14. Escondite

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Cuántas veces aullé por tu amor, dejando mi aliento sediento de tus besos en cada estación de metro, esperándote.

Sus labios, entreabiertos. Sus cuerdas vocales preparadas para el show. Su corazón, pequeño, sumergido en una mezcla de sorpresa y miedo. Su mirada fija en aquello que se encontraba frente a ella. Unas pupilas contraídas al igual que lo que se hallaba en el interior de su pecho. El latir, palpitante en sus oídos. No se podía creer lo que veía. ¿Cómo era posible aquello?. Una mujer deslumbradora le estaba dedicando su mayor sonrisa. Su cabello -castaño como las hojas en otoño- caía en cascada por sus hombros hasta su pecho, ondulado como el mar en un día tranquilo. Sus ojos, azules con tonos grises, deslumbraban desde la lejanía. Unos labios carnosos bajo una nariz fina, unas pocas de pecas sobre sus pómulos y por supuesto, un tono de voz enternecedor y suave como la seda. Sus facciones eran finas y su piel tan pálida como la nieve que recorría la ciudad de arriba abajo en aquellos mismos instantes.

Martina por fin reaccionó. Sus ojos dejaron escapar a su océano interior, convirtiéndolo en lágrimas de consideración. Sus pupilas se dilataron tanto como si hubiera consumido algún tipo de droga. Cierto, la había consumido, era una droga que todo ser humano toma; el amor del reencuentro.
––Sara...–– Susurró mientras se abalanzaba sobre su entrañable familiar. Tenía miedo de que aquello no fuera más que un espejismo. La abrazaba temerosa mientras repetía su nombre en varias ocasiones. El aroma de su hermana se adentraba por sus fosas nasales, haciendo que miles de recuerdos acudieran a su mente como una avalancha. Convirtiendo cada vez más real aquel nostálgico momento.

––Estoy aquí, tranquila, te quiero. No estarás más tiempo sola. No llores–– Masculló, convencida de ello. ¿Cuánto había pasado ya? ¿6 años? Que escondite más largo. Que juego del destino tan malo. Pero por fin la había encontrado. Después de tanto tiempo había vuelto a por ella.

***

El cielo se iluminó. Llegaba la tormenta. Esa tormenta que convertiría una simple nevada en una ventisca helada. Alzó la mirada, retirando su cara del hombro de su hermana. Mientras que Sara era el otoño -de colores cálidos. Nostálgico. Abrumador y acogedor- Martina no era nada más que el gélido invierno, sin nada que contemplar, solo el color blanco de la nieve y el negro destacado de los árboles desnudos en medio de la nada.

–– ¿Y mamá? –– Preguntó. Martina se paró en seco. Ya iban de camino a su casa cuando el nudo de su garganta hizo presencia nuevamente.

––No lo sé–– Repuso sin mirarla. Los copos que caían sobre ellas se derretían por el calor corporal, transformándolos en pura agua. Que asqueroso sentimiento aquel que invadía su garganta. Era como el sabor de la verdad; agria y rancia. Carraspeó, pretendiendo arrancar aquel nudo sin ton ni son, pero fue un intento en vano ante la mirada de su glamurosa hermana.

––Como que no sabes donde está–– Cuestionó. Su voz sonaba débil, como si su mundo se estuviera viniendo abajo pedazo a pedazo. Martina comenzó a caminar nuevamente, y al andar un par de metros se giró para responderle, pero allí no había nadie más que ella misma. Nadie rompía el inquebrantable silencio que había entre ella y Brujas. Sintió ganas de llorar. Asquerosos espejismos que le hacían ilusionarse. ¿Tan sola se sentía? Una tromba de aire sumamente gélido la azotó sin compasión, se quejó y se giró para darle la espalda al viento. Cerró los ojos con fuerza para lastimarse y seguidamente los abrió decidida a saber de qué se trataba aquel horrible juego que el destino le había preparado. Nuevamente se encamino hacia su casa, dos bolsas a rebosar de comida colgaban de sus manos y sus dedos se volvían rojos por el peso y el frío. Su mente centrada en otras cosas. Sus ojos rojos de tanto aguantar las lágrimas y sus labios apretados entre sí para no dejar salir al quejido de su corazón.

Nada más llegar al hall de su edificio dirigió una mirada atroz al botones. Dejando en el suelo las bolsas para estirar los dedos y dejar de sentir aquellos terribles pinchazos de la falta de sangre.

–– ¿Hay correo?–– Preguntó y este le respondió negando con la cabeza. Sus ojos se iluminaron al recordar algo y se colocó firme para responderle.

–– ¿Encontró a la joven que preguntó por ti? No sabía que no estabas, si lo hubiera sabido le hubiera dicho que no te encontrabas en casa...

–– ¿Qué joven?–– Su cuerpo se tensó y su corazón se contrajo como si lo hubieran agarrado con las manos y lo hubieran estrujado sin miedo a que se rompiera.

––Cabello rojo, rapado por un lado y por el otro hasta el hombro. Ojos tan rojos como su pelo. Gabardina. 1'80 de altura más o menos...

Martina agarró las bolsas nuevamente para subir por el ascensor con rapidez. Nada más abrirse las puertas en el sexto piso, dejó la carga en la entrada y abrió la puerta con angustia. Solo se escuchaba el insufrible silencio. Tan cortante como la nieve que se encontraba en el exterior del edificio.

–– ¡Mei!–– Gritó su nombre con euforia sin encontrar una respuesta. Caminó hacia su propia habitación y nada más llegar se encontró a su mejor amiga, tumbada sobre la cama, en lo que parecía ser un profundo sueño. Un sonido le hizo perder la calma que acababa de recuperar, unas cadenas arrastradas por el suelo y el claro sonido del agua correr por una caña de bambú; como si se tratara de una pandereta que no paraba de ser agitada. Pasos secos sobre el parque. El sonido de unas botas chocar contra el suelo y una risa inquietante.

––Tranquila, solo está dormida––Una sonrisa se formó en sus labios acompañada de una pequeña pausa ––Por ahora.

Martina se inclinó hacia atrás, permitiendo ver a quien se encontraba en el pasillo. Ante ella se encontraba la mujer que anteriormente le había descrito Simón; el botones. Pero no estaba sola, tras aquella femenina figura cubierta por una gabardina de tono negro había una silueta curvada que se confundía con el abrigo al tener el mismo color. Al mover el pelo que se situaba sobre su lomo, soltaba aquel infernal sonido que parecían cientos de cascabeles moviéndose a su vez. Unas fauces chorreantes de saliva y por ultimo unos ojos, tan rojos como la sangre que había visto anteriormente –por desgracia–. Corrió hacia Mei, intentándola agarrar en brazos para sacarla de ahí cuanto antes, pero a cambio lo único que escuchó fue el jadeo del animal y seguidamente unos afilados colmillos traspasar la tela de su pantalón y tirar de ella hacia atrás, haciéndola caer de bruces contra el suelo y ser arrastrada sin esfuerzo.

«Mierda» masculló para sus adentros mientras sentía el tibio tacto de su sangre en su ropa, como poco a poco se empapaba gracias a la herida que le había causado aquel fiero animal que la arrastraba hacia su dueño.

––Querida, ¿por qué huyes de mí?–– Su pie se colocó sobre el abdomen de Martina, haciendo presión, causándole fatiga. ––Con las ansias que tenia de conocerte... no me temas, seamos amigas. Ya que Tragus –señalándolo con sutileza– no te trajo ante mí la última vez... vine yo a buscarte–– Una sonrisa llena de locura se formó en sus labios, mostrando unos dientes blancos junto con unos colmillos tan parecidos a los del animal que si los hubiera separado de la encía, juraría que eran los mismos.

El cielo tornó rosado, dentro de poco anochecería y lo único que quería era despertar de aquella asquerosa pesadilla. Pero no lo haría.

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora