Capítulo 18 Zarpando

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     El grupo accedió al barco mediante unas escaleras que conectaban el puerto con una de las bodegas, concretamente la bodega que albergaba el místico jardín de naranjos que proveían de fruta fresca a la tripulación cada mañana. Los naranjos, con un espacio insuficiente en aquel lugar que como mucho tendría dos metros y quince centímetros de alto, se extendían por todo el techo de madera como una cubierta vegetal de la cual colgaban una gran cantidad de naranjas grandes y con un apetitoso color.

     Durand estaba atónito.

—Este lugar... Es gigantesco. 

—Parece de fantasía—suspiró Nidia, dando vueltas sobre sí misma para alcanzar a verlo todo.

—¡Es más largo que la plaza del pueblo! —exclamó Akilina, corriendo, y es que no era para menos. En ese lugar se podía organizar una competición de atletismo alrededor de los naranjos perfectamente.      

—¿Os gusta mi pequeñín? —curioseó la voz de un hombre que emergió rápidamente de entre los troncos de los naranjos. Un hombre raquítico cubierto por una toga con la capucha a la espalda y sin mangas que sobrepasaba ampliamente la barrera de los cincuenta años, completamente calvo y con una barba canosa y descuidada que llegaba al medio palmo. Sus ojos eran castaños y hundidos en sus cuencas rodeadas de arrugas y alguna que otra verruga y la sonrisa de su enorme boca con los labios agrietados le confería un aspecto bastante sospechoso—. Soy Aegis, el hombre que tuvo la idea y planificó a este grandullón. Me llevó más de veinte años buscar a alguien que creyese en mi y me financiase, pero aún así siento que no puedo esperar para verlo en acción.

     Tami se apartó un mechón de pelo negruzco del ojo y, con los brazos cruzados sobre el pecho, se acercó con total solemninad al anciano. Su rostro no era severo como de costumbre, era algo indiferente sí, aunque no agresivo. Los dorados ojos de la chica rodaron por toda la sala, posándose muy levemente en cada uno de los naranjos hasta acabar en el famélico anciano.

—He de admitir que ha sido un buen trabajo incluso para alguien como nosotros —alabó la chica—. ¿Eres de verdad un hechicero como esos estúpidos de La Academia?   

—No. Estudié en La Academia de joven, pero no compartían mi visión de crear armas para proteger a la gente de los peligros. Tampoco se dignaban a estudiar las magias que ellos denominaban... prohibidas. Por eso vine a la Unión Imperial, aquí podía estudiar tranquilamente magia negra sin molestia y también cumplir mi sueño de crear a Sclauss.

     La hechicera sonrió, aquel anciano la intrigaba aún más que antes. Alguien que no se dejaba atar por las normas y veía las cosas tal y como eran.

—¿Qué tipo de magia practicas?

—Nigromancia y maldiciones.

—No está mal, para un novato.   

—¿Novato?

—Existen más tipos de magia prohibida; la magia de sangre, el vudú, la manipulación de almas y los niveles más poderosos de las  magias que conoces. Tienes capacidad y visión, podría mostrarte muchos hechizos, juventud eterna, por ejemplo...

—Yo no voy a quedarme con estos dos hablando aquí de hechizos, ¿me acompañáis a ver el resto del barco? —preguntó Durand. Le bastó con ver a Akilina asentir para correr hacia las escaleras que daban a la primera bodega; el lugar en donde se situaba la cocina en la parte más extrema a lo lejos, el comedor en el medio y la sala de entretenimiento en la otra esquina, equipada con estantes cargados con diversos juegos de mesa, cartas, libros y una plataforma circular en cuyo centro se erigía una barra de metal.      

—¿Qué es esto?—preguntó Celestia, señalando hacia la vara de acero. Durand apenas pudo contener la risa mientras miraba al mercenario. Jestix se colocó el puño delante de la boca y tosió forzadamente.

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