9. Real.

39 4 3
                                    

Su mirada. Su mirada era lo más real que había visto en años.

Una sala negra. Un reloj bajo sus pies. El sonar de las agujas moviéndose. Caminó sobre el cristal que cubría el medidor del tiempo. Miró su reflejo sobre este. Sus ojos eran negros como los de los cuervos. Le llamó la atención la única zona iluminada. Se aproximó sin salir del interior del cristal, sino caería al vacío –o eso creía ver– a su derecha se encontraba su familia: Su madre Iona, una sombra negra y masculina, la imagen de su hermana Sara –con su misma sonrisa en la cara– y un cuenco de pienso en el suelo. Entrecerró los ojos ¿Por qué no estaba Nadín frente a su plato? Dirigió una rápida mirada a la izquierda, reconociendo a Mei y a Daniel –Un joven de cabello rubio alocado, con su barba de tres días y su gorro de lana, sus ojos marrones oscuro y cuerpo musculoso tapado por un polo negro y unos tejanos rotos seguidos por unas zapatillas descosidas y viejas– a su espalda estaba Ángel, tan elegante y tonto como siempre pero tenía algo diferente entre sus manos: un cuchillo.

Al fondo se hallaba la imagen de una mujer y un hombre discutiendo, él le levantaba la mano a ella, dispuesto a pegarla.

–– ¡Aléjate, te dañará!–– Gritó con desesperación. Unas cadenas salieron del centro del reloj, del que ahora emergía una gruesa columna de cemento con gravados y cuatro cadenas colgando. Se lanzaron con fiereza contra Martina, amarrándola las dos muñecas y los tobillos, impidiendo que pudiera moverse. Las sujeciones comenzaron a recogerse, tirando de la muchacha hacia el pilar. Martina se resistió, tirando de las cadenas –e incluso haciéndola sangrar–, gritaba, apretaba sus colmillos entre si mientras a cada centímetro que retrocedía se sentía tan vacía como si no sirviera de nada luchar para ella.

–– ¡Martina!–– Resonó una voz como si fuera gritada desde un altavoz, formando eco ––Martina–– Repitió y despertó. Sus ojos se abrieron de par en par con expresión de sorpresa y susto. Retrocedió en la cama, dándose un cabezazo contra el cabecero de esta. Se acababa de acordar de que Mei estaba en su casa.

––Joder Mei. No me puedes despertar así ¿vale? Me has asustado.

Ella rio irónicamente ––Te llevaba intentando despertar cerca de 10 minutos ¿quieres llegar tarde a la universidad?

––Daniel–– Comentó con sorpresa mientras salía de la cama, apartándose con fuerza las sabanas. Miro de reojo a Mei, comprobando que ella ya estaba vestida y arreglada. Hurgó con prisa entre la ropa colgada del armario, cogiendo una camisa de cuadros y una camiseta blanca, sus Mustang y unos pantalones vaqueros pitillo. Tardó escasos 10 minutos en vestirse y seguidamente se dirigió al baño para peinarse y arreglarse un poco, se miró en el espejo y frunciendo el ceño comento:

––Menuda cara de zombie tengo ¿no?

¿También existiría eso? Mmm buena cuestión. Mientras se pintaba la raya sobre su parpado superior se fijaba detenidamente en sus ojos –Como millones de veces anteriores había hecho–. Las rayas egipcias remarcaban sus grisáceos ojos, seguidamente se tapó un poco las ojeras con maquillaje, se perfiló los labios, se los pintó de un tono carmín claro y salió para partir hacia la universidad.

––Vamos––Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la puerta. Mei camino velozmente hacia la puerta, ella vestía un vestido rosa que Martina jamás se ponía ya, era corto y sus piernas eran recorridas por unos pantalones blancos y unos zapatos de plataforma y tacón blancos.

–– ¿Dónde encontraste esa ropa?–– Preguntó mirándola pasar.

––En tu armario.

Martina mostró sorpresa en su mirada –– ¿Tenía yo eso en mi armario?–– Murmuró mientras cerraba la puerta con la llave y llamaba al ascensor mientras aun la observaba de arriba abajo. –Martina le sacaba una cabeza así que siempre habían pensado que Martina, en todos los casos, era mayor en edad que ella–

––Si, en una caja con una carita dibujada.

Martina miró la puerta de metal e intentó hacer memoria de la caja de la que le hablaba pero no recordó nada.

El ascensor llegó y se adentraron en su interior y, cuando las puertas se cerraron, Martina aún miraba fija el punto en el que se encontraba aquel extraño símbolo de quemazón.

***

Todo aquello solo acababa de empezar. Y ya no quería contemplar el final.

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora