Capítulo 11 El culto Tenebrae (D)

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—Comprendo que seáis muy poderosos y que despacharais a un gran grupo de sombras pero, ¿no podrías tomároslo con un poco de seriedad?

     Lamentablemente para Nitro, nadie le hizo caso.

—¡Devuélveme la espada! —gritó Durand a pleno pulmón, aferrando con fuerza el filo de la espada por la parte plana.

—¡Nunca! —respondió Akilina, tirando del arma dorada de Durand por el mango mientras trataba de ganar terreno con las piernas aprovechando el escaso peso de su cuerpo.

¿Siempre son así? —preguntó el capitán de la guardia.

—Por desgracia, parece que sí —respondió Jestix, encogiéndose de hombros—. Aunque eso no  es importante, dinos que sucede en realidad en este lugar.

     Nitro tragó saliva y asintió despacio

—Hace cosa de un mes mi vida seguía siendo relativamente normal, era un guardia normal y corriente que trabaja cuidando de los suyos para ganarse el pan. Mi familia y yo no éramos ricos, realmente éramos bastante humildes, pero teníamos lo suficiente para poder subsistir. Era una vida simple, pero feliz. Por desgracia, una tarde mi felicidad se desvaneció por completo, casi junto a mi propia vida. Aunque supongo que primero tendré que aclarároslo todo desde el principio.

>>Por aquel entonces hacía semanas que recibíamos informes de grupos sectarios extremadamente hostiles campando por los territorios colindantes y por los pequeños pueblos desperdigados por los campos, sin embargo, no les hicimos demasiado caso pues las defensas de la ciudadela son inexpugnables, nos hicimos los sordos hasta que llegaron reportes de que los habitantes y los turistas habían descubierto que por las mañanas había ganado muerto en escenas bastante repugnantes en propiedades privadas dentro de las propias murallas. Creédme si os digo que cuando examinamos los cuerpos eran sin lugar a dudas el sacrificio de algún ritual, no sólo tenían las tripas arrancadas y colocadas en ángulos extraños, sino que a algunos le habían arrancado los ojos para poner carbón en su lugar y otros estaban cubiertos de la misma sustancia negruzca que corre ahora por mis venas. Si os soy sincero, no me habría importado si un grupo religioso nuevo se hubiese establecido en la ciudad, aquí viene gente de todo el mundo a diario y somos bastante abiertos en ese sentido, no obstante el fanatismo religioso de los sectarios pronto generó conflictos internos dentro de la propia orden y pequeñas revueltas con heridos mortales aparecían por las mañanas desperdigados por cualquier lugar de la ciudad. Entonces decidí ordenar a mis guardias que interrogasen a los sospechosos que fuesen encontrando y, tras varios interrogatorios sin éxito, dimos con la ubicación de un altar que servía para adorar a un dios oscuro ya caído. El señor de los Docas, Abu.

—Vaya... —musitó Jestix, acariciándose la barba con gesto sombrío.

—¿Sucede algo?

—No, prosigue.

—Mis guardias y yo asaltamos ese altar por la noche, queríamos interrumpirlos mientras oficiaban las ceremonias para condenarlos a muerte por herejía.

—¿No presumías de ser tolerante con los demás grupos religiosos?

—Lo soy, pero si me das a elegir entre asesinar a un puñado de fanáticos descerebrados o poner en peligro a mi familia y mis vecinos para seguir siendo tolerante, prefiero que ardan todos.

—Lo comprendo perfectamente, prosigue.

—La dirección era correcta y el plan salió bien, en resumidas cuentas. Asesinamos sin miramientos a los fanáticos que nos atacaron con sus dagas ceremoniales ahí donde se encontraban, capturamos a los que no opusieron resistencia para juzgarlos y nos abrimos paso hasta el altar. Me dolió el corazón al ver rostros conocidos entre toda esa gente, pero era algo que debía de hacerse —decía, haciendo una breve pausa para tomar el aliento y mirar hacia otra parte—. Logramos destrozar el altar y nos dispusimos a salir...

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