31.Ante la muerte.

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Me dijeron que la muerte tenía una mirada fría, cortante e intimidadora, pero, viéndola a ella, dude de que la muerte fuera aquel saco de malos augurios y carente de sentimientos, no, la muerte estaba enamorada de la vida, tanto como yo estaba enamorada de ella, a pesar de saber que no podré tenerla.

Sus músculos se resintieron, temblaron, recibiendo el impacto de sus pies contra el suelo. Corría sin capacidad de detenerse, sin pensar en pararse ni un segundo, sin mirar atrás. Recorriendo cada callejón que se le ponía delante con tal de llegar cuanto antes a la plaza central, y así ocurrió, ante ella se abrieron las calles, comenzaron a oscurecerse los adoquines del suelo a causa de la humedad provocada por las cataratas. Y sus pisadas resonaron entre las paredes, formando eco. Al otro lado de aquel rio embravecido se encontraba la respuesta de donde se encontraba la salida, y quería saber ya mismo donde se situaba. Al ver las barras de seguridad acelero, aquello era un suicidio si salía mal, pero debía intentarlo. No quería vivir encerrada allí abajo durante años. No. Entornó su único ojo. No calcularía bien solo con uno. Alzó el brazo, agarró el esparadrapo que le ayudaba a mantener firme aquel nido de gasas y desinfectante y tiró de él, arrancándose de cuajo el apósito. Aun veía un poco mal por él, pero le dio igual, nada más llegar ante aquellas barras de metal, salto sobre esta, se encaramó para coger impulso y saltó. Sintió como el chisporroteo emergente de aquel rugido de choques de aguas que se retorcían bajo sus pies la salpicaban débilmente y seguidamente sintió el choque en su costado. Sus ojos se cerraron y soltó un profundo quejido de dolor.

Había llegado.

Rodó sobre sí misma, dando varias vueltas hasta terminar bocabajo, escuchando el bombeo descontrolado de su corazón. Seguidamente, unos firmes pasos se detuvieron a su lado. Martina abrió los ojos lentamente, se sentía aturdida y aun veía nubladamente el suelo. Sus rodillas, al igual que el lado derecho de su cadera y sus codos, estaban llenos de pequeños cortes superficiales. Rasguños sin importancia. Gata sintió como sus músculos se contraían acompasados por dolorosos pinchazos para luego relajarse con pequeños temblores. Se incorporó poco a poco mientras se apoyaba en sus antebrazos.

––No pensaba que llegarías––Una voz masculina, fría y con tono cortante se alzó a su espalda, dándose a conocer, pero Martina ya la había oído anteriormente (rodeada de música, de risas y de vasos chocar contra la barra, pero sí, la había escuchado ya) –– ¿Ahora también vuelas? –Rio sarcásticamente– Querida, ni que fueras la caja de pandora. Cada día que pasa, traes contigo una sorpresa distinta. Primero fue vencer a un tigre que te podía haber arrancado la cabeza de un solo mordisco, ahora, y no siendo menos, eres capaz de saltar las Aguas de la Muerte. No sabía yo, que los Sorat tuvieran tantos... dones.

«Mi apellido» Miró por encima del hombro, contemplando, ante ella, a Uriel, (efectivamente era quien creía). Lucía una vieja y roída armadura de metal; al parecer había sido víctima de varios golpes ya que presentaba bastantes muescas y arañazos de ocasionadas peleas.

–– ¿Cómo sabes mi apellido?––Preguntó. Su pálido rostro mostraba pinchazos de angustia y dolor.

Él se encogió de hombros en un rápido movimiento. La sombra que se formaba bajo sus ojos le hacía ver tan siniestro como una noche bañada por la niebla; solitaria, fría y tétrica. Únicamente le faltaba el búho con su típico ulular Uh-Uh.

––Tal vez porque soy tu enemigo.

–– ¿Mi enemigo?

––Así es–Asintió sin mostrar expresión alguna en su rostro–Y ahora...levántate–Ordenó.

***

El goteo del agua sobre un pequeño charco. Arena bajo su cuerpo y por último, sus manos atadas a la pared con anchos brazaletes de metal.

–– ¿Y tú te haces llamar soldado?–soltó una carcajada sumida por la ironía– Ahora me entero que a los cobardes se les llama soldados––Negó con la cabeza mientras que, con su dedo índice dibujaba garabatos en la arena. La tenue luz que entraba por los barrotes de la puerta y del techo le volvía la piel de un tono cobrizo impregnada en sombras de todas clases. Desde la nariz, hasta la barbilla o los pómulos. Su tez estaba bañada en suciedad, barro, y sangre seca.

––Que graciosa eres ¿No? Me resulta de valientes que seas capaz de sacar tu humor en una situación que no tienes bajo control. Ya que la elección es mía. ––Agarró un puñado de arena con su mano izquierda mientras que con la otra acariciaba el mango de su cuchillo militar. Martina ni siquiera levantó la mirada para ver que pretendía hacer, tan solo se mostró ausente mientras sentía como la tierra chocaba contra su dedo, abriéndose paso entre los pequeños granos de esta. Uriel dejo resbalar el contenido de su mano, haciéndolo caer como si se tratara de un montón de polvo el cual se borra con el soplido del viento. Precipitándose contra el suelo.

––Me encanta que intentes aparentar ser tan... seguro––Remarcó aquella palabra con descaro y con tono vacilón––Cuando no depende de ti todo esto, sino de tu madre––Desvió su mirada de la arena para posarse fría sobre sus verdosos iris. Le estaba retando. Escudriñó su rostro, contemplando como los músculos de su mandíbula se tensaban. Martina, al encontrarse acuclillada con la espalda pegada a la pared, se permitió el lujo de apoyar sus codos, junto con sus antebrazos en sus muslos, relajando sus hombros –– ¿Cuál fue el motivo por el cual te volviste lo que eres: un traidor? Tal vez.... ¿papá no te mimo lo suficiente?–Sus cejas se arquearon, intentando descifrar sus pensamientos– ¿Mamá quería más a tu hermana?– Su ceño se relajó al saber lo que iba a decir– ¿O puede ser que seas tan fracasado de nacimiento?

Sus labios se curvaron luciendo una glamurosa sonrisa impregnada en el sentimiento de victoria al saber que aquello le había dolido tanto a Uriel como haber sido atravesado por un puñal sin poderlo evitar. El rostro de aquel magnifico ángel se desencajó por la ira. Con suma rapidez llegó hasta Gata, agarrándola del cuello y chocándola con ira contra la pared. Sintió como su tráquea se resentía ante la mano de aquel joven corpulento.

––Vamos a ver si queda claro esto–las palabras salían a través de sus dientes, los cuales eran apretados entre sí con ira. Martina veía sus blancos colmillos seguidos por la encía. Estos estaban tan juntos que le recordaban a las placas de la tierra chocando entre sí, creando el temblor de sus manos como si fueran puros terremotos–Tu no te metas en mi vida, y así, de dos días, tu vida se alarga a cinco ¿me has entendido?

––Claro ¿y tú a mí me has entendido?

Le costaba respirar. Aquellas enormes manos masculinas presionaban con fuerza su garganta, limitando el acceso del aire. Un pequeño suspiro emergió de entre sus labios, haciendo temblar su entrañable sonrisa. Uriel inclinó la cabeza, como tratándose de un cuervo de negruzco plumaje y oscura mirada.

–– ¿Qué?

–– ¿Tú me has entendido? ––Repitió.

––Entender el que

––Entender que te he ganado.

Su rodilla se dobló, chocando con brusquedad contra su entrepierna. Las cadenas de sus manos tintinearon con el movimiento. Al ver como aquel musculoso ángel se curvaba hacia delante, arremetió con su rodilla nuevamente, propinándole un quebradizo golpe en la cabeza. Uriel fue lanzado con violencia hacia atrás, cayendo de espaldas contra el arenoso suelo. Un golpe seco. Únicamente eso. Martina esperó a que se levantara y le diera su merecido, pero no lo hizo, no se movió.

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⏰ Última actualización: Mar 01, 2016 ⏰

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