Si me hubieran dicho que Leandro Paredes, mi vecino, sería la persona que cambiaría mi vida por completo, me hubiera reído en su cara. No porque no me cayera bien, sino porque simplemente nunca lo vi de esa manera.
Hasta que una tarde tocó la puerta de mi apartamento con una expresión seria y los brazos cruzados.
—Necesito hablar con vos —dijo, apoyándose en el marco de la puerta.
—¿Ahora? —pregunté, confundida.
—Sí. Es importante.
Me mordí el labio, dudando. Leandro y yo teníamos una relación cordial, de esas en las que te cruzás en el pasillo y te saludás con un simple "¿todo bien?". No entendía qué podía ser tan urgente como para que estuviera en mi puerta con esa seriedad.
—Está bien, pasá —le dije, haciéndome a un lado.
Él entró y se apoyó en la encimera de la cocina.
—Mirá, no quiero meterme en lo que no me importa, pero creo que deberías saberlo.
—¿Saber qué? —crucé los brazos.
Leandro respiró hondo y me miró fijamente.
—Tu novio te está cagando con tu mejor amiga.
Sentí que el suelo se abría bajo mis pies.
—¿Qué?
—Sí, lo vi con mis propios ojos. No hay margen de error, ______.
Me quedé en silencio, sintiendo un nudo en la garganta.
—¿Dónde?
—En un bar del centro. No se estaban escondiendo demasiado, eh. Se ve que les chupa un huevo todo.
Tragué saliva, tratando de procesar la información.
—No puede ser...
—Escuchame, no te lo diría si no estuviera seguro. No soy ese tipo de persona.
Lo miré fijamente, buscando alguna señal de que estuviera mintiendo, pero solo encontré sinceridad en sus ojos.
Me ardían los ojos de la rabia.
—Necesito verlo con mis propios ojos.
— ________, no hace falta que te tortures...
—Leandro, necesito verlo.
Esa noche, fingí que no sabía nada. Le dije a mi novio que saldría con unas amigas y fui directo al bar donde Leandro los había visto.
Y ahí estaban.
Mi novio tenía su mano en la pierna de mi mejor amiga, riéndose de algo que ella decía. Se veían cómodos, como si no les importara el riesgo de ser descubiertos.
La traición me golpeó con tanta fuerza que sentí que me faltaba el aire.
Sin pensarlo, me acerqué a su mesa.
—¿Pasándolo bien?
Los dos alzaron la vista y sus expresiones pasaron del placer al pánico en cuestión de segundos.
—Neus... —balbuceó él, soltando a mi "mejor amiga" de inmediato.
—No, no me expliques nada. No quiero escuchar otra mentira.
—No es lo que parece...
—¿Ah, no? ¿Me vas a decir que estabas consolándola? ¿Que le estabas contando un secreto al oído? ¡Qué casualidad que justo ese secreto te lo contás con la boca pegada a la suya!
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