El destino sentado sobre una mesa de juego, jugando contra sí mismo. Frente a él una baraja de cartas extendida en forma circular. Cada carta depara algo para tu futuro, positivo o negativo ¿Cuál escogerá esta vez?
Desnuda. Agua recorriendo su cuerpo. Limpiando su herida –situada en su hombro– de la sangre. Ardiente. Su pelo mojado. Se estaba duchando para irse a comer con su amiga a Los Castigos de Poseidón.
«¿Qué era eso?» Se preguntó a sí misma. ¿Cuántas posibilidades habían de descifrar que estaba pasando? Pensaba que... ninguna. Sus pulsaciones, aceleradas a causa del miedo.
***
Mei la esperaba en la tétrica puerta de madera antigua del restaurante-bar. Miraba cada poco tiempo el reloj de su muñeca izquierda, preocupada por la ausencia de su amiga. Niebla baja ocupaba prácticamente todo el lugar, volviéndolo más fantasmagórico de lo que ya era.
––Hola–– Bramó Ángel –Que se encontraba apoyado en la estatua de una gárgola–.
––Hola, bastardo, ¿qué te trae por aquí? –Sus cejas de arquearon con sorpresa y resentimiento–.
––Si estas tú por aquí, debe de andar cerca Martina ¿Me equivoco?
Mei dejó en reposo una de sus piernas mientras que la otra la tenía totalmente rígida; sacando cadera. Cruzó los brazos y negó con la cabeza.
––¿Me podrías hacer un favor...?
––Eh, eh, eh, frena el carro, imbécil. A ti no te haría un favor ni aunque me pagaras ¿Aún no te has enterado?––Hizo una pausa y con voz autoritaria masculló –– ¿No tienes por ahí a alguna chica a la que molestar? Que no sea Martina. Claro
Martina escuchaba la conversación desde la esquina anterior de la iglesia. Sonreía ampliamente al ver lo mal que le hablaba Mei a Ángel. Sí que le tenía rencor, sí. Salió de su escondite y corrió hacia Mei para abrazarla pero, al levantar los brazos soltó un grito ahogado casi sordo para los demás por el arañazo. Se derrumbó contra el cuerpo de su mejor amiga dirigiendo una mirada envenenada a aquel idiota que tenía por exnovio.
Entrecerró los ojos como queriendo decir que se la estaba jugando pero eso a Martina no le importaba. Mei rodeó con sus brazos las caderas de su amiga, tenían las cabezas juntas mientras miraban fijamente a Ángel de una manera graciosa y vengativa.
–– ¿Vamos a cenar?––Preguntó Mei mordiéndose el labio.
Martina los analizó como si se trataran de dos dulces golosinas. Dulces. Al alzar la mirada comprendió lo poco discreta que había sido al mirarlos de forma tan lasciva y entendió –y de sobra– Por qué le miraba así Mei. Se encogió de hombros y le dirigió una sonrisa de inquietud a su pequeña amiga.
« ¿Qué se supone que estaba haciendo? ¿Por qué la miraba así? » Se preguntó mientras se adentraba en el local. Nada más abrir la puerta las golpeó un olor a humo –de cigarros y puros– y a antiguo. Las paredes echas de piedra y el suelo de parqué pulido con unas escaleras viejas que bajaban hasta una especie de bodega en donde guardaban vino y quesos –en cajas y a buen resguardo–. Se encontraba prácticamente vacío y eso les agradaba ya que su mesa favorita que la llamaba "Marea" ya que aparecía la estatua de un señor mayor y con barba que empuñaba con su mano izquierda un tridente que en muchas ocasiones se utilizaba como perchero. Sus piernas eran cubiertas por la cola de un pez, mostrándole como una sirena. Sus pectorales bien definidos y una corona sobre su alborotado y blanco pelo.
––Marea está libre, perfecto–– dijo moviendo su brazo de adelante a atrás en signo de victoria. Caminó con una pequeña sonrisa de satisfacción hasta la mesa y se sentó sobre uno de los sillones enguatado. Descansando todos sus músculos. Al cerrar los ojos aún sentía el escalofriante sonido que producía aquella bestia sobre sus oídos. Se sobresaltó al sentir el nauseabundo espejismo de la saliva brotando de sus fauces, pasando a través de sus afilados y descomunales colmillos.
Al pasar una camarera cerca de ella la miró con intriga mientras reposaba sobre la mesa dos Coca-Colas y dirigió una veloz mirada a Mei. Los ojos de Martina se abrieron llenos de miedo, con la pupila contraída. Dejó de descansar su cabeza en el respaldo de la butaca y la levantó –resintiéndose a aquella incómoda postura–. Miró a la camarera, que aún aguardaba con la bandeja bajo su brazo, pegada a su torso y con un bloc de notas y un bolígrafo entre sus manos, esperando lo que iban a pedir para comer. Mei arqueo las cejas con intriga y duda, pero no preguntó nada. Se la notaba molesta mientras comían; como si el hecho de que su mejor amiga no le estuviera contando algo que, al parecer le arrancaba el sueño de su ser, le incordiara.
–– ¿Cuánto llevamos siendo mejores amigas?–– Preguntó sin retirar la mirada de los hielos de su bebida –que giraban constantemente de una forma elíptica–.
Martina elevó la mirada al techo mientras sus dedos chocaban contra la mesa –formando una canción– aquello le había retirado de sus negativos pensamientos ––Pues si mal no recuerdo... 6 años. Cuando íbamos a clase de artes.
––6 años, si, ¿en seis años no has logrado coger la suficiente confianza en mí?
La mirada de Mei se clavó fija sobre la grisácea mirada de Martina. Sintiéndose apuñalada por aquellos fríos ojos. Nudo en la garganta, era eso lo que sentía.
Martina se sintió aturdida, se estremeció y sintió sus manos frías. Tartamudeó mientras cesaba todo movimiento con sus manos.
––No sabría cómo explicarte mi situación... porque ni yo misma la entiendo.
«Ojala la entendiera, de verdad» Pensó. Se sentía mal por no explicarle a Mei lo que ocurría pero... ¿Cómo le explicaría que un ser que ni siquiera tenía forma concreta le había atacado? ¿O que su ordenador se había vuelto loco escribiendo que la conocía más de lo que se creía? Agh... no sabía cómo explicarle todo aquello sin que se creyera que había perdido la cabeza.
La miró furtivamente con una mirada de incredibilidad –entornándolos parcialmente. Formando aquellas pequeñas arrugas en los rabillos de sus fieros ojos– tomaron el brillo de las brasas por unos segundos gracias al reflejo de una de las luces; volviendo el color castaño de sus iris a un tono acaramelado –amarillentos y de aspecto cristalino–.
––Mei... de verdad te lo estoy diciendo–– Su tono de voz sonaba extrañamente sincero. Como si se hubiera agotado de intentar ocultar algo que era evidente ––Si supiera lo que me está pasando en estos momentos... yo te lo contaría. Confió plenamente en ti, sé que no me fallarías.
De su garganta emergió un suspiro de cansancio. Con aquel tono ¿Cómo no iba a creerla? Frotó el tabique de su nariz, dirigiendo sus dedos hasta casi tocar los lacrimales de sus ojos. –Siempre hacia ese movimiento cuando pensaba– Se levantó de la mesa de forma brusca, propinando un manotazo al tablero, malhumorada, recogió su anorak y su bolso y caminó aceleradamente hasta la salida. Los extranjeros que se encontraban bebiendo sobre la barra del bar la siguieron con la mirada, extrañados, y seguidamente miraron prácticamente todos los del local a la joven diseñadora que aún se encontraba con la mirada perdida en el cuenco de comida de su amiga. Cuando la puerta se cerró el gélido aire propio de una noche de enero la golpeó por la espalda, haciendo que se estremeciera. La camarera la miró, llenó unos cuantos vasos de chupitos de tequila, ron y whisky y se los llevo en la misma bandeja que le había servido las comidas anteriormente, ofreciéndoselos. Martina la miró con los ojos rebosantes de lágrimas, sacó una leve sonrisa y asintió con la cabeza satisfactoriamente. Aceptándolos.
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El futuro Incierto
Teen FictionCuando todo el mundo padece y se transforma en todos tus miedos. Cuando un amor irracional se alberga en tu corazón, pierdes los hilos de tu destino y te encuentras sola en medio de un mar de dudas y peligros. Martina, una joven diseñadora gráfica...