12. Columnas de humo.

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Barreras impedían seguir nuestro camino. Me siento tan fuerte como débil. Me siento tan feliz como triste, porque soy como el deseo y la desesperación de Dios y a la vez del Diablo.

––Y dime... ¿Qué hacen ellos dos aquí?–– Preguntó Martina arqueando su ceja derecha, como si aquello no le pareciera del todo bien. Irisviel se encontraba enfrente de ella mirándola con sus dos esmeraldas como si tratara de un gato que observa atentamente a su próxima presa.

Daniel paró de hablar con Sam y se dirigió a Martina de una forma alegre.

––Esta muchacha–dijo señalando sin miramientos a la joven de pelo negro– necesita tu ayuda ya que la han contratado en una empresa de diseño gráfico y no sabe lo que debe de hacer. Así que...

––Dani–– Espetó. Interrumpiendo lo que le decía––No tengo tiempo, de verdad, lo siento.

Mei estaba sentada en el sofá, mirando la televisión –embobada, como no– pero a su vez atenta de la conversación.

––Tengo trabajo y además, tengo algo muy urgente que hacer –dijo rememorando la desaparición de su madre– Se levantó del asiento, extendiendo la mano hacia la puerta mientras pedía disculpas. Irisviel le agarró la mano a la vez que se levantaba –era más alta que ella– haciendo que sus miradas chocaran de pleno como hielo y fuego, contrarios pero a la vez iguales ya que las dos quemaban. Aquello provocó que Martina se estremeciera. La aterradora mirada verdosa pasó de un tono frió a ser inundado por un reflejo de cercanía, amabilidad y nostalgia.

«Esta chica me inquieta... no soy capaz de descifrar nada de ella» Apartó la mirada como evitando tomar contacto con ella aunque seguían sus manos entrelazadas. Irisviel se acercó a su oído, desconcertándola y susurró con calma:

–– ¿Sabes la historia del hilo rojo en Japón?

Martina guardó silencio y seguidamente asintió débilmente con la cabeza. Vio de reojo como los labios de Iris se curvaban, formando una sonrisa. Se separó de ella. Su voz había sido tan dulce como la miel, tan limpia como las aguas de un río, aguda pero sin ser dañina. Simplemente la describía una palabra; hipnotizante. Sin dirigir una mirada a Sam, se despidió de Daniel, dirigiendo una mirada rápida a Mei y salió de la casa sin despedirse de ella.

Mei arqueó las cejas y sonrió disimuladamente. Escasamente habían pasado dos días desde lo ocurrido con su madre.

––Voy a ir a comprar algunas cosas ¿de acuerdo?–– Preguntó saliendo de su aturdimiento y más peligroso aún; de sus pensamientos.

––Compra cervezas... y dulces...–– Sus ojos se abrieron y se arrodillo sobre el sofá para apoyarse en el reposabrazos –– ¡Y chocolate!

Martina la comparó con un perrito, alegre mientras movía la cola, esperando que su dueño le de comida. Suspiró y con voz apagada pero con una sonrisa preguntó:

–– ¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte en mi casa?–– Se colocó la bandolera, sacando la cartera para ver cuánto dinero llevaba y mientras contaba Mei la interrumpió.

––El tiempo que me dé la gana–– dejó escapar un poco de aire entre sus dientes "tss", chistó ––Que para algo soy tu mejor amiga ¿no? –– Se colocó de piernas cruzadas sobre los cojines; indignada.

–– ¿Sabes?–– respondió agarrando el pomo de la puerta ––Cada vez pienso más, que la confianza da asco.

––Lo sé–– Escuchó al cerrar la puerta, acompañada de una risita.

***

Aunque fuera así, la necesitaba. Era su mejor amiga, como la sangre que acude a la herida abierta, es molesta pero... siempre es necesaria. 

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora