Abre los ojos y no confíes en todos. De diez ovejas nueve son lobos.
Sintió como las manos de Martina resbalaron por sus hombros para soltarla mientras esta negaba con la cabeza, sintiendo aquel vacío aterrador entre sus costillas. Sus dientes se apretaron entre sí para dejar escapar un suspiro de agonía, levantó su mano y la dejó caer a toda velocidad hacia su rostro, formando un estruendo que hasta Daniel se encogió al oírlo, compadeciéndola del dolor. Martina aún se encontraba con su mano abierta de par en par, en cambio, Irisviel tenía la cabeza girada y la pálida piel de sus mejillas teñida de un tono carmín claro.
«Me mintió» Aquella era la única frase que revoloteaba por su mente sin dejarla pensar con claridad. Le dolía el simple hecho de haberle pegado pero realmente... se lo merecía.
–– No pretendía ocultarte el que mi madre era una enviada del cielo. Mucho menos lo de que ella controlaba el tiempo.
–– Pero lo hiciste. Me mentiste–– Hizo una pausa, observándola con repugnancia mientras cerraba su puño con fuerza –– No hay nada que te haga diferenciarte de los demás ángeles.
Aquellas palabras le hicieron recordar a su hermano Uriel, creándole un sentimiento de cobardía y de traición que aumentaba por momentos, recorriendo todo su cuerpo gracias al flujo de sangre que enviaba su corazón. Ni siquiera alargo su brazo para tocar su cara, dolorida por el guantazo que Martina le acababa de propinar.
–– Iros de aquí. Os perdonaré si desaparecéis de mi vista–– Intentó relajarse a sí misma, bajando su brazo a la vez que cerraba su puño con ira –– ¡Iros! ¡Vamos! –– Insistió.
–– No tengo el poder de mi madre, Martina. Y lo siento pero no voy a....
–– ¿No tienes su poder? Lástima. Pues te mueves hasta la ciudad y te metes allí a resguardarte. Yo al menos me preocupo por alguien que no daría ni una moneda por mí.
Aquellas palabras le dolieron como puñales en el alma, giradas a traición, esperando que se desangrara. Abriendo lentamente aquella herida que tanto le dolía. Su puño se enredó en su propia camisa, agarrándola con descuido, apretando la seda de la que estaba hecha su blanco vestido. Sentía como su pecho era aplastado sin serlo. Agonía, cierto, eso era lo que sentía. Agonía.
***
La noche ya recaía sobre el azulado cielo, ese azul intenso, lleno de pureza fue pasando de ese tono claro a uno más oscuro; azul marino, y finalmente, paso a ser el negro de la solitaria oscuridad, mientras que, aún los últimos rayos de sol asomaban por el oeste, tiñendo parcialmente el horizonte por un tono morado que se degradaba en rosa.
Martina seguía caminando. Posiblemente sin rumbo alguno. Las hojas secas crujían bajos sus pies al igual que las ramas caídas de los árboles. No sabía cómo asimilar toda aquella información. Irisviel le acababa de mentir, aquel hombre que había estado enfrente de ella le había dejado el colgante de su propia madre, y más preocupante aún, no sabía ni donde se encontraba. Sus músculos recibían los pinchazos del cansancio y de la falta de energía. Llevaba horas caminando y ahora se daba cuenta que no había probado la comida que había pedido «Demasiado tarde querida, habrás girado como mínimo 10 veces y no te acuerdas de en qué dirección» Se vaciló a sí misma, tal vez estaba perdiendo la cordura que le quedaba. Le dolían los gemelos de tanto caminar por un sitio tan irregular. Paró, tomó aire y lo expulsó mientras cerraba los ojos. Escuchó unos pasos, su cuerpo se posicionó para el ataque, un susurro hizo que se estremeciera, temerosa hasta que se percató de que aquel susurro lo había provocado el silbido del viento contra los desnudos árboles.
Sacudió su cabeza, pensaba tener alucinaciones al ver que, entre la noche y la espesa vegetación baja, brillaban dos pequeños círculos alternativamente, se encontraba como en trance, su mirada se fue nublando, su cuerpo se entumeció a causa del frío y por fin ocurrió lo que minutos antes se estaba esperando que ocurriera; sus rodillas tocaron el suelo, manteniéndose así, quieta, tambaleante hasta que aquel movimiento ceso para desplomarse hacia delante.
Al abrir nuevamente sus ojos, sus pupilas no tardaron en acostumbrarse a la tenue luz que invadía aquel pequeño salón. Su cuerpo se encontraba sobre algo cálido y mullido, ya no era el tacto de las hojas secas y el olor a tierra mojada. Lo que se encontraba debajo de ella lógicamente era una cama pero... ¿De quién? En esos mismos instantes una joven entro por la puerta, la luz procedente de la otra habitación solo le permitía ver una silueta negra con una distintiva palidez de piel, quien diría que aquella mujer estaría hecha de pura blanca nieve, pero no, era de carne y hueso. Al acercarse más a ella y ver que estaba despierta, sus ojos se abrieron con asombro, dejándola ver aquellos iris morados que tanto la hipnotizaban. Su cabello le llegaba a media espalda, era ondulado y por último tan dorado como el mismísimo oro. Su flequillo recto y seguidamente una diadema que dejaba al descubierto dos mechones de pelo los cuales eran recogidos con dos cintas negras. Sus mejillas eran moteadas delicadamente por algunas pecas las cuales la hacían ver más... única. Sus rasgos faciales eran finos y elegantes. Su vestimenta era como la de una sirvienta: un vestido de vuelo adornado con tonos blancos y azulados.
Sus labios trazaron una pequeña sonrisa mientras dejaba el pequeño cuenco sobre la mesilla. Del interior sacó un paño húmedo para pasarlo por su frente con cuidado, a lo que Martina se sintió bastante acogida con su tacto.
–– ¿He muerto? –– Preguntó con timidez a su vez intentando descifrar si aquello era la realidad.
La muchacha rió sonoramente ––Si estuvieras muerta, ¿despertarías en casa de una desconocida y preguntarías eso? –– Le respondió con tono burlón mientras limpiaba el trapo.
Aquella contestación le provocó algo de risa.
–– ¿Ibas en dirección de la ciudad Zafira, la próxima ciudad desde el reino de Matrov? –– Su voz sonaba intrigada.
–– Supongo que sí, necesito respuestas de algo a lo que ni yo misma tengo preguntas –– Se encogió de hombros, haciendo que aquella joven nuevamente esbozara aquella infantil sonrisa.
–– Ibas en buena dirección pero... ¿Cómo pretendías llegar hasta allí en tu estado físico? Sin corcel ni acompañantes. Por tus ropajes debes pertenecer a alguna cofradía o ciudad especifica pero debo de admitir que para mí eres la primera chica que me encuentro tendida entre las hojas secas de un bosque. ¿Tan valiente debes de ser para adentrarte tu sola?–– Su cabeza se inclinó con duda, aquello le recordó a sí misma.
––Anteriormente iba acompañada por un galante corcel pero... –recordó el motivo del por qué se marchó y seguidamente, sacando su mejor sonrisa para que se creyera la mentira, finalizó– se encabritó, me tiró, y salió despavorido hacia el sur, así que decidí seguir a pie.
«Aunque si yo hubiera sido el, también me hubiera marchado a toda velocidad» Se dijo a si misma con tono molesto, tan bajo que no le permitió escuchar nada.
Su pálido rostro fue inundado por una expresión de intriga y duda ––Y dime, ¿tantas ansias tienes de buscar esas respuestas que te da igual morir por ellas?
Martina se aferró a las sabanas mientras en su interior reía irónicamente.
«Cuando alguien está muerto por dentro,realmente le da igual morir por fuera»
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El futuro Incierto
Teen FictionCuando todo el mundo padece y se transforma en todos tus miedos. Cuando un amor irracional se alberga en tu corazón, pierdes los hilos de tu destino y te encuentras sola en medio de un mar de dudas y peligros. Martina, una joven diseñadora gráfica...