Capítulo 12 Furia asesina (T)

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—Ugh... —Obsidio abrió los ojos lentamente—. ¿D-dónde estoy?

—Por desgracia, a salvo —gruñó un guardia y seguidamente le lanzó un odre de agua.

—¿Y el blasfemo?

—Si te refieres al capitán,  allí curándose las heridas.

     La casa de Nitro no era muy espaciosa, por lo que no fue difícil dar con él con la mirada.

—Veo que ya te has despertado. ¿Tienes hambre?

—¿No me has matado? ¿Por qué?

—Una vez un hombre me salvó la vida, aun siendo un enemigo. Un hombre que podría haberme matado sin remordimientos por mis actos, pero no lo hizo. Intentó comprenderme y me ayudó. Gracias a ese hombre y a sus amigos, ahora todos somos libres. Me parecía correcto que tú también tuvieses una segunda oportunidad e hacer algo productivo con tu vida... y tu culto también. No permitiré que os condenen con la muerte, pero no os libraréis de la prisión de por vida.

—¿Por qué harías algo así por nosotros?

—Ya te lo dije antes, no me importa tu religión, sólo tus delitos. Seras juzgdo y se te impondrá un castigo, pero no moriras. Eso te dará tiempo para reflexionar.

—¿Y... los demás herejes?

—Lejos de aquí, se fueron esta misma mañana. Ya no quedaban Docas por aquí y, para no atraer a más, se marcharon tan pronto como pudieron. Dudo que jamás volvamos a verlos por aquí.

—Maldición...

     Obsidio apretó el puño que le quedaba con rabia, había perdido, pero por lo menos seguía vivo. Nitro, por su lado, también se marcharía pronto de aquel lugar. El poder de los Docas que le otorgó el padre Obsidio no sólo lo volvió más poderoso, sino que poco a poco lo iba convirtiendo en una sombra asesina presa de sus más bajos instintos animales. Si continuaba viviendo ahí, sería un peligro para sus seres queridos. Buscaría un significado más allá de las murallas de la ciudad y un lugar en donde morir sin hacer daño a nadie.

 Buscaría un significado más allá de las murallas de la ciudad y un lugar en donde morir sin hacer daño a nadie

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     Mientras tanto, muy lejos de ahí.

—¡Cerrad las puertas! —ordenó el capitán a sus soldados con tono potente. Los magullados y ensangrentados hombres obedecieron sin rechistar y cerraron los portones de la catedral entre todos para, acto seguido, ponerse a colocar todo lo que tuviesen a mano detrás de la puerta para impedir que se volviese a abrir ante las mortíferas sombras, las cuales comenzaron rápidamente a hacer fuerza desde el otro lado mientras todos hacían todo lo posible por evitarlo. El bigotudo hombre se ajustó el peto de metal impregnado de su sangre y la de sus camaradas y se giró hacia el coloso enmascarado que les había logrado la victoria decisiva sobre los Docas. El hechicero había insistido en atacar de noche y por culpa de ese capricho había perdido la mayor parte de su ya diezmado ejército, pues es bien sabido que los Docas duplican sus fuerzas por la noche. Los hombres que quedaban ya no llegaban ni a la media centena, pero debía de admitir que sin aquel desconocido jamás habrían llegado tan lejos, con un simple chasquido de dedos había borrado de la faz del continente a todas las sombras que le bloqueaban el camino, él les lograría la victoria, estaba seguro de ello—. Señor, los Docas no nos molestarán, estamos...

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