ser una carcasa sobre la que ya no podía tener poder alguno.
Joan me agarró, me sacó la ropa y me tiró sobre el colchón de malas formas.
—Puedes expresarte: puedes llorar, gritar, reírte... Cualquier cosa pondrá cachondo al público, hasta si decides quedarte callada.
Mi alma salió de mi cuerpo, viajó a algún lugar lejano, oscuro, buscando una protección etérea que difícilmente podía encontrar manteniéndome cuerda. Vi las olas del mar rompiendo sobre las rocas, dos caballos corriendo a cámara lenta sobre la ladera de una colina, vi un ramo de rosas rojas florecer y marchitarse en cuestión de segundos... Las imágenes competían unas con otras por atraer mi atención, tratando de alejarme de aquel dolor que me estaba desgarrando por fuera y por dentro.
—Vístete y lárgate.
Y, como una marioneta, acaté las órdenes de aquel individuo que acababa de arrancarme la vida.
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Gorda
Misterio / Suspenso¿Y si los complejos nos llevan a traspasar los límites más oscuros?