Cap 25- Se acabo (Second Part)

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Lukas Pov:

Ese mismo día

Llegamos a casa después del desastre en el centro comercial. Vivian estaba visiblemente alterada, su rostro reflejaba una mezcla de enojo y frustración. Apenas cruzamos la puerta, subió las escaleras sin decir una palabra, dejándome detrás. Yo todavía estaba tratando de procesar todo: la persecución, el susto, y ahora, su actitud de silencio cortante.

—¡Vivian! —la llamé desde abajo, intentando que se detuviera. Mi voz sonaba más preocupada de lo que quería.

Ella se detuvo en la mitad de la escalera, y de un momento a otro, se giró bruscamente. Sus ojos brillaban, pero no de alegría. Estaba furiosa.
—¿Qué? —disparó, su voz cargada de un enojo que no me esperaba.

Eso me encendió. Aún estaba con la adrenalina del incidente, y la preocupación se transformó en una mezcla de frustración y rabia contenida. Subí un par de escalones, acortando la distancia entre nosotros.
—¿Qué hacías sola en el centro comercial? —pregunté, intentando mantener la calma, pero mi tono ya estaba alzándose.

Ella cruzó los brazos, su postura completamente defensiva.
—¡Quería distraerme! ¿Qué tiene de malo? —respondió, levantando aún más la voz.

—¿Cuántas veces te he dicho que no salgas sola? —repliqué, ya perdiendo el control sobre mi tono. Mi pecho se sentía apretado, como si todo el esfuerzo de protegerla hoy hubiera sido en vano.

Vivian bufó, su mirada llenándose de una terquedad que solo ella sabía cómo mostrar.
—¡Ya estoy grande, Lukas! ¡Tengo 16 años! Puedo hacer lo que me plazca.

Eso fue como un golpe directo. Su actitud, su desprecio por lo que había pasado, todo me colapsó de golpe. La rabia y la frustración explotaron antes de que pudiera detenerlas.
—¿Ah, sí? —dije, irguiéndome, mis palabras cargadas de ironía y enojo.
—Pues entonces, si puedes hacer lo que te plazca, no me pidas más ayuda para nada. Aprende a defenderte sola, porque ya he perdido suficiente de mi tiempo contigo.

Mis palabras resonaron en el aire como un eco. Apenas las dije, el peso de lo que acababa de salir de mi boca cayó sobre mí como una tonelada de ladrillos. No era eso lo que quería decir, pero lo había hecho, y ya no podía detenerlo.

El rostro de Vivian cambió al instante. Su enojo se apagó, reemplazado por algo mucho más profundo y doloroso. Su mandíbula se tensó, y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Aun así, su voz salió firme, aunque quebrada por la herida que mis palabras le habían causado.
—Está bien, Lukas. —Dio un paso hacia atrás, subiendo un escalón más.
—Si piensas así... entonces esto se acaba aquí.

Me quedé congelado. No podía creer lo que acababa de escuchar.
—¿Qué...? —Intenté decir algo, pero ella ya se había girado.

Vivian subió corriendo los últimos escalones y desapareció tras la puerta de su habitación. Un portazo fuerte sacudió la casa, y el eco de su decisión se quedó rondando en mi mente, como un castigo autoimpuesto.

Ahí estaba, de pie en la escalera, sintiendo cómo mi pecho se comprimía cada vez más. Todo lo que quería era protegerla, y ahora había arruinado todo con un par de frases dichas en el peor momento.

Me quedé allí, inmóvil, incapaz de subir o de bajar, mientras el silencio de la casa era interrumpido únicamente por el leve sonido de mi respiración pesada y el latido ensordecedor de mi corazón. Vivian estaba detrás de esa puerta, y yo sabía que probablemente no volvería a abrirla para mí.

El portazo aún resonaba en mi mente cuando escuché pasos apresurados bajando las escaleras. Levanté la mirada, y ahí estaba Vivian, con el rostro enrojecido, las lágrimas todavía frescas en sus mejillas. En su mano llevaba el collar que le había dado hace meses, ese que simbolizaba tanto para ambos.

Bajó los últimos escalones con un movimiento brusco, como si cada paso fuera una declaración de guerra. Se detuvo frente a mí, extendió el brazo y dejó caer el collar en mi mano abierta.

—Ten tu maldito collar, Lukas. —Su voz temblaba, pero no de miedo, sino de furia contenida. Me miró directamente a los ojos, esa mirada que tanto amaba ahora convertida en una daga.
—Por esto casi me roban hoy. —Su tono era un reproche claro, una herida abierta que me lanzó sin piedad.

No tuve tiempo de responder, de explicarle que no era lo que quería, que nunca quise que algo así le pasara. Dio media vuelta, dejando el silencio entre nosotros aún más pesado, y subió de nuevo las escaleras. Esta vez no hubo portazo; solo el eco de sus pasos alejándose me quedó como compañía.

Me quedé mirando el collar en mi mano, sintiéndome como un idiota. Cada eslabón de esa cadena era un recordatorio de lo mucho que había fallado. No era solo un objeto; para ella era un símbolo de todo lo que habíamos compartido, y ahora parecía ser la representación exacta de lo que había roto entre nosotros.

Unos minutos después, el sonido de voces en el piso de arriba me sacó de mi trance. Los demás habían llegado a casa. Bajaron poco a poco, sus pasos llenos de incertidumbre. Era obvio que algo había pasado, y todos parecían sentir el ambiente tenso que llenaba la casa. Pero nadie dijo nada al principio. Todos se quedaron mirándome, y yo seguía ahí, con el collar en la mano y una mezcla de culpa y tristeza en el rostro.

Los pasos en el piso de arriba se hicieron más claros, hasta que Carlitos bajó primero, con una expresión de confusión y curiosidad evidente. Se detuvo al pie de las escaleras y me miró directamente.

—¿Qué pasó? —preguntó, cruzando los brazos mientras los demás llegaban detrás de él.

Suspiré, intentando calmar el nudo en mi garganta. Miré el collar en mi mano una vez más antes de hablar, sintiendo que cada palabra iba a ser un golpe más.

—Le pregunté a Vivian qué hacía sola en el centro comercial. —Hice una pausa, mirando al suelo, incapaz de enfrentar sus miradas directamente. Luego, respiré hondo y continué—: Terminamos discutiendo... y le dije cosas que no debía.

Sentí el silencio de todos, como si el aire mismo se hubiera detenido. Alcé la mirada un momento, y pude ver el rostro de Carlitos endurecerse, pero no dijo nada.

—Le dije que se defendiera sola, que no me pidiera más ayuda para nada. —Mi voz bajó casi hasta un susurro mientras admitía lo peor—. Y después... me terminó.

El eco de mis palabras se sintió como un golpe en la habitación. Nadie se movió, nadie dijo nada. Carlitos apretó los labios y se pasó una mano por el cabello, claramente intentando procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Le dijiste eso? —preguntó finalmente, con un tono que oscilaba entre la incredulidad y el reproche.

—Sí —respondí, aún más bajo.

Alan, que estaba al lado de Carlitos, exhaló un suspiro largo mientras se sentaba en el sofá.

—¿Y ahora qué piensas hacer? —intervino, su tono más serio de lo usual.

—No lo sé. —Mi respuesta fue sincera. No sabía cómo arreglar lo que acababa de romper, ni siquiera si era posible hacerlo.

Carlitos negó con la cabeza y caminó hacia la cocina, murmurando algo sobre cómo a veces éramos demasiado impulsivos. Mientras tanto, los demás intercambiaron miradas de preocupación, pero no dijeron nada más. Yo me quedé en el mismo lugar, con el collar todavía en mi mano, sintiendo que con cada minuto que pasaba, las cosas se complicaban aún más.

Cenizas (HER 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora