—¡Por el Imperio! —bramó en alta voz el almirante Gallo, cabalgando rápido como un vendaval sobre el mar helado a lomos de un caballo de hielo invocado por sus hechiceros. Los guerreros y magos imperiales iban detrás de él montando sobre sus propias invocaciones y haciendo detonar los barcos encallados con bombas mágicas y hechizos explosivos. Desde siempre los ejércitos comandados por Nube habían estado preparados para los impresionantes poderes de hielo de la campeona y, mientras que los Docas apenas podían mover sus extremidades escarchadas, los guerreros imperiales causaban estragos entre sus filas ataviados con gruesas armaduras de piel y amuletos de zafiro imbuidos con encantamientos de calor que les protegían del frío.
La remontada de los Docas se había congelado, literalmente.
—Son aguerridos, eso hay que admitirlo—reconoció Galdvar ante Carboncillo desde la cubierta de uno de los cruceros negros más alejados de la acción.
—Necesitamos recurrir al plan de emergencia. Da la orden de activar todos los portales lunares de los barcos. Invocaremos a todos los Docas que podamos y aguardaremos a las instrucciones del emperador.
—¿Vendrá en persona?
—Sí. Esta es la guerra que decidirá el rumbo del mundo y de toda la existencia de ahora en adelante —decía Carboncillo, con voz calmada—. Fui creado por Abisirus hace siglos para este preciso momento, para luchar esta batalla. Si los Docas somos derrotados hoy, el Linaje Oscuro desaparecerá para siempre. Abu lo ha apostado todo a esta batalla, por ello todos debemos de estar a la altura, incluido él.
—No le decepcionaremos.
El medio humano medio Docas se desvaneció en bruma negra. Carboncillo suspiró.
Pese a ser un Docas, una sombra asesina creada para matar humanos y satisfacer los deseos del Linaje Oscuro, Carboncillo poseía consciencia y tenía sentimientos, por ello estaba aterrado. Después de tanto tiempo de espera, por fin llegó el momento que había estado aguardando con impaciencia durante siglos, pero no estaba feliz. Aquella última guerra era su deber, su misión suprema y todo lo que le daba una razón de existir. Si perdía en aquel lugar, su vida no habría tenido sentido ninguno, habría sido creado por su padre para nada, pero si salía airoso, su existencia a partir de ese momento también dejaría de tener un sentido, los nervios y el miedo ante los dos posibles resultados lo devoraban. Ese era su mayor defecto: era una criatura diseñada para no tener sentimientos que sí los tenía.
—Ahora vienen los refuerzos —informó una voz que provocó que Carboncillo pegase un brinco y se girase rápidamente.
Ahí estaba, el dragón emperador.
Su aspecto era el de un hombre de metro ochenta con la piel gris muy pálida, como la de un cadáver, aunque sólo podía ver su cara pues el resto de su cuerpo estaba cubierto por una pesada armadura negra de placas cubierta de pinchos de tinieblas que supuraban humo de la cual colgaba una larga capa etérea que le llegaba hasta los talones. Los dedos de la armadura estaban terminados en garras y sus enormes hombreras más que prácticas estaban diseñadas para intimidar, pues en ella habían esculpidas infinidad de calaveras, al igual que su yelmo. Para bien o para mal, tenía la visera subida dejando al descubierto sus siniestros y fríos ojos de color violeta.
—M-muchas gracias, Lord Abu.
El emperador de las sombras arqueó una ceja. Su rostro era perfectamente simétrico y su cara, aunque tenía color enfermizo, era bastante atractiva.
—¿Has tartamudeado?
—Las sombras no tartamudean, será el frío que hace crujir mi metal.
Abu asintió.
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El Linaje Oscuro
Fantastik*Maravillosa portada hecha por el Universo Hogwarts* Ya no queda luz alguna en el corazón de los hombres ni de los pocos dragones que aún viven, el Linaje Oscuro ha consumido todo cuanto se interponía en su camino y propagado las tinieblas más a...