Capítulo 5 Celestia y Kalixta (D)

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     Durand abrió los ojos en un palacio oscuro y en ruinas, lo último que recordaba era haber cerrado los ojos entre sacos de dinero. Al frente de él sólo había un trono negro sobre el que reposaba un hombre cubierto por una armadura negra, estaba todo difuso y poco definido, pero sabía a la perfección de quién se trataba.

—La maldición que corre por nuestra sangre nos hace iguales aunque te esfuerces por convencerte de lo contrario, Durand. No podrás huir para siempre, lo sabes: el hilo invisible que une a todos los descendientes de la oscuridad nos atraerá de nuevo, como siempre ha hecho, y será entonces que volverás a mi lado para gobernar este mundo destrozado, de una forma o de otra, ese es nuestro destino. 

—Primero envías a tus Docas a por mi y ahora, después de tanto tiempo, ¿decides charlar conmigo en mis sueños? Ya te dije en Nosumbría que no me interesa nada de lo que puedas decir y mi opinión no ha cambiado.

—Sólo hay verdad pura en mis palabras, harías bien en escucharlas. La maldición nos ha marcado a todos nosotros desde nuestro nacimiento y tú no eres la excepción. Acepta tu destino, abraza el dolor de nuestra existencia maldita y renace como un poderoso...

—¡Basta! Puede que puedas infiltrarte en mis sueños con tu magia extraña, pero eso no significa que me hayas dado caza ni que esté dispuesto a escuchar tus falacias. Mientras haya vida en mi cuerpo, seguiré luchando y escapando de tus garras.

—Unas bonitas palabras que solo ocultan un miedo profundo tras de sí. ¿Aún no tienes valor para tomar tu decisión? Me odias, me desprecias, crees que soy un veneno para todos y, sin embargo, también tienes miedo de perderme para siempre. 

—No, en cuanto reúna aliados poderosos te haré pagar por todo lo que has hecho, de eso puedes estar seguro. Iré a La Academia, reuniré aliados y acabaré con vosotros aunque una vez fueseis mi familia.

—No necesitas aliados, querido Durand. No necesitas a nadie salvo a ti mismo. Confía en tus facultades, cree en tus capacidades y, cuando lo hagas, podrás empezar a tener oportunidades de derrotar a la oscuridad que ha marcado a  nuestro Linaje desde hace siglos. Tienes poder suficiente en tu interior como para salvar a todo el continente humano de la destrucción total, pero todavía tu corazón es demasiado débil, demasiado como para dar fin al sufrimiento de tu familia y demasiado cobarde como para rechazar la oscuridad.

—Eres despreciable.

 —Durand... ¡Durand!—gritó una voz que hizo destellar la oscuridad, parpadeos de luz que convertían aquel limbo de negrura en algo etéreo.

—Parece que te reclaman, tendremos que tener esta conversación en otro momento, cuando la luz se apague y nuestros destinos vuelvan a entrelazarse. No volveré a introducirme en tus sueños, dejaré que sea tu propio subconsciente el que tenga pesadillas sobre mi.

—Durand...Durand... ¡Durand, despierta de una vez! —vociferó Akilina propinándole un golpe seco con la mano abierta en el pescuezo.   

—¡Ah! ¿Qué demonios pasa para que me pegues? —gruñó mientras se frotaba los ojos con la manga roída de la camisa.

—Ahí fuera hay dos muchachas que dicen conocerte.

—¿Más chicas? ¡Parece que a todas les ha dado por venir a fastidiarme! ¡Con lo bien que estábamos solos entre hombres!

—Durand, sal —imperó Jestix desde la entrada de la caravana.

—¡Ni desayuno, ni buenos días ni nada, vale! Vamos a ver qué es lo que quieren y luego me preparáis el desayuno. ¡Si es que si cada vez que pasase una chica al lado de la caravana me despertaseis no avanzaríamos nunca, demonios!

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