Capítulo 10 Hasta el fin del mundo (D)

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     La luz de la luna entraba por la ventana de la habitación e iluminaba una pequeña mesa en el centro, rodeada por unas cuantas sillas de madera vieja ocupadas por todos los compañeros de Durand salvo su hermana, que estaba en el dormitorio. Todos en silencio, escuchando los desgarradores gritos de dolor que sonaban en la habitación de Durand, como si alguien le estuviese torturando de la peor de las maneras a pesar de hallarse sólo con su hermana. Las chicas intercambiaban miradas de terror y de lástima por el ladrón, que agonizaba justo al otro lado de la pared. Ninguna tenía ganas de hablar, ni de comer el estofado que había preparado la esposa de Nitro, tan solo podían temblar.

—El estofado estaba muy bueno, gracias señora. ¿Podría repetir? —preguntó Jestix, quien alargó el brazo y le ofreció el plato vacío a la esposa del capitán.

—Claro, faltaría más.

—Y si es posible, traiga dos platos más para los chicos que están en la habitación, voy a llevarles la comida.

     La mujer asintió, cogió el plato y se marchó a la cocina.

—Gracias por no haberme matado antes, mi mujer y yo te estamos muy agradecidos —repitió Nitro. Se lo había agradecido tantas veces a lo largo de la tarde que había perdido la cuenta.

—No tienes nada que agradecer, Nitro. Simplemente no tenía razones para matarte, de haberlas tenido, lo habría hecho.

—Aquí tiene la comida para los niños —informó la mujer al tiempo que le tendía un estofado de carne humeante.

—Gracias, voy a llevárselos a Durand y a Kalixta.

     Nadie abrió la boca ni cuando, con platos en mano, se encaminó a la habitación de la que procedían los amargos bramidos de dolor ni cuando abrió la puerta para introducirse en la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

—Siempre que adopta su forma semidragónida le sucede eso, ¿aún no sabes por qué?

—Según mis estudios en La Academia, un descendiente de dragones de pura raza que combina dos lineas sanguíneas muy fuertes como lo son la de Abisirus y la de Marwin y cuyo corazón está dividido por emociones muy intensas padece este tipo de dolor cuando manifiesta sus poderes —explicaba Kalixta con el rostro estoico al mismo tiempo que acariciaba la mano ennegrecida y en descomposición de su hermano mayor, el cual padecía la combinación de los efectos de la lepra que deshacía su piel como la sal en el agua aunada con las enfermedades docas que convertían en humo a la víctima—. Es como si su cuerpo estuviese dividido en dos mitades y ambas partes se rechazasen mutuamente, la esencia del linaje del héroe que libró al mundo de la oscuridad y la oscuridad del linaje del maligno que casi consume al mundo. Hasta que no esté completamente convencido de lo que quiere ser ni de lo que quiere hacer en el futuro, tanto para bien como para mal, no podrá deshacerse del terrible dolor que le sobreviene con cada transformación.

     Hablaba del sufrimiento de su hermano con tanta frialdad en la voz como tendría un médico con décadas a sus espaldas tratando a un paciente quejumbroso. Aún así, Jestix veía en sus ojos la preocupación de la joven, la angustia que oprimía su corazón. Kalixta había vivido menos cosas que él y que Durand, pero aún así tomaba las cosas con la calma de un veterano, calculadora y paciente por más tensa que fuese la situación a su alrededor, no se venía abajo como habrían hecho prácticamente todos los niños de su edad. En eso el mercenario estaba increíblemente impresionado, había heredado la personalidad de su tía; trataba de verlo todo desde el prisma de la lógica lo más fríamente posible, ignorando sus propias emociones así la devorasen desde dentro.

—Tiene bastante sentido, pero por desgracia por más que charlemos, sigue igual de indeciso.

—Háblame con sinceridad... Es sobre nuestra familia... ¿Verdad?

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