Nunca he sido de las que creen en las segundas oportunidades. Siempre he pensado que cuando algo se rompe, por mucho que intentes arreglarlo, nunca vuelve a ser igual. Pero Héctor... Héctor se ha pasado la vida demostrándome que mis certezas no son más que suposiciones.
Nos conocimos hace un par de años. Él, el típico chico seguro de sí mismo, futbolista del Barça, con una sonrisa que parece hecha para encandilar. Y yo, bueno, simplemente yo. Al principio, me caía mal. Me parecía demasiado chulo, demasiado creído. Pero poco a poco, sin darme cuenta, empezó a gustarme. Su forma de mirarme cuando creía que yo no lo veía, sus intentos torpes de hacerme reír, su manera de recordar cosas insignificantes que yo mencionaba al pasar.
Y así, sin que me diera cuenta, me enamoré de él.
Fuimos felices por un tiempo, hasta que dejamos de serlo. No sé en qué momento exacto pasó, solo sé que un día me desperté sintiendo que ya no era suficiente. Que el Héctor que me miraba con adoración ya no estaba. Discutíamos por tonterías, los silencios pesaban más que las palabras y, finalmente, decidí terminarlo antes de que doliera más.
Pero Héctor nunca se dio por vencido.
— _______, solo dame una oportunidad —me dijo una noche, bajo la lluvia, con esa expresión terca que siempre me sacaba de quicio y que, al mismo tiempo, me hacía querer abrazarlo.
—Héctor, por favor... —murmuré, sintiendo mi resolución tambalearse.
—Solo una. Te lo juro, una más.
Pero no podía. Porque tenía miedo de que, si lo intentábamos de nuevo, volviéramos a ese punto donde todo se derrumbó la primera vez. Así que me alejé.
Pensé que se rendiría, pero me equivoqué.
Cada día encontraba una forma de recordarme que seguía ahí. No con grandes gestos, sino con pequeños detalles. Un café en la mesa de mi oficina con mi nombre escrito en su letra desordenada, un mensaje a medianoche preguntándome si había llegado bien a casa, una canción compartida sin contexto, solo con un "me acordé de ti".
Un día, después de meses de resistencia, lo encontré esperándome a la salida de la universidad.
—¿Por qué sigues haciendo esto? —pregunté, cansada de luchar contra algo que, en el fondo, también deseaba.
—Porque sé que todavía me quieres —respondió, sin dudar.
Y me odié por no poder negarlo.
—¿Y qué pasa si volvemos y todo vuelve a salir mal?
—¿Y qué pasa si esta vez lo hacemos bien?
Suspiré, sintiendo cómo mis últimas barreras se derrumbaban. Porque la verdad es que nunca había dejado de amarlo.
Y él nunca se había dado por vencido.
A pesar de mis dudas, decidí intentarlo una vez más. Le pedí que fuéramos con calma, que esta vez no nos dejáramos llevar por la emoción del momento. Y él, con la paciencia de alguien que ya había esperado demasiado, aceptó.
Los primeros días fueron extraños. Era como caminar sobre hielo delgado, con miedo de que cualquier paso en falso nos hundiera. Pero Héctor estaba decidido a demostrarme que esta vez era diferente.
—Vamos a hacer una lista de reglas —dijo una tarde mientras tomábamos café en una pequeña cafetería del centro.
—¿Reglas? —pregunté, arqueando una ceja.
—Sí. Para que esta vez no cometamos los mismos errores. Yo propongo una: siempre hablar de lo que sentimos, sin guardarnos nada.
Me reí, pero asentí.
—Vale. Yo digo que nos tomemos tiempo para nosotros mismos también. No tenemos que estar juntos todo el tiempo.
—Me parece justo —sonrió—. Ahora otra: cada semana, una cita sorpresa.
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír.
—Me gusta.
Así, poco a poco, empezamos a reconstruir lo que habíamos roto. Y, para mi sorpresa, todo se sentía más sólido esta vez. Como si la distancia nos hubiera enseñado a valorar lo que teníamos.
Una noche, después de un partido en el que él había sido titular, lo esperé afuera del estadio. Cuando salió, con su uniforme aún puesto y una sonrisa de oreja a oreja, supe que había tomado la decisión correcta.
—¿Vienes a felicitarme? —preguntó, acercándose.
—Tal vez —respondí, fingiendo indiferencia.
—¿Tal vez? _________, marqué un gol y dimos la vuelta al partido. Me merezco algo más que un "tal vez".
Negué con la cabeza, riendo.
—Felicidades, Héctor. Lo hiciste increíble.
Su sonrisa se volvió más tierna y, sin previo aviso, me abrazó. Sentí su cuerpo caliente contra el mío, su respiración agitada por la emoción del partido. Me aferré a él, cerrando los ojos, disfrutando el momento.
—Gracias por darme otra oportunidad —susurró contra mi cabello.
Y supe que esta vez, pasara lo que pasara, no me arrepentiría.
