||Capítulo 32.

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Doncaster, Reino Unido.

Hacía frío, las manos le temblaban y las tenía metidas en las bolsas de su chaqueta. Estaba detrás del edificio del gimnasio espiando a Des mientras entrenaba. El chico tenía el cabello goteando de sudor y las mejillas encendidas, sonreía. Se veía increíble. Aunque le dolía reconocer lo apuesto que era él ahora que ya no era suyo más. Troy estaba herido, confundido y destrozado, pero lo que más le dolía era que ese amor que tenía por él jamás acabaría.

Sabía que ella debería de estar por allí. Lo sabía porque era su novia oficial y porque la veía en cada partido que él tenía. La veía rondar por sus al rededores como una encantadora mariposa a la que no podía odiar aunque quisiera. Observaba como ella tiernamente pedía un beso cerrando los ojos frente a él y cómo era correspondida con dulzura. Todos la adoraban. Hasta Des...

Troy deseó eso mucho tiempo y empezaba a caer en cuenta de que jamás podría tenerlo. Deseaba ser ella hasta tal punto que se imaginaba cómo debería sentirse portar orgullosamente la mano del chico por los pasillos escolares. 

Pero... no. Su destino era observar a Des de lejos y disfrutar las pláticas secretas con él en la helada madrugada. Su destino era subir al techo de su casa con una manta y quedarse allí por horas mientras hablaban. Quedarse dormido sobre la fina manta que subía en su compañía y despertarse temprano para volver a la cama y que su padre no sospechara.

Su destino era llegar todos los días con moretones en los brazos y la espalda. 

Su destino no era amarlo en voz alta. 

Troy suspiró lleno de pesar. Estaba mal. Estaba muy mal lo que estaba haciendo. Debía dejarlo ir por el poco amor propio que se tenía. Por más que amara a Des éste nunca iba a aceptarlo nunca. No iba a corresponderle como a ella ni a tratarlo como ella. Siempre lo negaría aunque todos los días llegara molido a golpes. 

Dio un par de pasos dispuesto a retirarse e irse a casa a vivir su propio infierno cuando chocó fuertemente con una persona que estaba de espaldas a él. Tartamudeó rápidamente una disculpa lleno de nerviosismo y culpa pero entonces la vio. Se quedó a mitad de oración incapaz de decir más.

—Hey, ¿Yo te conozco cierto? Te he visto antes. ¿Eres amigo de Des?

Él se quedó mudo. Parpadeó.

Anne le sonrió.

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Louis veía al chico que tenía enfrente y realmente no sabía qué pensar. 

Tenían los ojos cerrados. Louis no sabía si lo que hacía estaba bien o estaba mal, pero de igual manera no podía apartar la mirada de su rostro. Veía cada parte de él de cerca. Notó que tenía lunares esparcidos por doquier. Se recostó un poco en la cama para descansar sus brazos que hormigueaban gracias a la mala posición donde se encontraba. 

Sus latidos desenfrenados se podían oír claramente en la habitación encima del ruido de las máquinas que ayudaban a saber los signos vitales de Harry. O quizá simplemente él lo escuchaba en sus oídos, lo sentía hasta la punta de sus dedos. ¿Por qué su corazón latía como un caballo desbocado? ¿Se debía al nerviosismo que había pasado horas atrás cuando no encontraban al chico?

Le dolió ver a Harry tan herido. Su ojo era lo que más le llamaba la atención, ¿Realmente se sanaría solo? Parecía algo realmente grave. Jamás dejaría de pensar que había sido su culpa, no toda, pero al menos no habría pasado algo tan horrible si hubiera accedido a acompañarlo.

Seguía estando cerca de él, así que con cuidado y sintiendo que estaba haciendo algo malo rozó su mano derecha con la punta de los dedos, tratando de hacer el menor contacto posible. Tenía dedos largos de aspecto frágil.

Detrás del arcoíris ||L.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora