EPÍLOGO

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—¡Max, ya os arrebatamos el mar e incluso vuestra isla, no os queda sino vuestro querido sol! —vociferó Abu desde las sombras, que se habían detenido a unos pocos metros de la entrada a los edificios de La Academia.

     El poderoso hechicero que lideraba la escuela de magia más importante del continente se mantuvo firme sin responder a sus provocaciones en la misma entrada, a cinco metros escasos del emperador oscuro.

—Tus palabras sólo llevan desesperación consigo, mas no hay lugar para ella en mi escuela. Márchate por donde has venido, pues La Academia es mi territorio y por muy emperador de las sombras que seas, en este terreno no hay títulos que valgan, ni siquiera los tuyos.

—Te veo muy orgulloso, ¿has olvidado quien estuvo a punto de consumir el continente entero hace dos siglos?

—No lo he olvidado, fue tu padre, al igual que tampoco he olvidado que tú no llegas a su altura.

—Te equivocas, querido Max, él tenía mucho más poder, pero no sabía donde golpear, yo en cambio he vivido tanto tiempo con los humanos que sé exactamente cada una de vuestras debilidades.

—No hay debilidades en la luz.

—Sí que las hay, Max, pero los humanos sois muy astutos y os gusta hacer creer al rival que vuestra debilidad es en realidad vuestra mayor fortaleza. —Max tragó saliva mientras que el emperador de las sombras extendía las manos hacia el cielo, como si intentase abarcar el sol artificial con las manos—. Una energía de luz tan pura como vuestro sol debe de ser muy inestable y muy delicada ante el más mínimo contacto con las sombras más puras, ¿me equivoco? Una pequeña reacción en cadena y todo detonaría... ¡Basta con una pequeña disrupción para que TODO se haga pedazos!

—¡¡Ni se te ocurra!! —Max se abalanzó sobre Abu cruzando rápidamente toda la distancia que los separaba y asestándole un golpe en plena cara con el dorso de la mano.

—Ya es tarde, Max. No era a mi a quien debías de detener.

—¡¡Abisarian!!

     El hechicero usó un hechizo de visión global que le permitía ver todo aquello que estuviese entorno a su escuela y contempló a la semidragona volando en dirección al sol con una esfera de oscuridad pura entre las garras. Max se giró para volar en su dirección y atacarla con su magia, aunque Abu le sujetó, incrustando sus garras en el brazo de Max.

—Tú no te mueves de aquí.

—¡Maldito idiota, eso generará una explosión de luz que os matará incluso a ti y a tu hermana!

—¿Eso crees? Entonces creo que es un pequeño precio a pagar, ¿no crees?

—¡Estás loco!

—Oh... No me digas, ¿después de tanta guerra y tanta muerte lo único que se te ocurre es decirme "estás loco"? Que poco original.

     Max apretó los dientes con impotencia y lanzó un hechizo que envolvió el cuerpo de Abu en llamas de luz que destruían la oscuridad del aire y de su cuerpo, aunque él permanecía inmóvil. Al ver que no tenía efecto, Max usó el viento para arrancarle la cabeza, para desgarrarle el cuerpo y para amputarle las piernas, pero él se regeneraba al instante y todo cuanto le hacía era ineficaz.

—¡Suéltame, por favor, Abu ten corazón, ahí hay muchos niños, aprendices inocentes que jamás han hecho daño a nadie y que no tienen nada que ver con esta guerra, por favor, mátame a mi pero ten piedad con ellos!

     El emperador de las sombras apretó los dientes con rabia y le clavó las garras en los riñones, tras lo cual comenzó a retorcerlas de forma lenta y dolorosa.

—¿¡Dónde estaban esas palabras cuando tu jodida humanidad me lanzaba piedras sólo por ser un niño que nació en la familia equivocada!? ¡¡Sólo sois unos cerdos hipócritas, esos niños se convertirán en la misma escoria que nos torturó a mis hermanos y a mi cuando también eramos niños indefensos, sólo que nosotros no le importamos a tu puta especie de mierda!!

—¡T-te vas a... convertir en aquello que odias!

—No, Max, no me convertiré en alguien como los que me torturaron cuando fui niño porque yo no cometeré su mismo error; yo no les dejaré con vida. —El emperador de las sombras le arrancó las garras de la espalda a Max y lo dejó caer contra el suelo mientras él extendía los brazos, preparándose para la explosión que arrasaría con toda la isla y con todos los que la habitaban.

     No llevó demasiado, en cuanto Abisarian llegó al sól, arrojo la esfera de oscuridad pura al sol artificial y, al instante, una inmensa nova devoró toda la isla en menos de un segundo, reduciéndolo todo a cenizas.

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