Capítulo 3 Solo un arañazo (D)

94 10 0
                                    

     A la mañana siguiente se encontraban todos a la salida de un pueblo perdido en un valle plagado de árboles silvestres, con el carro fuera del camino para ceder el paso a otras carretas que pasaran por ahí.

     Durand se levantó estirando los músculos y Spico le imitó, solo Akilina estaba en el carro con ellos, acurrucada entre dos sacos repletos de objetos. Durand salió y su semblante se tornó furioso al instante de ver lo que estaba pasando mientras el dormía plácidamente. Jestix estaba entrenando a Nidia en el arte de las espadas y no con unas armas cualesquiera, ¡sino de su valiosa colección! ¡La colección que con tanto mimo había cuidado! ¡Y encima de las armas más caras de toda su armería!

—¡Apartad vuestras sucias zarpas de mis preciadas espadas! —exclamó rabioso Durand.

—Tranquilo, no las romperemos —le tranquilizó Jestix.

—Si se rompen te las descontare de tu sueldo.

—Bien puedo dejarte tirado, sabes que no puedes permitírtelo. —Un comentario con el que el ladrón gruñó.

—¿Sabes qué? Haz lo que te dé la gana, yo voy a canjear unas cosas y si vuelvo y veo alguna de mis hermosas armas melladas os destrozo. —En ese momento Spico le trajo una bolsa de cuero, como si ya supiese lo que el ladrón iba a decir—. Si me buscáis estaré en la herrería, en alguna tienda de curiosidades o estafando a algún inocentón.

     Se cargó la bolsa al hombro mientras el dragoncito le acompañaba hasta la herrería del pueblo en la que vendían herraduras, armaduras y armas, no obstante también comprarían objetos de valor tirados de precio. Afortunadamente el herrero estaba esperando clientes que no aparecían, quizás por la hora tan temprana, y Durand se acercó a él.

—Hola, vengo a vender algunas cosillas, a ver si te interesan. —Alzó la bolsa y de ella sacó el cáliz de oro que le había robado al conde en su última aventura.

—¡Que preciosidad! Madre mía, no había visto algo así en mi vida. ¿De dónde lo has sacado?

—Fue un regalo de un gobernador. Solo quince imperiales. Es un precio bastante razonable, ¿no crees?

—Eres muy generoso. Veamos que más tienes ahí —Durand le hizo caso y sacó de su bolsa un plato de porcelana con adornos de flores doradas que reflejaban la luz del sol con más potencia que un espejo.

—Seis imperiales.

—Me parece muy bien. Veamos que más tienes en esa bolsa de los deseos.

     Entretanto, Jestix propinó una patada a Nidia que la dejó desarmada y tirada en el suelo en cuestión de segundos. Esta intentó agarrar a su espada de nuevo pero cuando miró hacia arriba, ya tenía el filo de la espada de su oponente apuntando directamente a la frente. Había perdido.

—No lo haces mal para ser tu primera vez, pero con eso no basta, tienes que ser la mejor. No importa lo bien que combatas si al final acabas muerta.

—Ya verás a la siguiente. —Nidia agarró su arma de nuevo y embistió a Jestix con fuerzas renovadas, este se hizo a un lado y ella se desequilibró. Cuando se giró, tenía otra vez el acero de su espada acariciándole el cuello. De nuevo había sido derrotada. Él alzó la cabeza de pronto.

—Espera un momento, he oído algo —dijo el mercenario. O más bien, no había oído nada.

     El mercenario miró a su alrededor, algo no encajaba, todo se había vuelto demasiado silencioso de repente. La brisa se había detenido, no se veía a nadie en los alrededores, tan solo las casas del pueblo que en ese momento eran sombrías y silenciosas.

El Linaje Oscuro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora