Capítulo 27 Oasis

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     "¡¡Que todos, independientemente de su facción, se congregen en La Academia!!"

—Ya lo has escuchado, querida, me reclaman en La Academia —recalcó Raiyan, inclinando el torso hacia delante en señal de despedida.
 
     Abisarian guardó sus garras y se encogió de hombros. 

—Nos veremos luego, me ha gustado "charlar" contigo. No todos pueden soportar mis juegos y me agrada por fin tener en frente a un hombre que aguanta las emociones fuertes.

—Un no muerto no puede padecer dolor ni caer inconsciente, y yo me parezco bastante a uno —respondió con un tono divertido.

—Hmmmm —ronroneó Abisarian, acercándose a Raiyan de unos cuantos y sensuales pasos hasta colocar sus labios al lado de la oreja del hechicero de sangre y la mano sobre su pecho pálido—. También dicen que los músculos se tensan bastante justo después de muerto... y soy tan curiosa que no me importaría comprobarlo yo misma...

—Lo siento señorita, pero aunque las mujeres con cuernos, cola y alas puedan resultar atractivas para la mayoría, ahora mismo no estoy interesado, quizás cuando se disipe mi hechizo pueda intentar aprender algún truco de los hechiceros elementales para calentarte.

—Lo estaré esperando —le despidió, agitando la cola de forma inquietantemente sugerente. Raiyan se apartó de ella y su cuerpo comenzó a deshacerse en sangre negra—. ¿Me dejarás ver cómo serías si no tuvieses activado ese hechizo?

—¿Para que tu magia me afecte? Si llegas a derrotarme en algún momento y me convences de que de ninguna forma podría ganarte en un combate, me lo pensaré, hasta entonces tendré que rehusar.  

—Te tomo la palabra.  

     Tras la orden de Max, todos los magos y los soldados imperiales habían comenzado con su retirada a la isla, en donde la intensidad del sol era mucho más fuerte y donde la protección de los hechiceros maestros era mucho más intensa. Los Docas llovían por la abertura del cielo como si se acercase el fin del mundo y sólo los esfuerzos de todos los hechiceros podían proteger la isla de las sombras que trataban de aterrizar, calcinándolas a mitad de la caída. No obstante, la cantidad de heridos que llegaban a los bosques de cerezos era cada vez mayor y los médicos estaban saturados.

—¡Más hilo! —gritó Akilina sacando la cabeza por fuera de su tienda cuando su aguja se quedó sin más material para suturar la herida de un quejumbroso soldado imperial. Fue Spico el que cogió de entre las cajas de suministros aquello que necesitaba con la boca y se lo entregaba en la mano, ya que todos los demás estaban muy ocupados con lo suyo—. ¡Gracias, pequeñín!

—¡Sqweeek!       

      Los magos especializados en sanación eran los encargados en disipar los venenos Docas y los que se encargaban de los más graves, mientras que Akilina, Celestia y Tanin se encargaban de aquellos cuyas vidas no corrían peligro. Tanin en particular no estaba acostumbrado a la sangre y aquello le resultaba especialmente difícil, sobretodo cuando con unas tenazas tuvo que arrancar un pedazo de metal que se le había alojado a un pobre hombre profundamente en la carne del costado, otros aprendices tuvieron que sujetar al herido para que no pataleara ni golpeara al joven.  

—Vamos, lo estás haciendo muy bien —le animó Celestia. Tanin tenía el corazón de la dragona en el colgante y, con él, un potencial increíble para sanar que no estaba empleando con eficiencia, pero por el momento no había necesidad de recuperarlo, ella aún conservaba parte de sus facultades y sabía que si el chico llegaba a correr peligro en algún momento, su corazón le protegería.    

—Jamás había visto tanta sangre. No sé si podré aguantar con esto mucho más... 

     Celestia sonrió un poco con rostro comprensivo.

—Está bien, sal fuera a que te dé un poco el aire y cuando sientas que te encuentras mejor, vuelve.    

     El chico no tuvo que pensárselo dos veces y salió al exterior, frotándose los ojos con la mano por sentirse como una carga más que como una ayuda.

     Si siempre había sentido que era inútil en todo aquello que hacía, la silla de ruedas que lo ataba a una vida de inmovilidad lo empeoraba todo. Desde que aquellos cascotes le destrozaron la columna vertebral, su vida parecía haberse vuelto más inútil y sin sentido si cabe; no podía hacer las cosas por sí mismo y era incapaz de defenderse sólo, se sentía como una carga, siempre dependía de Tami mientras que él no podía ayudarla en nada, era como un apéndice inútil. ¿Cuánto tardaría la mujer que amaba en cansarse de él? Esa era la mayor pesadilla, el miedo más profundo del chico; que Tami se cansase de tener que hacerlo todo mientras él se quedaba ahí... sentado.

     Habría roto a llorar de no ser porque Tami se colocó delante de él, con el brazo sangrando y sujetando a su hermano Frigo.

 —¡T-Tami, estás herida!

—No, idiota, es la sangre de mi hermano —gruñó la hechicera, agitando el cuerpo alargado de su hermano.

     "En efecto, es mi sangre, en este momento me encuentro sangrando por los orificios interiores de las mandíbulas y es posible que mi estado sea grave ya que soy prácticamente incapaz de moverme y sufro de escalofríos regulares y espasmos involuntarios, por ello solicito amablemente que recoja mi cuerpo y lo trate adecuadamente antes de que sea demasiado tarde, gracias de antemano" transmitió el gusano gigante que Tami llevaba en los brazos. Esa claridad mental era extremadamente surrealista, pero aún así la chica lo dejó en la tienda de Celestia (amenazando su existencia, para variar) y volvió al exterior con Tanin.

—¿Qué le sucedió?

—Derrotó a un dragón del Linaje Oscuro muy veloz que obligó a Frigo combatir cuerpo a cuerpo.     

—¿Y Kiro, cómo está?  

—Estará en alguna de las tiendas, estaba malherida cuando la encontramos, pero después de tratarla sólo está débil, la trajimos aquí para que descansase.  

—Menos mal que estáis todos a salvo...  

—Yo también me alegro de que no te haya pasado nada.

—Pero yo sólo estuve aquí. No he podido hacer nada, ni siquiera curar a los heridos... la sangre me da mucha...

—¿Grima?

—S-sí.

—Es algo común, a Kiro también le da cosilla.

—Pensaba que era una guerrera.

—Le da asco curar heridas, no abrirlas ni empaparse de su sangre.

—Ah...

—De cualquier forma, haces mucho más de lo que crees.

—No intentes animarme, no te funcionará...

—Hablo en serio. Sin ti ya habría muerto en mi combate contra Magnus, ¿recuerdas? 

—Sí, supongo que sí.                      

     Tami desvió la mirada hacia las tiendas de campaña en las que se trataban a los enfermos y cambió el tema de conversación. 

—¿Alguna de las tiendas está libre?

—No creo, ¿por qué? —preguntó, aunque ella no respondió directamente a la pregunta, sino que primero dibujó runas en el aire y creó una tienda de campaña de color azul bastante amplia en un terreno vacío.

—Para esto. —Tami lo levantó de su silla de ruedas y lo metió consigo dentro de la tienda de campaña la cual estaba repleta de suaves cojines de colores rosados y rojos, almohadas y sábanas. Luego arrojó a Tanin contra todo eso y se le puso encima.

—¿Q-qué estás haciendo?

—¿No es obvio? —inquirió Tami mientras su cuerpo se llenaba de escamas y emergían alas y cola de su espalda—. Tu dragoncita necesita cariño.    
—¿Aquí? ¿Ahora? ¡Hay una guerra ahí fuera y estamos rodeados de heridos!

—Lo sé, ¿a ti no te excita?    
                
—La verdad es que no. 

—Venga... Porfi... —suplicaba Tami, frotando su cuerpo contra el de Tanin. Él estaba sorprendidísimo, era la primera vez que veía a Tami... Así. Cuando la conoció y los primeros días jamás se imaginó que su relación se estrechase tanto como para verla así.

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