Cap 15- Las compras azules (Second Part)

2 0 0
                                    

Lukas Pov:

Mientras caminábamos hacia la tienda, los demás se adelantaron, dejándonos atrás. La gente comenzaba a alejarse, pero nosotros íbamos a otro ritmo, como si el mundo hubiera decidido darnos un respiro, aunque fuera por unos minutos más. Vivian, que ya llevaba un rato sobre mi espalda, comenzó a hablar, rompiendo el silencio que nos rodeaba.

"¿Estás muy cansado?", me preguntó, con una voz que parecía más preocupada por mí que por ella misma. "Si lo estás, puedes bajarme. Ya llevo mucho tiempo aquí".

Miré hacia abajo, notando la manera en que se aferraba a mi cuello, pero también me di cuenta de que no quería soltarla. Ella no pesaba nada, y sus palabras, aunque amables, me hicieron sonreír.

"No pesas nada, mi vida", respondí, intentando calmarla. "Déjame así, no pasa nada".

Vivian dudó un segundo, como si pensara si debía insistir o no, pero al final aceptó. Se acomodó un poco más en mi espalda y, después de un pequeño suspiro, dijo con una sonrisa que me hizo sentir aún más cerca de ella: "Mi novio es muy fuerte... y muy paciente".

Eso hizo que me riera. No pude evitarlo. Ella siempre tenía una manera tan peculiar de decir las cosas que me dejaba sin palabras. En ese momento, me sentí tan feliz de tenerla así, tan cerca de mí.

Vivian hizo una pausa y, con una mirada más suave, se recostó en mi hombro, como si no hubiera nada más en el mundo que nosotros dos. Luego susurró: "Te quiero mucho, Lukas".

Mi corazón se aceleró, como si esas palabras fueran un bálsamo para todo lo que habíamos pasado. Sin pensarlo, respondí con la misma sinceridad que ella había mostrado. "Yo te quiero más, mi vida", murmuré, mientras la abrazaba con más fuerza, deseando que el tiempo se detuviera en ese instante.

Vivian me miró, y su sonrisa se volvió aún más brillante. El momento estaba siendo perfecto, pero el tiempo seguía avanzando, y los demás ya estaban un poco lejos. Sin querer perder más tiempo, tomé una decisión rápida.

"Suéltate un poquito, mi vida, que vamos a correr para alcanzar a los demás", le dije con una sonrisa traviesa. "Sujétate bien, porque si no, te voy a dejar atrás".

Vivian se ajustó un poco mejor sobre mi espalda y, sin decir una palabra más, me dio un pequeño apretón como señal de que estaba lista. Nos lanzamos a correr, buscando alcanzar a los demás. La sensación de tenerla cerca, abrazada a mí mientras corríamos, me dio una energía extra. Aunque corríamos por la calle, todo lo que podía pensar era en ella, en cómo sus risas y sus palabras hacían que el mundo a nuestro alrededor pareciera desaparecer.

La tienda estaba a la vista, y aunque los demás ya estaban a punto de llegar, yo no quería dejar de disfrutar este momento con Vivian. Corrimos más rápido, intentando llegar a la tienda juntos, disfrutando del simple hecho de estar el uno con el otro.

Al llegar a la tienda, apenas entramos, un señor mayor con una mirada vivaz y una sonrisa amistosa nos recibió desde el mostrador. Antes de que pudiera decir algo, el hombre enfocó su atención directamente en Vivian, como si la reconociera al instante.

"¡Señorita Vivian!", exclamó con entusiasmo. Su voz tenía un tono de genuino aprecio, como si estuviera viendo a una vieja amiga después de mucho tiempo.

Vivian soltó una risa nerviosa y rápidamente se bajó de mi espalda, arreglándose el cabello mientras caminaba hacia él. "Hola, don Roberto", respondió con una sonrisa cálida. "No esperaba que estuviera aquí hoy".

"¡Siempre estoy aquí! ¿Cómo no reconocer a la hija de don Fede? Si ustedes dos siempre venían juntos a esta tienda", dijo mientras señalaba una enorme pila de bolsas detrás del mostrador. "Y ya sé por qué están aquí. No hace falta que me digan nada. El pedido de su padre llegó temprano esta mañana".

Vivian y yo intercambiamos una mirada de confusión mezclada con resignación. Don Roberto ya lo tenía todo listo: ropa azul, y mucha. Muchísima. Sin necesidad de dar explicaciones, el hombre empezó a cargar las bolsas en un carrito de compras que sacó de la nada.

"Tu papá nunca cambia, ¿verdad?" murmuró Vivian con una sonrisa irónica mientras el señor nos entregaba el carrito repleto de ropa. No podíamos creer la cantidad.

"Espero que hayan venido con espacio en el coche", dijo don Roberto con una risa.

"Eh... bueno, realmente no tenemos coche", le expliqué mientras señalaba a Vivian y a mí. "Nos toca cargarlo todo a pie".

Don Roberto nos miró con incredulidad. "¿A pie? ¿Y con todo esto? Don Fede se pasó esta vez, como siempre".

Vivian suspiró, resignada, y volvió a mirar las bolsas. "Espera a que llegue a casa. Papá va a escucharme", murmuró con una mezcla de fastidio y humor.

El camino de regreso a casa fue un verdadero desafío. Entre las cinco bolsas del mercado, que parecían haberse duplicado en peso desde que las recogimos, y las siete bolsas de ropa que don Roberto nos entregó, estábamos literalmente cargados hasta el cuello. Vivian y yo avanzábamos como podíamos, con cada paso sintiéndose más pesado que el anterior.

"¿Por qué siento que esto pesa más que cuando lo recogimos?", preguntó Vivian, cambiando las bolsas de un brazo al otro mientras caminaba detrás de mí.

"Probablemente porque llevas una eternidad cargándolas", le respondí, jadeando mientras ajustaba las mías. "¿Segura que no quieres que te cargue de nuevo? Ya estoy acostumbrado".

Ella soltó una risa corta, aunque su expresión dejaba claro que estaba agotada. "No, gracias. Ya bastante me cargaste antes. No quiero que después digas que soy una carga literal".

"Ay, mi vida, jamás lo diría", le contesté con una sonrisa, aunque no podía negar que el trayecto se sentía eterno.

Las bolsas del mercado nos golpeaban las piernas con cada paso, y las de ropa eran tan grandes que parecía que estábamos mudándonos. Intentamos distribuirlas mejor entre nosotros, pero el resultado fue igual de incómodo.

En un momento, Vivian se tropezó con una grieta en la acera y casi se le caen todas las bolsas. "¡Ay, jueputa!", exclamó, recuperando el equilibrio de milagro. "¿Cuánto falta para llegar? Estoy al borde del colapso".

"Más de lo que quisiera admitir", le dije entre risas, aunque también estaba exhausto. "Pero, eh, si sobrevivimos a esto, creo que podemos sobrevivir a cualquier cosa".

"Ay, qué poético", murmuró ella, pero me lanzó una pequeña sonrisa que me dio ánimos para seguir caminando.

La gente que pasaba nos miraba con curiosidad, probablemente preguntándose por qué cargábamos tantas bolsas como si estuviéramos mudándonos. En un punto, Vivian sugirió parar a descansar, y nos sentamos en un banco con las bolsas apiladas como si fueran una montaña. Ambos respirábamos con dificultad, y por un momento todo estuvo en silencio.

"¿Sabes?", dijo ella después de un rato, rompiendo la quietud. "Cuando lleguemos a casa, voy a decirle a mi papá que la próxima vez mande un camión de reparto".

Solté una carcajada, y aunque el resto del camino fue igual de difícil, al menos esa complicidad entre nosotros lo hacía más llevadero.

Cenizas (HER 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora