Capítulo 23 Amor y Odio

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     Los entornados ojos cambiantes de color arco iris de Kiro analizaban a la velocidad del rayo cada minúsculo movimiento bajo la lluvia: el ondeante mecer de las velas, el fuego que ardía en los restos de los barcos Docas justo al lado de su embarcación luchando por su supervivencia bajo la intensa lluvia, los pechos jadeantes de los moribundos que se desangraban sin atención médica y las balas de cañón que cruzaban el cielo por encima de sus cabezas... pero a él no le veía.

      Fuera de la isla se había desatado una tormenta como pocas que había embravecido enormemente el mar como si alguna suerte de deidad estuviese en contra de aquella guerra y quisiese disuadirlos a todos con la lluvia más densa, los relámpagos más inmensos y el mar más voraz de la historia.

     Una luz iluminó brevemente todo el cielo y las nubes tronaron con tal fuerza que ensordecieron los cañonazos durante un segundo, sin embargo Kiro no se asustó, ni siquiera parpadeó, su mirada seguía centrada en cada mínimo movimiento sin vacilar en lo más mínimo, buscando al asesino ciego bajo la intensa lluvia al mismo tiempo que se mantenía en pie a pesar del irregular balanceo del barco. Ya no sabía si lo que empapaba su pelo recogido en una coleta era el agua salada del océano que embestía el barco con inmensas olas o era la lluvia intensa que había comenzado a sacudir el campo de batalla, o si aún seguían ganando la batalla o los Docas estaban remontando por fin, sólo tenía en mente localizar al asesino. 

     Otra vez el cielo tronó y, en el momento en que la luz iluminó el cielo, Magnus se abalanzó sobre la espalda de Kiro con la guadaña en alto.

     Ella ya se esperaba esa maniobra y se volteó veloz, arrojando una estocada limpia al aire con la lanza. El ataque dio en el blanco y la lanza se hundió hasta la mano de Kiro en el riñón de Magnus atravesándole de lado a lado, aunque este no flaqueó y arrojó un guadañazo horizontal contra la chica, quien se defendió colocando verticalmente el espadón que portaba en la otra mano. Ambos metales entrechocaron y los implacables guerreros los mantuvieron forcejeando, el asesino aprovechó y con la mano que le quedaba libre arrojó su otra guadaña contra la cabeza de la albina.

    A Kiro no le quedó más remedio que retirarse de un salto hacia atrás justo a tiempo para evitar el filo de humo condensado. Cuando se percató de la situación, estaba con la espalda contra la barandilla completamente arrinconada por la presión que ejercía el asesino.

     Magnus dio un paso al frente acortando la distancia entre ambos, lo que le hizo pensar a Kiro que él ejercía ese dominio silencioso que la presionaba a propósito. No sólo era un asesino inmune a las heridas convencionales, con poderes de teletransporte ni un maestro con las guadañas, sino que también tenía una presencia atronadora. 

—Tienes más reflejos que tu hermana pequeña —alabó el asesino ciego.      

     Kiro musitó una maldición. Antes de siquiera darse cuenta de que estaba ocurriendo, él ya había asesinado a todos los marineros de la cubierta o los había dejado a punto y la había puesto contra las cuerdas. Nunca se había enfrentado a algo así, ¿cómo rayos podía defender ese lugar de un asesino capaz de teletransportarse a cualquier lugar en un instante y de regenerar cualquier herida, incluso las que le abría con sus armas sagradas? Ni siquiera los demonios a los que se había enfrentado aguantaron más de dos ataques de su lanza ni de su espada. ¿Ese era el poder del Linaje Oscuro del que les hablaba su padre? Ni el poder creado para desterrar la oscuridad podía disipar las tinieblas tan densas que se habían arraigado en su alma. Ya se había enfrentado a ellos antes, pero nunca lo había hecho sola. Nunca antes había sentido pánico, al fin y al cabo sus padres eran auténticos dioses, pero ese ser... ese ser simplemente la aterraba.

     Magnus pareció haberle leído la mente y sonrió, haciendo girar sus guadañas como hélices a modo de burla.

—Morir ante un adversario tan poderoso como tú es todo un honor, no me cabe duda de ello —admitía Kiro con el rostro sonriente al tiempo que se soltaba la coleta y dejaba que su largo pelo blanco como la nieve empapado por la tempestuosa lluvia cayese de nuevo sobre sus hombros y por su espalda—. Por desgracia para ti, me juré que jamás moriría antes de ver a mi hermanita convertirse en la hechicera más poderosa del mundo, así que no hay forma alguna de que pueda perder.

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