Capítulo 8 La cuna de la magia (T)

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—Hmpf —gruñó la joven niña de cabellos negros embellecidos por mechones dorados—. Da igual que edad o rango tengan estos hechiceros de cuarta categoría, todos dan la misma lástima. Pensaba que la experiencia los habría hecho un poco más interesantes o que sus presuntuosos títulos los convertirían en poderosos archimagos, pero veo que me equivocaba.

     La joven semidragona se apartó un mechón dorado de sus ojos del color del oro, relucientes y hermosos como dos diminutos soles y observó la espalda cubierta de su descomunal padre.

—Fue culpa tuya el esperarte estas cosas de una "academia de hechiceros" mediocre en un continente que sólo tiene en consideración las magias elementales y la luminosa. ¿Acaso esperabas otra cosa? —preguntó retóricamente el hombre que la acompañaba, levantando una mano terminada en afiladas garras plateadas de tal forma que su magia provocó un torbellino que lanzó a todos los maguchos muy pero que muy lejos de ellos—. Prohíben las magias poderosas y las pocas que se esfuerzan en aprender jamás dan todo el potencial que podrían dar de si. ¿Cómo pretenden ganar una guerra contra los Docas si además de ser tan débiles no pueden usar los cadáveres de los caídos para formar un ejército infinito ni tampoco pueden convocar poderosos constructos de sangre que mantengan el frente? Idiotas, patéticos y moralistas, que simios tan repugnantes. De haber sabido que me tocaría visitar este lugar en nuestras vacaciones familiares habría reducido a cenizas este maldito continente al completo siglos atrás de un plumazo. Por lo menos no todo es malo y pudiste encontrar una mascota, yo hubiese elegido un humano totalmente funcional, pero algo es algo.

     El titán que hablaba con rabia en la voz de los humanos como si fuesen animales daba orgullosas zancadas a través del jardín de cerezos de La Academia con el pecho al desnudo, dejando claro a todos los hechiceros del lugar su auténtica ascendencia; sus inflados pectorales impropios de un mago, sus abdominales perfectamente definidos y sus brazos gruesos como tocones de madera estaban todos cubiertos de escamas pequeñas y plateadas y, por si alguien llegase a dudar de qué era realmente, llevaba una máscara del mismo color que sus escamas que simulaba ser la cara de un dragón y que cubría toda la parte posterior de su cabeza, dejando libre su larga cabellera de color blanca pero ocultando completamente su rostro. Llevaba a su vez una capa larga que le llegaba hasta los talones y que ocultaba casi toda su gruesa cola de reptil salvo la punta, que se agitaba ligeramente, y unos pantalones de seda cubiertos de placas de oro y diamantes que más que prácticos eran producto de un derroche caprichoso de opulencia.

     "En cierto modo, eso ya lo hiciste con el último sitio que visitamos, Avalord creo que se llamaba" replicó telepáticamente un gusano gigante de casi dos metros que reptaba a su lado, portando una guitarra que estaba bien amarrada a su torso. Era de escamas negruzcas y carecía de ojos, nariz, oídos y de extremidades, era únicamente un cuerpo serpenteante del tamaño de un niño terminado en una gran boca perfectamente circular con al menos diez hileras de dientes pequeños y afilados.

—Ah, sí, Avalord, pero sólo destrocé una ciudad. Fui muy generoso con esos malditos primates.

—Destruiste la ciudad sólo porque tenían mal colocados unos libros en la estantería —contradijo la chica.

—No solo los tenían mal colocados. Eran un caos, las trilogías estaban mezcladas con las enciclopedias y las historias ficticias estaban colocadas de cualquier manera entre documentos históricos. Sólo de recordarlo me invade la furia y me provoca ganas de torturar a alguno de esos primates. Suerte tuvieron de que no exterminase a toda su maldita región con ellos, sólo de pensar en ese desorden me dan ganas de diezmar a la plaga humana...

     Los tres enmudecieron durante un segundo y se pararon en seco en cuanto notaron el gran poder mágico que se interpuso en sus caminos, rápido y repentino como un relámpago.

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