28.Heridas del recuerdo.

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Ella era tan hermosa como el atardecer, pero como siempre, mucha gente no sabía apreciar aquella belleza única.

Movió el pomo de su habitación, entrando sin pensar mucho en lo que se encontraría dentro. Tras abrir la puerta y dejar que una bocanada de luz chocara contra sus pupilas, contrayéndolas, sus ojos se fijaron en los 3 rostros de sus compañeros, pálidos la contemplaban con asombro. Celeste le miraba con lastima y con sus iris refulgiendo en un tono cristalino, inundados de lágrimas.

––Ni que estuvierais en un funeral–– Masculló, intentando, sin mucho efecto, animar un poco el ambiente, revelando una débil sonrisa de tranquilidad.

Celeste se acercó a ella, lanzándose contra su cuerpo para abrazarla con miedo y angustia, temía por ella, y Martina lo sabía, su abrazo era cálido y perfumado con un toque de miedo y agotamiento.

––Me conocéis de apenas días, relajaos, no creo ser tan importante como para que...–un sollozo la hizo detenerse. Celeste se aferraba a su camisa, ocultando su cara en su pecho. Se despegó de ella, contemplando con sus azulados ojos la venda que cubría la herida.

«No me mires así, no me gusta. No quiero que sientas lástima por mi» pensó. La apartó de su pequeño cuerpo, encaminándose hacia su cama para tirarse sobre el colchón a peso muerto. Un suspiro escapó de entre sus labios, como si su alma acabara de abandonar aquella cárcel. Sus parpados se cerraron lentamente mientras su pecho subía y bajaba al compás de su respiración. Estallidos de luces en aquel fondo negro, como si se encontrara algo brillante en los abismos del mar, sabiendo que no puede ser algo bueno.

Sus tres compañeros la examinaron de arriba abajo, contemplando sus desnudos brazos, llenos de rasguños sin importancia. Sus parpados, con el tic nervioso común de cuando alguien se mece entre los brazos de Morfeo, el dios de los sueños. Ella ya no estaba despierta, se encontraba en otro mundo totalmente distinto al suyo.

O tal vez no tan diferente de la realidad.

Sentía el frio tacto del pupitre en sus antebrazos, el respaldo de la silla sobre tu curvada espalda y ahora sus ojos contemplaban los "sin rostro" de sus compañeros. Personas sin facciones definidas, creadas con garabatos de niños pequeños los cuales no saben que dibujar. Frente a ella un único folio, sucumbida por el color blanco ártico del papel, comenzó a fijarse que sobre este, a bolígrafo se mostraban palabras que desde hacía años la atormentaban ––Patética, renegada...–– Su cuerpo se estremeció al visualizarlas « es una pesadilla, no son reales, ellos no pueden conmigo, no son nada » Se repetía a sí misma en varias ocasiones mientras su rostro empalidecía. El aire hizo chocar varias ramas contra la ventana. Las lágrimas del cielo chocaban contra los cristales, explotando, para luego volverse una entre varias, jugando al pilla-pilla, creando surcos que no tardaban en cubrirse por más gotas suicidas. Truenos quebraron el sombrío cielo. Corrió hacia la puerta, quería salir de allí ya mismo, quería huir. Giro el pomo, pero el pórtico no se abría. Los ventanales se fragmentaron en cientos de pedazos cristalinos, vertiéndose contra el suelo. Tapo sus oídos por el estruendo. Su piel se erizó al sentir el tacto de la lluvia fundida con el viento, fría y cortante. Estaba sola. Nuevamente aquel acongojador sentimiento de vacío se albergaba en su pecho, haciéndola presa de su cabeza. Golpeó con sus puños la puerta, resquebrajándola como si se tratara de un grueso cristal el cual no se rompe con facilidad. Puñetazo tras puñetazo sus nudillos comenzaron a sangrar, y en un abrir y cerrar de ojos, aquella puerta dejo de existir, haciéndola caer hacia una oscuridad infinita, en la cual no se veía fondo posible. Ya no podía frenar. Sintió la sensación de cuando la hicieron lanzarse hacia la ciudad del subsuelo, libre, pero atada con cadenas a su muerte.

Dejó de caer. Ahora se encontraba suspendida en aquel infinito vacío, quieta, de rodillas, sumida en aquel sentimiento de ambigüedad el cual no le permitía razonar con claridad. Frente a ella, sentados en unas sillas con vendas cubriéndole los ojos, se encontraban Sara, Irisviel, Daniel y por ultimo Iona, su madre. An la apuntaba a la sien con el cañón de una pistola. Martina tembló. Sabía lo que conllevaba eso.

––Dispáralos–– Espeto la joven rubia de negruzcos ojos.

––No–– Respondió.

Una maligna sonrisa permitió mostrar sus afilados colmillos ––Comenzaré a contar–– Gata, con las palmas de sus manos, envolvió un revolver el cual había sido lanzado por An anteriormente hacia sus pies. Su dedo índice se posicionó en el gatillo, escuchando aquel "clic" que le anunciaba que con el menor movimiento seria disparado ––Uno...––Contó––Dos...–– Martina cerro sus ojos con fuerza, haciendo que unas débiles lagrimas se asomaran por los bordes de sus ojos. « No puedo» Se dijo a sí misma « No puedo matar a aquellos que me dan fuerza de vivir... simplemente no puedo » Agarro más fuertemente la empuñadura, abrió los ojos de golpe––Tres...Cuatro...––Elevó el arma, apuntando detrás suya, justamente donde estaba An, contemplo su sonrisa, el brillo de sus ojos, y seguidamente como sus labios se movían, pronunciando ––Cinco–– La cuenta atrás finalizó. Tan solo se escuchó un disparo.

¿Qué la separaba ahora de la vida? ¿Qué la separaba de la muerte?


El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora