Posibilidad.

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Río volvió con los niños de su excursión del lago por la noche. El trayecto había sido silencioso y no les dio muchas explicaciones. No sabía si Agatha la esperaría en casa, tal vez si se había marchado.

 Cuando entró a su hogar seguida de los niños. No quiso subir a su habitación porque sospechaba que Agatha simplemente se había ido. Con temor subió las escaleras con el pequeño Iker en brazos y la encontró en su esquina habitual de la cama, con un libro en las manos.

El pequeño sonrió al ver a Agatha y está extendió los brazos para sostenerlo.

Con todo ese tiempo a solas Agatha se había dedicado a pensar. Es cierto que no estaba completamente satisfecha con su vida de madre, pero tampoco era una pesadilla de la que quería escapar. Solo había expresado su inconformidad en el momento menos oportuno.

Río no quiso decir nada. Se sentía terrible por haberle gritado. Nunca le alzaba la voz.

―Mami… ¿Qué pasó en el lago por qué te fuiste antes?. – Preguntó Elena entrando.

―Tía Lilia me necesitaba en su tienda y tuve que ir a ayudarla. ¿No es así Río? -Río asintió. No le gustaba mentirle a su hija, pero tampoco podía decirle por qué peleaban

Agatha la miró, pidiendo disculpas con los ojos.

Elena salió de la habitación y las dejó solas.

―Te amo Agatha y no quiero que te sientas así nunca más. Prometo ayudarte más en casa para que tengas tiempo libre de los niños.

Río siempre intentaba encontrar soluciones a los pequeños problemas de sus vidas.

―Lo siento Río. No debí mencionarlo de esa forma. Arruiné nuestro viaje

―No me importa el viaje. Me importas tú. Siempre me has importado tú. – Susurró besando su frente.

El pequeño acarició las mejillas de sus mamás. Sonriendo.

Era cierto que Agatha extrañaba los días de grandeza, pero tampoco quería descuidar a su pequeña familia que tanto trabajo le había costado obtener.

―Entonces… ¿estamos bien y no te irás cuando esté durmiendo?-Río tenía miedo. La vieja Agatha podía abandonarla sin sentir ningún remordimiento.

―No me iré, pero tengo que decirte algo más. Río sospechaba que le pediría el divorcio.
Agatha cerró la puerta con magia.
―Rio. Tengo un atraso de dos semanas y no sé si quiera pasar por todo eso de nuevo. Eres la otra mamá y siento que debo decírtelo y tenemos que llegar a un acuerdo. No sé si pueda y quiera hacerlo de nuevo. Sé que soy egoísta, pero tengo miedo.

―Entonces… ¿No lo quieres? – La voz de Río sonó baja y apagada. 

La mujer que amaba ya no quería otra responsabilidad más. Río tampoco podía obligarla a tener al niño. Sabía que Agatha quería un aborto, eso no quitaba que fuera menos doloroso.

―No me veas como si fuera un monstruo. Solo estoy considerando la posibilidad de no tenerlo.




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