2. Una historia repleta de mentiras.

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¿Qué es el tiempo?

El tiempo es el alma del universo y el miedo del ser humano, ya que tememos no cumplir el cometido de nuestros deseos. Tememos el no llegar a tiempo para completar aquello que más queremos.

Su jornada laboral se hacía pesada –Normal, ¡era lunes!– En cuanto Paola salió de la sala Martina se dedicó a continuar su proyecto (estaba dibujando los personajes de un nuevo videojuego).

La pantalla de su portátil se tiñó de negro. Abriendo paso a letras blancas y números aleatorios. Todos desaparecieron y la vena del cuello de Martina se hinchó al pensar que aquello lo había causado su queridísimo exnovio. Se levantó de la silla para ir a gritar a Ángel cuando se quedó petrificada a lo que se escribía en la pantalla.

~Hola, Martina Sorat. O mejor llamada "Ángel caído". No creo que sepas quien soy yo, pero yo sí que sé quién eres tú; eres el único ser que puede salvar a toda la humanidad o directamente destruirla ¿A qué alimentarás más? ¿A tu ángel, o a tu demonio?~

En cuanto terminó de leer aquel corto párrafo –Que aunque fuera corto, inquietante era la palabra que mejor lo describía– Desapareció sin dejar rastro y devolviendo a la normalidad a su queridísimo ordenador. Aunque todo hubiera vuelto a ser como antes, ella seguía mirando la pantalla del electrónico sin creer lo que acababa de leer.

«Ángel caído» Pensó «A qué se refería llamándome "ángel caído"» Miles de preguntas recorrían ahora sus inquietos pensamientos pero, aparte de aquellas dos palabras que la atormentaban, más le importaba el significado de una pequeña frase que había leído –A qué se refería diciendo que era el único ser que elegiría el destino de los demás. El único capaz de eso era Dios o Lucifer; El Diablo–. Necesitaba respuestas y –Oh– las necesitaba ya mismo.

Aquella situación no es una situación que deseas tener una vez en tu vida, directamente no es una situación que desees. Su madre siempre le había dicho que los demonios existían, al igual que los ángeles y todo tipo de monstruos, pero que siempre se escondían en el alma de humanos.

«Los mitos nacen de las historias y las historias de las personas»–Recordaba una y otra vez aquella frase que había mencionado su madre a su hija cuando escasamente tenía siete años y, a pesar del tiempo, se acordaba de ella– «Entonces los cuentos de hadas, ángeles, demonios, trols... ¿existían? ¿A qué se refería mamá? » Uno de sus tatuajes comenzó a arderle, como tratándose de aquellas brasas que nunca se enfrían, reflejando en sus ojos el brillo apagado de las ascuas, sumergido con toques de dolor y agonía. Arrancándole un gemido de sufrimiento. Los músculos de su mandíbula se tensaron. Cerró los ojos y quiso frotárselos pero su cuerpo se encontraba entumecido a causa del espantoso dolor que estaba sintiendo.

Roxan en esos instantes estaba enseñando la oficina a Ángel. Estaba por los pasillos diciendo de quien era cada sala. Al pasar por delante de la de Martina su cuerpo se estremeció al verla de pie, frente a su portátil con una de sus gentiles y frías manos sobre su propio pecho. Roxan abrió los ojos sorprendida al verla quieta, sin hacer su trabajo. Ángel abrió la puerta y Martina al abrir sus ojos y dirigirle una mirada –Fría y cortante–, le permitió ver sus grisáceos iluminados con un tono amarillento.

Ángel creyó que aquel reflejo lo había causado la luz, era imposible que los ojos de un humano cambiaran de un tono gris a uno atigrado si no es por medio de lentillas, y Martina no las tenía.

––Quien eres tú. ––Susurró. Sin saber cómo Martina lo escuchó, pero eso el joven no lo sabía.

«Quien soy yo» Tantas veces se lo habían preguntado. Desde que era pequeña solo mantenía una relación estable con una de sus amigas. Mei era una muchacha que había estado desde la ESO con ella.

Martina había llegado nueva a la ciudad a finales de Primaria, no conocía a prácticamente nadie, además de que como nunca solía salir y era la típica niña rara siempre había tenido algún mote despreciable.

Las puertas del ascensor se abrieron con el típico sonido de campanilla. Subían varios empleados en este, junto con una joven que no vestía la vestimenta común de empleada de oficinas–Corbata, camisa, falda de tubo negra y tacones–. Ella llevaba una camisa de cuadros roja y negra, cubierta por un anorak que la protegía del frió, unos guantes negros que dejaban al descubierto la mitad de sus dedos, unos pantalones vaqueros con los finales de las piernas mojados por la nieve y unas Vans negras. Entre sus manos transportaba una caja de cartón llena de dulces. Saludó a Paola dándole dos besos en la mejilla y se paró a hablar con ella. Era cómico ver a las dos chicas con las que mejor se llevaba fruncir a la vez el ceño y mirar al mismo lado.

Ángel aún la observaba, recorriendo su cabeza la misma pregunta. Se sentía inquieto ante aquella situación. Pero, para ser sinceros, Martina nunca había sido muy... normal, no había sido la típica niña que de pequeña jugaba con sus muñecas, ni con las cocinitas. No había sido de ningún grupo popular de su colegio. La mayor parte del tiempo era cuidada por una señora mayor porque su madre; Iona se pasaba el día metida en su pequeña oficina –Que se encontraba en una habitación de puerta doble de su casa– a la que nunca le permitía entrar, ni aunque fuera una urgencia. De vez en cuando por las noches se la escuchaba hablar con alguien de voz áspera que más que un sonido dulce parecía un graznido. Mientras que su madre trabajaba –En lo que fuera su trabajo– Martina dibujaba y leía libros que le traía aquella señora e incluso en algunas ocasiones la mujer le contaba historias que decía haber vivido. Y, ahora que lo pensaba, creería, –y ya no solo por ser niña, sino por ser mujer– que aquellas historias no eran inventadas, sino que eran historias reales.

¿Quién era aquella señora? ¿Quién era su padre? ¿Quién era ella? Cuantas preguntas más tendría que hacerse para saber la verdad de todo aquello. A quien debería formular aquellas preguntas para recibir las respuestas que tanto ansiaba.

–– ¡Muy buenos días Martina!–– La joven que anteriormente había estado hablando con Paola. –De pelo castaño corto y ojos de un tono miel. Tez morena cobriza como si hubiera estado tomando el sol en pleno verano todo el día– irrumpió en la sala, dejando con la palabra en la boca a Roxan –Que, si hubiera tardado más en entrar le hubiera espetado una buena reprimenda por no hacer su trabajo en horas laborables–

––Mei––Masculló aún horrorizada mientras la miraba con los ojos bien abiertos. Refulgían un brillo de terror y soledad.

La amplia sonrisa de su mejor amiga se borró de inmediato al contemplar la mirada de Martina.

––Martina––Susurró. Corrió hacia ella y la abrazó mientras sentía aún su pulso acelerado.

Paola miro a través del cristal y se estremeció al ver pálida a su compañera de trabajo. Ángel aún sorprendido la analizaba. Únicamente la examinaba. Buscando algún desperfecto o algo sombrío que le hiciera creer en lo sobrenatural.

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora