Capítulo 17 El Puerto Imperial

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     Nidia bostezó tapándose malamente la boca con la mano. Nube los había levantado temprano para partir lo antes posible hacia La Academia. Después de casi un año de tener que soportar la presión mundial que ejercían los Docas todos estaban ansiosos por deshacerse de ellos de una vez por todas, incluso en Durand se atisbaban los nervios, y no era para menos, pronto dejarían atrás el muelle más grande y majestuoso del continente y probablemente del mundo para combatir en el frente contra criaturas de pesadilla.

     Estibadores corpulentos y de pieles ennegrecidas por el sol trabajaban desde primera hora con sacos cargados al hombro subiendo y bajando mercancías de gigantescas naves que alzaban orgullosas sus mástiles y sus ondeantes banderas hacia el cielo, el cual estaba completamente despejado y sin una sola nube a la vista desde primera hora de la mañana gracias a la presencia de numerosos hechiceros especializados en magia elemental de agua y viento, lo cual también garantizaba que el mar estuviese calmado y casi inmóvil. El agua era completamente cristalina y, a pesar de la escasa luz del sol naciente, podía apreciarse el movimiento de numerosos pececillos. A su vez, también numerosos reparadores iban y venían en sus carros, sustituyendo tablones de los buques en mal estado o trayendo numerosos útiles para encerar y pulir tanto el barco como sus muchos elementos.

     Akilina no perdía detalle, a cada paso que daba veía algo nuevo que hacía que sus pupilas se dilatasen; estatuas de gran valor, múltiples joyas de metales y piedras preciosas, toneladas de especias, pinturas exquisitas, telas de todo tipo y múltiples guardias custodiando la mercancía con exóticas armaduras de filigrana que deberían de ser tan caras como las mercancías que resguardaban. Y, al frente de todo eso y en formación perfecta sobre el suelo cuidadosamente empedrado estaban doce hileras de cientos y cientos de hombres y mujeres ataviados con sus armaduras y sus armas enfundadas. 

—Nunca había visto a tantos militares juntos... —dijo con asombro Tanin.

—De verdad la Unión Imperial no escatima en gastos cuando hay que luchar —explicaba Tami.    

—Bah, no es para tanto —respondió Tami, aunque ya todos habían aprendido a ignorar sus comentarios afilados después de la mañana que pasaron juntos.

—Ellos serán unos seiscientos, un tercio de las fuerzas que nos acompañarán por parte de la Unión imperial —dedujo Nube, acercándose al hombre que los dirigía.

—Realmente hay muchos... Tengo algo de miedo...  —informó Akilina.

     La campeona ladeó la cabeza y la observó con su azulado ojo de reptil. Su rostro era serio y rígido, pero también triste y preocupado.

—En la guerra no hay lugar para la indecisión, y menos contra los Docas. En cuanto lleguemos a las costas de Nosumbría la sangre, los miembros amputados, la gangrena y los gritos de dolor serán cosa del día a día. Si ahora dudas, imagínate cuando tengas en tus brazos a un hombre siendo devorado por la oscuridad suplicando la piedad de la muerte. Deberías de quedarte en casa, tengo bastante dinero, comida y ropa con la que podrás vivir muchos años si no llegamos a volver.

     Akilina gruñó.   

—Me he criado en las calles, sé lo que es ver sufrir a la gente y verla pisoteada.

—La guerra es mucho más cruel que la indiferencia. Nunca he visto a un mendigo que se haya vuelto loco sólo por haber pasado media vida en la calle, pero he visto a cientos de hombres enloquecer al pasar un sólo día en las trincheras.     

—Las mentes débiles no soportan las emociones fuertes de la guerra —replicaba Kiro mientras agitaba su cola y sus orejas perrunas—. Pero las personas son como el acero, necesitas forjarlas en la fragua del conflicto.

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