Capitulo 30

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Estoy atada a la cama con lazos que me aprietan hasta más no poder. Desnuda, y
moreteada. Así es, Elías me encontró. Y explicare como sucedió.

Salía de mi cuarto día de trabajo, ya de noche, eran más o menos las once de la noche. Mi casa no estaba tan lejos al menos a unos quince minutos en auto, pero ya cuando iba en el taxi me di cuenta de que no tenía lo suficiente para pagarlo, así que tuve que bajarme unas cinco cuadras atrás para no tener que molestar de nuevo a mi madre con dinero. Saque mi teléfono y mande un mensaje a mi madre indicando que llegaba en cinco minutos y ella contesto un "con cuidado" esa fue la última conversación con ella. Guarde el teléfono y camine lo más rápido posible ya que esa noche hacia mucho frio y había olvidado llevar un abrigo.
Yo soy de esas chicas con un sexto sentido, de las que cuando vas caminando siempre sientes la presencia de alguien siguiéndote. Al principio me daba miedo salir sola, pero con el tiempo aprendí a ignorarlo y seguir tranquila.
Mal día para ignorar mi sexto sentido.
Por donde vivo no hay callejones o lugares tan oscuros, al contrario, pero siempre ha sido algo solitaria. Cuando estaba a dos cuadras de mi casa vi como un auto se estaciono más adelante, el chofer se bajó e hizo como si revisara su llanta. Y es cuando volví a sentir ese extraño cosquilleo en la columna vertebral, un cosquilleo conocido. Al principio no le hice caso, pero la sensación en mi espalda se intensificó aún más cuando pasé al lado del chofer, y cuando me giré ya no había como escapar. Era él. Me coloco un pañuelo húmedo en mi nariz y boca, patalee, manotee y trate de gritar, pero no sirvió de nada. Empezó a jalarme para tratar de meterme al auto, pero con mi pie derecho di un pisotón en su pie y con las uñas arañe su cara; en cuanto me soltó corrí pero no pude ni llegar a la siguiente cuadra cuando sentí un fuerte golpe en mi cabeza, haciendo que todo se pusiera oscuro y perdiera la conciencia.

La verdad no sé cuánto tiempo paso, solo sé que desperté en una habitación larga pero estrecha, la cual solo estaba amueblada con un mueble café, una cama individual, un sillón al lado, un televisor pequeño anclado en la pared y un baño sin puerta. Estaba acostada en la cama, atada de manos y pies, también la boca la tenia amordazada. De inmediato trate de zafarme, pero era inútil, Elías siempre tuvo esa habilidad con los amarres. Llore, llore y llore; rezando porque alguien me encontrara y salir de aquí. Volví a sentir ese miedo interno, la furia y tristeza salió de mi interior, algo que pensé que estaba muerto, enterrado.

Se podría decir que pase como veinte minutos atada, hasta que escuche como la puerta se abría, mi cuerpo reaccionó y trate con todas mis fuerzas de zafarme, pero era inútil.


—Hola mi amor—dice sentándose al lado mío.


Yo no podía hacer nada más que llorar, llorar y tratar de alejarme de él cuando quería tocarme.


—No llores A, sabes que te amo ¿verdad mi pequeña? —me quita la cuerda de la boca y por fin puedo hablar.
— ¡Me das asco! ¡Suéltame ahora mismo pedazo de esco...!


Me golpea tan fuerte el rostro que mi visión se oscurece por un momento. ¿Por qué otra vez? ¿Por qué? Cuando vuelvo a ver claro él esta serio.


—Soy tu padre, respétame.
— ¿Qué quieres? —digo en un sollozo. — ¿Que no tienes suficiente con lo que me hiciste?
—No—dice seco. — Nunca tendré suficiente de mi pequeña A.


Dios... Díganme que esto es una puta pesadilla... Por favor...


El sabor del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora