¿LA CALMA?

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Las pasadas dos semanas las pasé con mi padre, aprendí algunas cosas sobre la historia de aquel hermoso lugar, vi animales, plantas, insectos y muchas cosas que jamás pensé que existieran. Comí cosas deliciosas y muy extrañas. Descubrí a fondo el castillo y las personas que trabajaban en él, muchos de los cuales ahora son mis amigos. Paseé por el castillo y sus hermosos jardines. Podría decir que es mucho más bonito que el de Serafín. Pero entre todas estas cosas, lo que más me marcó, fue el tiempo que pasé con mi padre. Me enseñó a jugar ajedrez, me decía que ese juego muchas veces podría parecerse a la vida real dependiendo de cómo lo miraras. Pensaba que el ajedrez era un juego aburrido y solo para los más listos, pero practicando un poco conseguí jugar algunas partidas con él. Claramente no ganaba ni una pero el rato que pasábamos era increíble. Nos reíamos juntos y paseábamos constantemente. Su compañía me hace tanto bien que no puedo alegrarme de la noticia que me está dando en este momento.

-¿Qué? ¿Cuándo? - digo haciendo un mohín.

-Mañana mismo. Yo tampoco quiero que te vayas,¡Mi niña hermosa! - grito cuando me abraza con fuerza y me sube por los aires como si no pesara nada, sus gestos de cariño me sorprenden y me reconfortan - Créeme, pero tu madre se está poniendo muy nerviosa.

-¿Has hablado con ella? - pregunto con una sonrisilla tonta.

-No, no. Fue mi tío. Él es el que se encarga de comunicarse con los distintos mundos. - gruñe un poco incómodo pero le agarro por el brazo y apoyo mi cabeza en su hombro con cariño. Cierro los ojos para que me guíe hacia mi cuarto. 

-¿Me llevarás tú? - pregunto esperanzada, pero se pone tenso y me preocupo. -¿Qué pasa papá? Pensé que querías verla... no sé, hablar con ella. -le miro y su cara le delata. Lo está deseando.

-Estoy muy nervioso Anna - sonrío con confianza al oír mi nombre. Hace un tiempo me dijo que mi nombre, casualmente es el mismo que el de su madre. Ella era una mujer preciosa, por los cuadros que hay por todo el castillo y tal y como dice, muy bondadosa. A ella no le impactó tanto la relación que mi padre tuvo con mi madre, incluso podría haberla aprobado si no hubiese sido por su marido (Mi abuelo) y por las estrictas normas entre mundos. Mi madre seguramente debió de admirarla mucho ¿No?¿La llegó a conocer? Las preguntas circulan por mi mente a toda prisa, pero sé que este no es el momento de hacerlas.

-Te entiendo papá, yo también lo estaría. - pienso por un momento en Sam, y no me imagino su reacción al volvernos a ver. Han pasado tres meses y unos días desde que lo vi por última vez en la entrada a Luzbel. Su cuerpo estaba en tensión por el miedo y la preocupación. Sabía que no podía hacer nada pero se mantuvo firme en todo momento ¿Qué haré cuando lo vea? No sé.

-Bueno... - para en frente de la puerta de mi dormitorio. - Tendré que improvisar. He tenido suerte de que Bernard me halla permitido ir. Después de eso no sé lo que pasará princesa, pero lo que no te puedo prometer que vayamos a estar los tres juntos. Eso puede ser imposible...

-Papá, nada es imposible. Ya encontraremos la manera, algo se nos ocurrirá - le abrazo de un saltito.

-Te quiero cariño. - me suelta y se pasa una mano por la rubia mata de pelo que le cae por la frente.

-Yo también te quiero papá. - me giro y antes de cerrar la puerta le lanzo un beso que él atrapa en el aire y lo dirige al corazón.



Unas horas después estoy en mi cama tumbada boca arriba. Cuando vi mi habitación, me quedé impresionada con el parecido que tenía con la de Serafín. Pero aquí los colores no cambiaban, se quedaban en uno solo, en este caso el rojo intenso. La cama tiene un funcionamiento exactamente igual pero, en vez de dibujar la marca de la luna, hay que dibujar un sol. Aquel símbolo relucía por todas partes en el castillo. Me dio la sensación de que cada símbolo debería pertenecer al otro mundo. A Serafín, el sol le sentaría mejor debido a los claros colores que parecen simbolizar el día. Y a Luzbel la luna, por los colores oscuros y el escalofriante (pero acogedor) ambiente. El tiempo que he pasado aquí, también he aprendido a guardar mis alas. Cuando las camuflas a tu espalda, sabes que están ahí. Las sientes como parte de tu alma, fuertes, indestructibles como el más fuerte de los metales. Sinceramente no quise aprender a volar todavía... quiero que eso me lo enseñe otra persona. Pensado en todo lo que viví esas últimas dos semanas, el tiempo se me pasa volando, así que decido levantarme y empezar a empaquetar algunas de las cosas que me regaló mi padre. Libros, fotografías, amuletos para mi nueva pulsera y su collar. Este último es el más importante para mí. Mi padre nunca se lo quitaba, y un día sin previo aviso se lo quita y me lo regala.

Batir de AlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora